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Un peepshow al servicio de la patafísica

por Laso, Eduardo

Universidad de Buenos Aires

Resumen

Augustine, de Alice Winocour se basa en la vida de Louise Augustine Gleizes, la paciente más famosa del Dr. Charcot. El film se centra en el tratamiento médico que se llevaba a cabo en la Salpetriere, y el modo en que era tratada una mujer con síntomas histéricos en una época en que todavía se apostaba a encontrar una causa física del padecimiento psíquico. Las puestas en escena de los ataques histéricos ante un gran auditorio devienen un espectáculo pretendidamente científico, tras el cual satisface un goce voyeurista. Augustine, confrontada con el lugar de objeto de miradas, experimentos y manipulaciones, encuentra finalmente un modo irónico de señalarle a Charcot que su lugar de maestro es inseparable de los síntomas que estudia.

Palabras Clave: Histeria | Hipnosis | Charcot | Psiquiatría

A peepshow at the service of pataphysics. Alice Winocour Augustine (2012)

Abstract

Alice Winocour´s Augustine is based upon the life of Louise Augustine Gleizes, the most renowned Charcot´s pacient. El film centers in the medical treatment that was developed upon the Salpêtrière hospital and the way a woman was treated for hysteric symptoms during a time when doctors were still searching for a physical cause for mental suffering. The staging of hysteric attacks in the face of a great audience became an alegedly scientific spectacle that secretly provided a voyeuristic satisfaction. Confronted with her place as an object of gazes, experiments and manipulations, Augustine finally finds an ironic way to show to Charcot that his place as a master is inseparable from the symptoms he study.

Keywords: Hysteria | Hypnosis | Charcot | Psychiatry
 

Un peepshow al servicio de la patafísica. Augustine (2012), de Alice Winocour

“El propio maestro Charcot hacía una singular impresión en cada conferencia suya; él, de ordinario rebosante de vitalidad y alegría y en cuyos labios no moría el chiste, se veía serio y solemne bajo su casquete de terciopelo, en verdad avejentado, su voz nos sonaba como asordinada y tal vez podíamos comprender que unos extranjeros malintencionados pudieran tachar de teatral a toda la conferencia”.
Sigmund Freud: Charcot (1893) [1]

Louise Augustine Gleizes nació el 21 de agosto de 1861. Hija de una empleada doméstica, fue dada en adopción y criada por una enfermera. Posteriormente fue internada en un instituto religioso en La Ferté-sous-Jouarre, donde sufrió castigos corporales. Trabajó como sirvienta en una casa de familia. Fue abusada a los 10 años, y a los 13 fue violada por su jefe, quien era también amante de su madre. Todo esto lo sabemos por los testimonios orales que Augustine ofreció a los médicos que la atendieron. El 21 de octubre de 1875, a los 15 años, ingresó en el hospicio de la Salpêtrière a causa de una parálisis de la sensibilidad del brazo derecho, contracturas y anestesias que afectaban la mitad derecha de su cuerpo. Los médicos consignaron sobre Augustine: “es rubia, de complexión grande y fuerte para su edad, y ofrece el aspecto de una muchacha en la pubertad. Es activa, inteligente, afectuosa, impresionable, pero también caprichosa, le gusta mucho llamar la atención. Es coqueta, pone mucho esmero en su aseo, en la disposición de sus cabellos, que son abundantes, a veces de una manera y a veces de otra: las cintas, sobre todo, las de colores vivos, son lo que más le agrada”. [2] Augustine presentaba ataques, espasmos, convulsiones y pérdidas de conocimiento. Fue diagnosticada como histero-epilepsia.

El Versailles de la locura

La Salpêtrière había sido originalmente un arsenal construido por el arquitecto Libéral Bruant en 1656 a instancias de Luis XIV, destinado a fabricar pólvora, para lo que se requería de salitre (salpêtre). De ahí su nombre. Posteriormente pasó a ser el lugar de internamiento de pobres y vagabundos de París, dividiéndose en tres secciones: La Pitié, para los niños, Bicétre para los hombres y La Salpêtrière para las mujeres. Posteriormente incluyó también la reclusión de prostitutas y de mujeres denunciadas por sus maridos o padres, llegando a albergar diez mil internados en vísperas de la Revolución Francesa. En 1795 fue nombrado médico jefe Philippe Pinel, quien la transformó en un asilo moderno. Durante tres siglos fue la institución psiquiátrica más grande de Europa dedicada a la locura femenina. Insuflada de paternalismo científico, se ocupó más de “cuidar”–ya que se ignoraba cómo curar- a miles de alienadas, epilépticas, alcohólicas, prostitutas, mendigas, indigentes y delirantes. Allí se las albergaba y estudiaba. O sea: se las observaba, fotografiaba, experimentaba y diseccionaba después de muertas, en pos de alcanzar una ciencia terapéutica de la locura. Sólo que todo ese gran trabajo observacional, clasificatorio y experimental nunca sanó la locura. [3] La psiquiatría produjo allí un enorme corpus de saber, pero impotente para curar. El escritor Jules Claretie dijo sobre la institución: “Detrás de esas murallas vive, hormiguea y se arrastra toda una población especial: viejas, mujeres pobres, yacentes, esperan la muerte en un banco, dementes aúllan su furor o lloran su tristeza en el patio de las agitadas o en la soledad de sus celdas (…) Es como el Versalles del dolor”. [4]

El César de la Salpêtrière

El doctor Jean-Martin Charcot comenzó a interesarse por ella en 1862 cuando conoció la Salpêtrière. Para él, el hospicio era como un enorme museo patológico vivo de la locura, al que convirtió en sede de su enseñanza teórica y clínica. En 1870 se hizo cargo del departamento de histero-epilepsia. Para 1881 consiguió que el Parlamento aprobara un crédito de 200 mil francos para crear una “Cátedra de clínica de las enfermedades nerviosas”. [5] Y se volvió la cabeza de una corriente en psiquiatría conocida como Escuela de la Salpêtrière. Sus investigaciones buscaron la causa anatómico-patológica de la histeria, y atrajo el interés de los médicos sobre una patología que era considerada una simulación y por lo tanto descartada. Logró distinguir la histeria de la epilepsia, y aislarla como objeto nosológico, para elevarla a la dignidad de una patología nerviosa específica que requería ser estudiada y tratada. Y demostró la existencia de la histeria en varones, refutando así el viejo prejuicio que la consideraba un mal femenino. Pero nunca pudo entender su causa ni encontrar un abordaje terapéutico.

Charcot fue considerado un Maistre de la Salpêtrière, en el doble sentido que alberga la palabra en francés: un amo-maestro rodeado de mujeres neuróticas devotas hacia él, por las que no se sintió atraído. Autoritario, silencioso, afectado por estrabismo, era mundano, aunque poco afecto al contacto social. Vivía rodeado de perros y tenía una monita de mascota.

Charcot fue un sugestionador, y no sólo de sus histéricas. Freud, que estudió varios meses con él, comenta que un ensalmo fluía de su presencia y de su voz. “Como maestro, Charcot era directamente cautivante; cada una de sus conferencias era una pequeña obra de arte por su edificio y su articulación, de tan acabada forma y tan persuasiva que durante todo el día no conseguía uno quitarse del oído la palabra por él dicha, ni de la mente lo que había demostrado”. [6] El maestro fascinaba a alumnos y a auditorios. Su pasión transcurría por un anhelo de saber basado a una clínica de la mirada, propia del modelo médico hegemónico.

Dijo Freud sobre Charcot: “No era un cavilador, no era un pensador, sino una naturaleza artísticamente dotada; era, como él mismo se nombraba, un «visual», un vidente”. [7] Es que el anhelo médico de Charcot se orientaba a la búsqueda de conocimiento mediante la observación directa de las regularidades físicas de la histeria, para construir un “tipo” separado de otras patologías. Pero este deseo de saber ligado a la mirada, fue también pasión por la ignorancia. Charcot estaba fascinado por el cuerpo y sus imágenes, a diferencia de Freud, que se interesó en escuchar en vez de mirar. Lo que lo condujo en una dirección muy diferente a la del discurso médico universitario propugnado por su maestro.

Propuesto a comprender la histeria, Charcot se valió de la observación y recurrió a la hipnosis como método científico experimental. Era la “observación provocada” que preconizaba un Claude Bernard. Su metodología de investigación partía del supuesto de que no es posible ver cómo funciona el cerebro, pero sí los síntomas corporales provocados por las alteraciones de su funcionamiento. La observación meticulosa permite realizar un diagnóstico sobre los cuerpos vivos, y después, una vez muertos, estudiar las lesiones cerebrales. “Solía mirar una y otra vez las cosas que no entendía, reforzaba día tras día la impresión que ellas le causaban, hasta que de pronto se le abría el entendimiento. Y es que entonces, ante el ojo de su espíritu, se ordenaba el aparente caos que el retorno de unos síntomas siempre iguales semejaba”. [8]

La hipnosis como procedimiento experimental le permitió producir, deshacer o rehacer síntomas histéricos a voluntad para su mejor observación, y así constituir un “tipo” a partir de la singularidad de los casos: un “conjunto de síntomas que dependen los unos de los otros, y que por su naturaleza y por sus combinaciones, se distinguen de los caracteres de otras enfermedades semejantes”. Sólo que Charcot no extrajo las conclusiones que sacó Freud sobre dichos experimentos: que si se puede producir un síntoma histérico con palabras, es que la naturaleza del síntoma es simbólica y no biológica.

Charcot esperaba alcanzar una comprensión de la histeria provocando mediante hipnosis la visibilización reiterada y sistematizada de los síntomas. En sus presentaciones les decía a sus estudiantes: “haré que toquen ese dolor con sus propias manos en un instante, les haré reconocer todas sus letras presentándoles a cinco enfermas”. Se trataba, lo sabemos con Freud, de una vía muerta en la inteligibilidad de la histeria.

Si algo podría calificar a las pruebas y experimentos de Charcot y su equipo con sus internas, es menos el nombre de ciencia que de Patafísica, aquella imaginaria disciplina inventada por Alfred Jarry para nombrar la ciencia de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones. Pese a las observaciones, fotografías, clasificaciones, reproducciones mediante hipnosis, estudios, autopsias, etc. nunca se pudo encontrar la causa física de la histeria. La histérica, al presentar síntomas sin basamento orgánico que paradójicamente se muestran en el cuerpo, produce un cuestionamiento del saber médico, que buscaba en el útero o en el cerebro la localización de la neurosis. El síntoma histérico ofrece la paradoja de un cuerpo que, desde el saber médico, miente. De ahí la constante imputación de simulación a las histéricas por parte de la medicina. Sólo que por el contrario, el síntoma, hecho de representaciones y no de neuronas, es un modo de semidecir una verdad que el sujeto ha reprimido. Pero hay que esperar a Freud para que se empiece a advertir que no se trata de ver sino de escuchar, ya que la sintomatología histérica está regida por pensamientos eficientes aunque inconscientes. Es el deseo reprimido hecho representación ofrecida a la mirada, llamando al Otro para ser reconocido, vale decir, leído.

Los médicos no renunciaron a la “doctrina de las localizaciones cerebrales”, pero con los reiterados fracasos farmacéuticos, terapéuticos y quirúrgicos, se volvieron terapeutas de la puesta en observación. Es que cuando no se sabe curar, la metodología terapéutica pasa a ser la de la contemporización (como la llamaba Charcot): esperar y observar, acechar, escrutar… y seguir el estudio de la evolución natural de la enfermedad. Lo que implica hacer de la impotencia un recurso de saber, con la expectativa de que mirando la enfermedad, algún día se hará la luz. [9]

Como los intentos metódicos fracasaban, la insistencia en provocar reiteradamente los síntomas ante los estudiantes se volvió irracional, iatrogénica y antiética. Creyendo producir un saber objetivo basado en observaciones controladas, Charcot y su equipo desconocieron la propia implicación en la producción de los fenómenos que estudiaba. Llevó a escena los ataques histéricos bajo el ideal del método científico-experimental, pero ignorando el papel de amo que jugaba él mismo y el cuerpo médico en el amor de transferencia que desencadenaban. Así como del pacto no dicho por el cual las enfermas se beneficiaban del cuidado hospitalario y del interés de los doctores si se prestaban como objetos de experimentación, ofrecidas a la mirada médica. El punto ciego de esta clínica de la mirada es el vínculo fantasmático entre mirada, saber y sufrimiento, así como el denegado goce escópico en juego, encubierto bajo la pretensión científica de reproducir artificialmente de los fenómenos clínicos.

Georges Didi-Huberman sostiene que lo que terminó ocurriendo en la Salpêtrière entre médicos e histéricas fue una relación perversa y de chantaje. [10] Para que los médicos les prestaran atención y no terminaran arrojadas al grupo de las incurables impresentables, las enfermas debían ser histéricas que se acomodaran a la Histeria-Tipo buscada por Charcot. De modo que las internas se empeñaron en confirmar el concepto que los médicos se hacían de qué es ser una histérica. Se conformaban así al deseo del Otro, que para el caso era un “hacerse ver sufriendo”. Colmo paradojal de la histeria y modo perverso del amor de transferencia, del que los médicos de la Salpêtrière hicieron usufructo fotografiando, reproduciendo, exhibiendo, y en última instancia alimentando más aun los síntomas, ofrecidos por amor al Amo. Esta transferencia de amor despojó a las internadas de la intención de curarse, al punto que en la Salpêtrière, las histéricas, lejos de mejorar, tendían a agravarse. [11]

Retratar la histeria

La combinación de la compulsión por ver y la naturaleza de artista de Charcot, confluyeron en la obsesión por tomar fotos de sus histéricas, en la misma línea del empleo de la fotografía en medicina para captar células, heridas o tumores. Sólo que aquí se trata de semblantes de una patología nerviosa cuya causa escapa a la representación imaginaria. Charcot mismo se pensaba a sí mismo como una cámara fotográfica: “mi labor allí es únicamente la del fotógrafo: registro lo que veo”. La fotografía era para Charcot al mismo tiempo procedimiento experimental, archivo museográfico y recurso de enseñanza. Instaló en el hospital un taller de fotografía, un taller de vaciado en escayola, un museo anatómico-patológico y un anfiteatro de enseñanza, convirtiendo la Salpêtrière en una fábrica de imágenes icónicas de la patología histérica.

Este fetichismo por la fotografía, con la falsa ilusión de ofrecer una prueba objetiva de lo observado, encubre la mirada del fotógrafo y su deseo, manifestado en la puesta en escena requerida para producir la imagen. ¿Qué sería ofrecer una imagen fotográfica de “la histeria” como patología? ¿Qué los rostros y cuerpos serían la expresión visible de la enfermedad? La ilusión de transparencia de la fotografía cae al enfrentar este problema, al punto que se requirió poner textos aclaratorios en la base de las fotos para informar que se muestra una histero-epilepsia o una manía religiosa (para lo cual el fotógrafo debía hacerla posar a la enferma en relación al tema que había que ilustrar). Verdadera producción de imágenes en vez del “mostrar las cosas como son”, como pretendía Charcot.

Las “pruebas” fotográficas no fueron más que una fabricación de imágenes al servicio de la teorización y clasificación psiquiátricas. Sin los textos al pie, un sujeto histérico se vuelve indistinguible de uno maníaco, paranoide, o simplemente un sujeto sin trastornos mentales. La búsqueda del reconocimiento de las enfermedades en la imagen del rostro, se aproximaba así a las concepciones de Lombroso sobre la delincuencia. Y en última instancia, las imágenes de la Salpêtrière se volvieron indistinguibles de la fotografía policial.

La iconografía de la histeria en la Salpêtrière articula el fantasma histérico con el fantasma del saber médico basado en la visibilidad, para revelar así un goce voyeurista: los médicos quieren imágenes de “la histeria” y las histéricas exageran las poses para el deseo de ellos. En la Salpêtrière, la clínica de la histeria se convirtió en espectáculo, al punto de terminar identificándose esa enorme colección de imágenes y puestas en escena de las internas en una especie de manifestación artística próxima al teatro y la pintura. Solo que cuanto más se dejaba la histérica capturar por imágenes y performances para la mirada del Otro, más se agravaba su cuadro.

A veces, –como fue el caso de Augustine- la fascinación caía y el consentimiento devenía odio. Condición de posibilidad para una separación.

Augustine

Augustine fue para Charcot “un ejemplo muy regular, muy clásico” de histeria, hasta encarnar cual un ícono el concepto charcotiano la histeria. Obra de arte viviente, fue una de las más retratadas en la Salpêtrière, al punto que sus imágenes pueden verse hoy en día desde una mirada estética más que psicopatológica. Posteriormente los surrealistas supieron elevar a expresión poética, lo que para a Augustine y las histéricas eran padecimientos y gesticulaciones dolorosas. [12]

Charcot solo prestaba atención a los síntomas de Augustine, que observaba y clasificaba, y a los que les suponía una causa neurológica o funcional del cerebro. Quien sí la escuchaba fue Bourneville, el asistente de Charcot, que transcribía sus alucinaciones, sus sueños, y el relato de su historia. Con perspicacia, anota: “El delirio histérico está definitivamente ligado a los diferentes eventos que marcaron la vida de A.”. A pesar de que los ataques histéricos de Augustine representaban una escena de abuso sexual que ella padeció, Charcot se mostró indiferente al componente sexual de las escenas, que hizo reproducir a Augustine mediante sugestión una y otra vez para su auditorio.

En sus ataques, Augustine representaba la experiencia padecida de un atentado sexual, que se vuelve a representar convertida en el ataque histérico como llamada al Otro para que sea leído. Freud destaca que la histérica sufre de reminiscencias, y que las representaciones patógenas se mantienen siempre igual de cargadas de emoción porque se les prohibió la asociación a palabras y por lo tanto su abreacción. En el ataque histérico, los movimientos expresan recuerdos y fantasías. La crisis es un drama pasado, olvidado, que se repite. Y el síntoma se comporta como una imagen de memoria. Fantasmas inconscientes que encontraron en la conversión una forma figurada.

Sólo que Charcot mira pero no escucha. Aunque no es tan seguro no supiese. Freud recoge una anécdota de la que fue testigo y que le chocó: en una reunión social escuchó a Charcot decirle a su colega Paul Brouardel: ‘Pero en estos casos, es siempre lo genital, siempre, siempre, siempre...’ Freud en ese momento se preguntó: ‘Si lo sabe, ¿por qué no lo dice?’. Pero decirlo, ¿no convierte a su experimento hipnótico en un verdadero peepshow y a él mismo en maestro de ceremonias y titiritero? [13]

En sus ataques, Augustine no interpretaba solamente su papel de víctima pasiva de abuso, sino también al agresor. Estos acting outs como llamados al Otro, no encontraron una oreja sino un ojo que gozaba con la escena. Las histéricas de la Salpêtrière como Augustine lograron así existir para el Otro, pero en tanto espectáculo. La iconografía de la Salpêtrière conserva el registro de este encuentro desencontrado entre llamado al Otro y goce de la mirada que fijó en imagen y las hizo arte. La histérica le dio a la medicina aquello que deseaba, identificada al objeto de su deseo: se sometió a la hipnosis, a los experimentos, al registro de imágenes, con la promesa nunca cumplida de una curación. En el proceso, algunas se volvieron “importantes” para el Amo Charcot, como Augustine. Lograron ser algo para este Otro, al darle lo que demandaba: la representación escénica de los “tipos” sintomáticos de la histeria. Secreta complicidad en el que el deseo de deseo del Otro las hizo caer en la trampa perversa de dar consistencia cada vez mayor a la enfermedad que padecían como un “ser para el Otro”, en donde la cura equivalía a caer como objeto escópico para el amado Charcot.

Augustine -y con ella tantas otras internadas de la Salpêtrière- se ofrecieron para consistir en el objeto del saber histérico de la escoptofilia psiquiátrica, y a cambio los médicos hicieron con ellas la imagen de un concepto nosológico fijado en imágenes, posteriormente elevadas a Arte.

Un día Augustine se rehusó a seguir posando para fotos de hospital y cayó así del lugar de objeto escópico. Fue confinada. Bourneville nos informa que Augustine empeoró: “X… ha recaído; se la vuelve a colocar en el servicio, como enferma. Contra los ataques se emplean el compresor, el éter, el cloroformo. Se destaca, en varias ocasiones, períodos de agitación en los que rompe, hace añicos las ventanas, desgarra la camisa de fuerza, etc. El 11 de junio, siendo la agitación más violenta, X… es encerrada en una celda”. Un día, Augustine puso fin a su existencia como objeto de Charcot. Se disfrazó de hombre (lo cual resulta exquisitamente histérico) y escapó de la Salpêtrière. Nunca se la volvió a ver.

La Augustine de Alice Winocour [14]

El film de Alice Winocour sobre el caso Augustine se toma algunas libertades con los hechos históricos: eleva la edad en que fue internada a 19 años, y atribuye como motivo de su ingreso el síntoma de guiño en el ojo. A pesar de que Augustine se volvió célebre por las numerosas fotografías que le tomaron ilustrando “la histeria”, el film omite esta obsesión iconográfica que era práctica usual en la Salpêtrière. No se menciona el pasado de Augustine ni los abusos sexuales que padeció de niña, aunque sus ataques histéricos lo escenifican para la mirada del Otro. Nunca hubo ningún affaire entre Charcot y Augustine. Pero sí la convocaba a hacer performances de sus ataques histéricos mediante sugestión ante una audiencia, como parte de una presentación clínica de la histeria.

Al comienzo del film vemos a Augustine mirando fascinada a unos cangrejos vivos que están siendo hervidos en una olla. Estamos en la cocina de una mansión donde se lleva a cabo una gran cena. Mientras Augustine sirve la comida, uno de los comensales repara en ella y la mira con lujuria. Ella queda perturbada por la mirada. En la cocina se siente mal. Le falta la respiración y se le contrae la mano. Mientras sirve el vino a los comensales, le sobreviene un aparatoso ataque histérico para estupor de los invitados. La mirada de lujuria ha despertado a prés coup una representación más temprana que se tradujo en un acting out histérico en el que ella es al mismo tiempo la abusada y el abusador sexual. Como secuela, queda el síntoma de un ojo cerrado. Un “guiño” exhibido, a la espera de ser leído.

Llevada por una compañera de trabajo a la Salpetriere, la revisan físicamente y la internan. A la pregunta de Augustine de si saben lo que tiene, no le responden. Y cuando a la noche se ponga a rezar a Dios para que la cure, otra interna le dice: “Es inútil. No hay nadie que te escuche aquí. Ni el mismo Charcot. Es a Charcot a quien hay que pedir aquí”. Augustine está en un lugar donde no escuchan. Aunque miran. Así que el día que Charcot pasa por la cocina de la institución, Augustine tiene un ataque y así consigue que Charcot la vea. Interesado por ella, la examina desnuda, le hace trazos en el cuerpo, le clava una aguja en el brazo sin que provoque dolor. Augustine, angustiada, pregunta “¿Por qué no siento nada? ¿Me va a curar?”. Charcot no contesta. Y prácticamente nunca contestará las preguntas de Augustine, a pesar de que irá ocupando un lugar cada vez mayor de interés para él.

Elegida para una presentación clínica, la visten para la ocasión. Charcot la diagnostica como “histeria ovárica”, y mediante hipnosis reproduce su crisis histérica, para aplausos de la audiencia. El film narra así el progreso de Augustine de simple joven con síntomas histéricos, a objeto de una pasión médica de Charcot y su equipo, empecinados en escrutarla, mirarla, trazar marcas en su cuerpo, provocar sus ataques, ensayar sobre ella pruebas experimentales. Augustine se vuelve objeto de una pasión escópica y de saber. Como consecuencia de lo cual, empieza a tener privilegios y atenciones. Los “beneficios” de encarnar una “histeria típica” a los ojos de los médicos y de Charcot. Augustine pasa a tener una habitación para ella sola. Y a ser estudiada mediante diferentes exámenes y pruebas físicas.

En una oportunidad en el consultorio de Charcot, ella hojea un tratado de medicina y le dice: “este libro no habla del amor”. Charcot le contesta escéptico: “¿es que vos conocés el amor?”. Augustine, a su modo, introduce así el amor de transferencia en el vínculo médico-paciente, del que Charcot no quiere saber nada. Y esto a pesar de su empleo sistemático de la sugestión, pensada como fenómeno patológico y no como fenómeno amoroso. Cuando se ausenta unos días de la institución, Augustine empeora, se vuelve rebelde y no come. La seducción se vuelve la estrategia de Augustine (como de las demás internadas), de convertirse en el objeto del deseo del Otro para alcanzar un ser. Sólo que cuando Charcot advierte la atracción que siente por ella, la reprime y la echa espantado del consultorio. Luego la somete con sus asistentes a un aparato estrafalario que comprime su útero, provocándole dolor y humillación. Este pasaje de objeto causa de deseo a objeto experimental enfurece a Augustine, que empieza a sentir odio por este Amo impotente para curar, escuchar o amar. En determinado momento le dice: “Usted dice siempre lo mismo y no pasa nada. Empiezo a estar cansada de todos sus experimentos. Cuando me cure, me voy de aquí”. Y cuando Charcot le dice que está muy callada, le responde: “Usted no me escucha”.

El final del film es una muestra de por qué el discurso de la histeria es el envés del discurso universitario, al que barra. Charcot le anuncia a Augustine que la presentará en la Academia, y que del resultado de la misma depende su prestigio profesional y la financiación de sus investigaciones. Pero Augustine está harta de que la “produzcan” para la nueva exhibición y sale corriendo. Al caer accidentalmente por unas escaleras, se cura de su parálisis. Así que va a la presentación simulando su síntoma. Y actúa el espectáculo de los ataques para la audiencia, no sin antes hacerle saber subrepticiamente a Charcot que su parálisis ha desaparecido. Lo obliga así a tener él mismo que simular también para el auditorio, y así avergonzarlo. Al hacer una farsa, Augustine pone en escena la farsa de Charcot. Le revela así una verdad ligada al amor: que lo que él exhibe, ocurre porque la histérica se ofrece para hacerse el objeto de deseo del Otro. Le demuestra así su propia impostura y su lugar de Amo ignorante sobre el amor. Y cómo una histérica es capaz de entregarse por amor al Otro.

Ella ofrece la paradoja de consagrar y al mismo tiempo desafiar el deseo del Amo, al mostrar que sus síntomas se desarrollan conforme el deseo de él, que se revela así un director de escena. Sus convulsiones eróticas denuncian el carácter obsceno y voyeurístico de las presentaciones tras el supuesto interés científico. Sin embargo permanece cautiva todavía del amor a Charcot, a quien le dedica el espectáculo para que pueda consagrarse ante las autoridades académicas. Charcot lee ese gesto de amor, por lo cual se va tras bambalinas luego de la presentación y tienen relaciones sexuales. Augustine termina de ese modo su relación terapéutica y personal con el Maestro: una vez que el rey está desnudo, ya no es rey. Así que lo que le queda es escapar entre la multitud. Estas libertades del guión están al servicio de ofrecer una Augustine más empoderada que la que efectivamente vivió. Alguien capaz de tener dominio de la escena a la que era sometida, y hacerse causa del deseo del Otro, para que caiga para ella como amo, y así, curarse de Charcot.

Referencias

Didier-Huberman, G.; La invención de la histeria. Charcot y la iconografía fotográfica de la Salpêtrière, Madrid, Cátedra, 2015.

Freud, S.; “Charcot”, en Obras Completas Vol. III, Buenos Aires, Amorrortu, 1991.

Freud, S.; “Sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos”, Obras Completas Vol. III, Buenos Aires, Amorrortu, 1991.

Freud, S.; “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa”, Obras Completas Vol. III, Buenos Aires, Amorrortu, 1991.

Freud, S.; “La etiología de la histeria”, Obras Completas Vol. III, Buenos Aires, Amorrortu, 1991.

Freud, S.; La hipnosis. Textos (1886-1893), Buenos Aires, Ariel, 2017.

Gay, P.; Freud. Una vida de nuestro tiempo, Buenos Aires, Paidós, 1989.

Roudinesco, E.; Diccionario amoroso del psicoanálisis, Buenos Aires, Debate, 2018.

Roudinesco, E.; Freud en su tiempo y en el nuestro, Buenos Aires, Debate, 2015.



NOTAS

[1Freud, S.; “Charcot”, en Obras Completas, Vol. III, Buenos Aires, Amorrortu, 1991 pág. 19.

[2Didier-Huberman, G.; La invención de la histeria. Charcot y la iconografía fotográfica de la Salpêtrière, Madrid, Cátedra, 2015, pág. 117.

[3El coeficiente de curación estimado en 1862 era de 9,72 por ciento. Y ese año fallecieron 254 mujeres por –supuestamente- erotomanía, vicio, libertinaje, amor, malas lecturas, nostalgia, y causas desconocidas. Ver Didier-Huberman, ob. cit., pág. 24.

[4Roudinesco, E.; Diccionario amoroso del psicoanálisis, Buenos Aires, Debate, 2018, pág. 414.

[5Dice Freud en su necrológica a Charcot: “El gobierno, a cuyo frente estaba Gambetta, viejo amigo de Charcot, creó para él una cátedra de neuropatología en la facultad, a cambio de la cual pudo renunciar a la de anatomía patológica, y una clínica, junto con institutos científicos, anexos, en la Salpêtrière. «Le service de Monsieur Charcot» comprendía ahora, además de las antiguas dependencias asignadas a enfermas crónicas, varias salas clínicas donde también eran atendidos varones, un gigantesco consultorio ambulatorio (la «consultation externe»), un laboratorio histológico, un museo, una sección de electroterapia, otra de ojos y oídos, y un taller fotográfico propio; ocasiones, todas estas que he mencionado, para que los ex asistentes y discípulos quedaran ligados a la clínica de manera permanente con cargos fijos”. (Freud, S.; “Charcot”, en O. C. Vol. III, Buenos Aires, Amorrortu, 1991, pág. 18).

[6Freud, S., Ob. cit. pág.19.

[7Freud, S., Ob. cit. pág. 14.

[8Freud, S., Ob. cit. pág. 14.

[9Decía Charcot: “asistimos sin ansiedad, sin emoción a ese espectáculo singular con el que nos hemos familiarizado desde hace tiempo, viviendo en la convicción bien fundada de que un buen día, antes o después, todo volverá a su orden de forma espontánea”.

[10Didier-Huberman, G.; La invención de la histeria. Charcot y la iconografía fotográfica de la Salpêtrière, Madrid, Cátedra, 2015.

[11“El paradigma de “LA mujer histérica”, progresivamente abandonado en el transcurso del siglo XX, siguió ligado a un estado de la sociedad en el cual, para expresar su aspiración a la libertad, las mujeres no tenían otro medio que la exhibición de un cuerpo sufriente. Si a fines del siglo XIX las mujeres locas o medio locas procedentes de los arrabales parisinos habían servido de motivo para la elaboración de una clínica de la mirada –la de Charcot-, las mujeres vienesas, recibidas en el secreto de un gabinete privado, fueron las actrices protagónicas de la construcción de una clínica de la escucha: una clínica de la interioridad y ya no de la exterioridad”. Roudinesco, E.; Freud en su tiempo y en el nuestro, Buenos Aires, Debate, 2015, pág. 78.

[12“Nosotros surrealistas, queremos celebrar el cincuentenario de la histeria, el descubrimiento poético más grande de fines de siglo (…) La histeria es un estado mental más o menos irreductible que se caracteriza por la subversión de las relaciones que se establecen entre el sujeto y el mundo moral al que cree pertenecer, fuera de todo sistema delirante. Ese estado mental se basa en la necesidad de una seducción recíproca que explica los milagros prematuramente aceptados de la sugestión (o contra-sugestión) médica. La histeria no es un fenómeno patológico y puede ser considerada en todo sentido un medio de expresión supremo”. Citado por Roudinesco, E.; Diccionario amoroso del psicoanálisis, Buenos Aires, Debate, 2018, pág. 417.

[13Es lo que le objetará Hippolyte Bernheim, maestro de la Escuela de Nancy, quien concibe la hipnosis como sugestión y destaca el carácter psicológico y relacional de las patologías nerviosas, abriendo el camino a un abordaje psicológico de la histeria del que Freud tomará nota. Para Bernheim, las histéricas de la Salpêtrière realizan los síntomas y ataques ante el público médico porque oyeron hablar de ellos o los han visto en otras internadas. La idea de los síntomas histéricos se introdujo en ellas por sugestión, de modo que Charcot mismo produce los síntomas que presenta. Sus demostraciones tienen un aspecto de espectáculo teatral que ataca la dignidad de sus pacientes, sometidos a la influencia del Maestro.

[14Winocour, A., Augustine, Francia, 2012, 102´.





COMENTARIOS

Mensaje de Marisa Fuentes  » 1ro de noviembre de 2020 » marisaf2@live.com.ar 

Esa pulsión escopica que alentó la investigación "cientifica" en la Salpetriere no deja de causar estragos en los cuerpos en la actualidad.
Hoy el marco normativo impide exposiciones tan brutales como aquellas a las que hombres adultos sometieron esta adolescente de 15 años. Pero no muy lejos del fuero científico, la mirada de un Otro que observa sigue estando presente. Y esta mirada, hoy tampoco escucha pero dice, comenta y teoriza sobre los cuerpos (especialmente sobre los cuerpos feminizados).
Discursos médicos, mediáticos se han encargado de poner el ojo sobre los cuerpos en tiempos donde la imagen es reina.
La práctica objetalizante, no siempre luce así de "desnuda" y "burda" como en la Salpetriere, por lo que este rico análisis realizado por Laso, debiera significarnos actualizar los interrogantes sobre la dimensión ética de la observación, herramienta predilecta de nuestra disciplina.



Mensaje de Florencia González Pla  » 31 de octubre de 2020 » florenciagonzalez_07@hotmail.com 

Interesantísima lectura del film. El tratamiento de la histeria impartida por Charcot en términos de clínica de la mirada y a través de la hipnosis y la sugestión son abordados en el film de manera ejemplar. Retomando este pasaje del escrito:
“Sólo que Charcot mira pero no escucha. Aunque no es tan seguro no supiese. Freud recoge una anécdota de la que fue testigo y que le chocó: en una reunión social escuchó a Charcot decirle a su colega Paul Brouardel: ‘Pero en estos casos, es siempre lo genital, siempre, siempre, siempre...’ Freud en ese momento se preguntó: ‘Si lo sabe, ¿por qué no lo dice?’. Pero decirlo, ¿no convierte a su experimento hipnótico en un verdadero peepshow y a él mismo en maestro de ceremonias y titiritero?”
Comparto este pasaje de Lacan de su seminario "Los no incautos yerran", donde retoma algunos textos freudianos a propósito de la telepatía, el ocultismo y la iniciación. En la clase del 20/11/73 deja claro que el psicoanálisis responde a otra lógica, tal como Eduardo Laso propone a lo largo de su texto, en tanto se trata de la clínica de la escucha:
“El interés es lo que Freud, eventualmente, sabe subrayar muy bien; el único punto notable de los hechos llamados de ocultismo es que siempre conciernen a una persona a quien se aprecia, por quien se tiene interés. A quien se ama. Pero no hay cosa más concebible que tener, con una persona a quien se ama, algunas relaciones inconscientes. (…) Entonces, en esas pretendidas "informaciones" telepáticas, se trata también de dos cosas. Está el CONTENIDO de la información, y después está el HECHO de la información. El hecho de la información es, hablando con la mayor propiedad, lo que Freud rechaza. (…) En lo relativo al contenido de la información, no tiene nada que ver con la persona, con la persona de quien se trataría de tener una información. Sólo tiene que ver con el deseo del sujeto, en tanto que el amor no comporta sino demasiado esta parte de deseo. (…) hay sin embargo algo que se vehiculiza desde el sutil fondo de los tiempos, y que se llama la iniciación. La iniciación es aquello cuyos vestigios poseemos a título de ocultismo. Esto prueba simplemente que es lo único que, al fin de cuentas, nos interesa aún en la iniciación. (…) Todo lo que podemos vislumbrar de los famosos misterios está ligado a lo que en alguna parte alguien como Mauss había llamado "técnica del cuerpo"; quiero decir que lo que tenemos y nos concierne en ese discurso, tanto analítico como científico, incluso universitario, incluso del Maestro y todo lo que quieran... es que la iniciación se presenta a sí misma, siempre como esto: una aproximación que no se efectúa sin toda clase de desvíos, de lentitudes; una aproximación a algo donde lo que se abre, lo que se revela, es algo que, estrictamente, concierne al goce. (…) Hay quizás una ciencia del goce, si cabe la expresión. La iniciación en ningún caso puede definirse de otra manera. La única desgracia es que, actualmente, ya no quedan huellas, absolutamente en ninguna parte, de iniciación”.



Mensaje de sabrina Roxana Segovia  » 30 de septiembre de 2020 » sabrinaroxana16@gmail.com 

Tal como escribe Eduardo Laso, Augustine ingresa a la edad de 15 años a la Salpetriere por una serie de síntomas, que los médicos del lugar diagnosticaron como un caso de Histero-epilepsia.

Ahora bien, la Salpêtrière era una institución en la que también se recluían, prostitutas, pobres y vagabundos. Esto no es un detalle menor, porque, las clínicas psiquiatritas como las cárceles son instituciones que cumplen una función de control social. Según Basaglia, estas instituciones parecen cumplir la función de contención y del control de las desviaciones, o mejor dicho, el control de aquellos individuos a los que se consideran desviados. En ese sentido, para el autor antes mencionado si la “anormalidad”, las “desviaciones” y los “enfermos” no producen ni aportan al sistema que rige la sociedad, se toma como solución segregarlos con el supuesto objetivo de proteger a la misma.

La institución psiquiatrica de la Salpêtrière, no tenia en cuenta la singularidad de los pacientes que eran estudiados, de hecho Augustine le dice a su medico Charcot: “ud no me escucha”. Hubo que esperar a la llegada de Freud para comenzar a escuchar a estas mujeres y descubrir que la causa de aquellos síntomas no era orgánica.
Sin embargo, no podemos dejar de lado los argumentos en que se baso el Psicoanálisis para dar cuenta de la predisposición que tenia la mujer para contraer una Histeria.
Al respecto, Emilce Dio Bleichmar nos recuerda que el Psicoanálisis interpreto que la predisposición que la mujer tenia a la Histeria se debían a las consecuencias psíquicas de la diferencia anatómicas de los sexos. Esto es, que una vez que la niña descubría la diferencia anatómica de los sexos, desearía ser varón y eso la hace proclive a la contracción de una Histeria. Pero, cabe preguntar ¿No se trataría más bien de que fueron las visiones de algunos hombres hegemónicos, los que destinaron ciertas patologías al sexo biológico?