Inicio > Films > Cerezos en flor > La flor de los cerezos. Lo efímero de la vida

La flor de los cerezos. Lo efímero de la vida

por Gallino Fernández, Griselda

“– ¡Alto! Es un crimen. Demasiada crueldad. La mosca de mayo vive un día. Un sólo día de dolor. Un sólo día de pasión.
– Que vuele hasta el final. Su paraíso es eterno. Sólo un día para remediar. ¿Cierto?”

La vida es un conjunto de realidades, ninguna prevalece sobre las otras, lo que parece importante para algunos no lo es para otros. Cada cual da sentido a su realidad, y él es el único capaz de elegir las pinceladas, las notas musicales o los pasos de su baile. Este es el poder de las películas que se basan en lo cotidiano, el de poder contrastar esas realidades y dar una visión global de la situación.

Sólo Trudi sabe que Rudi, su marido, sufre una enfermedad terminal. En sus manos está decírselo o no. El médico sugiere que hagan algo juntos, algo que deseaban hacer hace mucho tiempo.

Trudi decide no contarle a su marido la gravedad de su enfermedad y seguir los consejos del médico. Convence a Rudi para que vayan a visitar a sus hijos y nietos a Berlín.

Pero cuando llegan allí, se dan cuenta de que sus hijos están volcados en sus propias vidas y no tienen tiempo para ellos. Y de repente, Trudi muere. Rudi se desespera y no sabe que hacer.

A través de una amiga de su hija se entera de que el amor que sentía Trudi por él la había apartado de la vida que ella hubiese querido llevar.

El mensaje de Trudi en la voz de su amiga es estremecedor y paradójicamente esclarecedor sobre la dinámica conyugal que los sostuvo juntos: “Siempre quise ir a Japón con él. Ver el Monte Fuji y las flores del cerezo. No me imagino viendo algo sin mi esposo. Sería como no ver nada. ¿Cómo podría vivir sin él?”

Una dolorosa respuesta de Rudi, embriagada de melancolía, nos permite resumir la vuelta de tuerca que lleva esta historia a la mismísima Tokio para trazar un plausible, a menudo estremecedor cuadro de redención y acostumbramiento a la soledad y la pérdida: "¡Extraño tanto a mamá! Después de huir lejos para no depender tanto de ella. Y ¿a dónde fui? Al lugar que ella siempre quiso ir.”

Este es el momento es que Rudi empieza a ver a su esposa con una mirada nueva y promete compensarla por haber desperdiciado su vida.

Así que se embarca en este último viaje a Tokio, que celebra el festival de los cerezos en flor, un canto a la belleza, la transitoriedad y a los nuevos comienzos.

En esta película se palpa la emoción, la filosofía, el arte, la estética, la misticidad, las relaciones humanas, el silencio, el contraste cultural, la fantasía y la moraleja. Todos estos aspectos están muy bien entrelazados y nos dan una visión muy amplia sobre el sentido de la existencia para el personaje principal, que viaja desde el aislamiento voluntario en un esquema de vida, hasta la inesperada e involuntaria soledad.

Este hombre atardece perdido, pero la vida y su inercia amanecen y le empujan a rencontrarse dentro del vacío y ver como nunca todas las pequeñas cosas que siempre estuvieron y que nunca vio, y así justificar los pasos dados y los que le acompañaran hasta su fin.

El cuerpo de Rudy sigue su propia sombra explorando el espacio con lentitud, camino de la oscuridad, para enseñarle por fin dónde está su amada Trudy.

La montaña permanece inmóvil, pero las nubes pueden jugar a esconderla. O la fe, o la espera. La fe en la espera borrará la sombra.



NOTAS