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Carne, máquina y sexo

por Gallino Fernández, Griselda

‘Crash’ se inicia con una de las escenas más provocadoras y representativas de la película. Con uno de esos lentos travelling invita al espectador a mirar… En el hangar de un aeródromo tiene lugar el primer encuentro sexual del film, quedando ya de manifiesto el inusual comportamiento de los protagonistas. Vemos a una mujer (Unger) apoyada en el morro de una avioneta, excitada con el contacto del metal, mientras un hombre al que no vemos el rostro llega y la somete por detrás. Acto seguido nos encontramos en un estudio de televisión donde se requiere la presencia del director, James Ballard (Spader), quien está ocupado en su despacho penetrando a su secretaria, también por detrás. La mujer del principio, Catherine, es la esposa de James, y ambos encuentran estimulante el relato de sus respectivas aventuras extraconyugales. Cronenberg ha revelado que si repite esa forma de realizar el coito es porque ayuda a entender la relación que tienen los amantes. Es un acto que denota cierto distanciamiento, cierta impersonalidad. Catherine se convierte en un objeto, y se ofrece a James de la misma manera que a un extraño cualquiera.

Si esto fuera un melodrama corriente, el matrimonio hablaría de banalidades, comería en silencio y evitaría cruzar miradas. Tienen problemas, parecen necesitar algo que el otro no acierta a darle. Podemos buscar el origen en esa frialdad que parece dominar su existencia, en la manera en la que observan a los demás, a lo lejos, desde el balcón de su apartamento, en un mundo representado por esa inmensa carretera donde la persona es un automóvil. Una noche, James sufre un grave accidente de tránsito que le alterará profundamente. Se despista al volante y estrella el coche contra el de un matrimonio; el otro hombre fallece al no llevar puesto el cinturón de seguridad y su esposa, con un pecho al descubierto, se queda mirando a James. En un solitario hospital, Catherine parece fascinada por las heridas que ha sufrido su marido, pero él la rechaza, la situación no le excita en absoluto. Dolorido, con heridas por todo el cuerpo y una pierna casi inservible (la desagradable imagen de la carne atravesada por los hierros parece adelantar el inevitable cambio interior, su nueva naturaleza), James deambula por pasillos desiertos hasta encontrar a Helen (Hunter), la mujer que ha dejado viuda, y Vaughan (Koteas), un misterioso individuo lleno de cicatrices que desea fotografiar sus lesiones.

Fuera del hospital, James empieza sentirse diferente, parece haber adquirido una nueva sensibilidad hacia los automóviles, está más inquieto pero no puede evitar querer conducir de nuevo. Busca su destrozado sedán y lo inspecciona con suma curiosidad en el mismo aparcamiento donde vuelve a encontrarse con Helen, que ha ido a hacer lo mismo que él, llegando a mostrarse especialmente interesada en palpar las heridas de la máquina. James compra otro coche exactamente igual que el anterior e inicia una relación con Helen, que básicamente consiste en tener sexo en los asientos del turismo. Ella confiesa que solo lo hace ahí dentro, con la posibilidad de ser vistos por cualquiera. Acompañado por Helen, James vuelve a ver a Vaughan en un morboso espectáculo donde se reproduce el accidente que acabó con la vida de James Dean; en otra escena, Vaughan confiesa que siempre deseó conducir el vehículo de algún famoso muerto en la carretera, un coche con su propio pasado macabro. Así descubrimos a unas personas que se reúnen para observar y planificar accidentes, mientras se tocan. Comparten una particular parafilia, se excitan con los coches, y especialmente con las colisiones, con esa veloz e implacable explosión de carne y tecnología que deja un rastro de sangre, humo, metal y muerte.

En un ¿futuro? donde las personas están cada vez más desconectadas emocional y físicamente, un choque abre nuevas posibilidades. En ‘Crash’, las escenas sexuales y las colisiones automovilísticas llegan a confundirse (Helen dice que lo siente como una misma experiencia). Así, abordar a alguien por detrás sería como embestir la parte trasera de su coche, como cuando Catherine es perseguida por Vaughan, y más adelante por su marido. Y el accidente coincidiría con el orgasmo, cuya intensidad variaría dependiendo del peligro y el daño provocado (de ahí el diálogo “la próxima vez, cariño”), poniendo en relación el sexo y la violencia, el placer y el dolor. Esto se manifiesta con claridad en dos encuentros sexuales, el de James con Gabrielle (Arquette, con esas prótesis mecánicas y una extraña cicatriz con forma de vagina que la convierten en otra criatura típicamente “cronenbergiana”), y el de Vaughan con Catherine (su marido actuando como voyeur), cuyo cuerpo queda tan herido como si hubiese sufrido un accidente. No por casualidad, James la acaricia por primera vez con cuidado y afecto. ¿Amor?

También llama la atención cómo los personajes de ‘Crash’ no diferencian entre hombres y mujeres, se relacionan entre ellos con total libertad, siempre que haya algún automóvil implicado, claro; hay una escena lésbica entre Helen y Gabrielle (un poco sosa, actuada sin mucha convicción) y también se consuma la tensión sexual entre James y Vaughan, rematada con una colisión de sus coches (curiosamente chocan sus partes delanteras). Este último encuentro parece marcar la conversión definitiva del protagonista, como si ya hubiese superado la última prueba y estuviese listo para suplantar a Vaughan (quien encuentra su inevitable destino). ‘Crash’ cautiva por su atrevimiento y perversión, por los inusuales personajes y por las poderosas imágenes. El accidente de tránsito es un acto más fertilizante que destructivo.



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