Inicio > Films > Danny, the dog > Conductismo y apropiación: Un sujeto supuesto al aprendizaje

Conductismo y apropiación: Un sujeto supuesto al aprendizaje

por Ormart, Elizabeth

Denme cien chicos sanos y mediante un adecuado condicionamiento podré hacer de ellos, de uno un sacerdote, de otro un ladrón, de otro un artesano eficaz.

John Watson

Introducción

Este film nos ofrece la posibilidad de reflexionar acerca de varias cuestiones nodales de la relación entre ética y educación: el supuesto de aprendizaje que orienta las acciones del educador, la concepción del sujeto que subyace a tales aprendizajes y el papel de lo singular, mediado por la introducción de la música, subvirtiendo tal dimensión de aprendizaje. Por otro lado, se patentiza el lugar central de la familia en la constitución subjetiva del niño y la imposibilidad de constituir un referente parental desde la usurpación del lugar paterno. A partir de la operatoria del personaje de Bart, se establece un paralelo con los apropiadores de niños en la última dictadura militar en Argentina.
¿Qué sujeto supuesto al aprendizaje sostiene el conductismo a ultranza de Bart? ¿Qué posibilidades se abren para el sujeto cuando es alojado en su singularidad?

El sujeto supuesto al aprendizaje

En relación con la teoría de aprendizaje supuesta, el film nos confronta con prácticas de adiestramiento propias de un conductismo a ultranza. Tal como lo señala el título del film, el entrenamiento de Danny es equiparado de manera explícita al de un perro. ¿Qué diferencias hay entre el adiestramiento del perro de Pavlov y el adiestramiento de Danny? A partir del aprendizaje asociacionista, el perro de Pavlov responde de manera condicionada con la salivación al escuchar un determinado timbre musical. Danny, al percibir que su “dueño” le saca el collar, responde con el ataque. En los dos casos está presente el modelo asociacionista de estimulo respuesta. Dicha asociación se lleva adelante a partir del reforzamiento de la relación entre ambos términos. Bart, el dueño de Danny, refiere en varios momentos del film, la frase que le repetía su madre: “Tómalo desde pequeño y verás que las posibilidades son infinitas.” Siguiendo esta sugerencia, Bart entrena a Danny desde que tiene cuatro años como su perro de ataque y lo convierte en una máquina de matar. Este animal, sumiso a las órdenes de su amo, le prodiga buenos dividendos y escasos problemas. El perro de Pavlov y el perro de Bart obedecen, casi involuntariamente, al condicionamiento.

Danny sólo sale de su mutismo animal para preguntar por su madre. Bart le responde entonces que ella había sido una prostituta que lo abandonó y que si él sobrevivió fue debido a la bondad de Bart. Se monta así una historia fraudulenta que día y noche paraliza a Danny en su cucha, apenas acompañado de un libro infantil y un osito de peluche como únicos objetos transicionales. Objetos que han logrado migrar de una vida pasada, ajena y olvidada.

A través de lo que se dio en llamar el “manifiesto conductista", el psicólogo norteamericano John Watson (1878-1958) postuló su teoría en términos pretendidamente científicos y objetivos. Watson sostenía que la psicología debe ser científica, para lo cual ha de ajustarse a los criterios y métodos de las ciencias biológicas y en última instancia de las físico-químicas. El objeto, para que sea medible, observable y verificable ha de ser un objeto ajeno al informe introspectivo de los sujetos. No puede ser otro, entonces, que la conducta, y su método es la observación del comportamiento humano. El sujeto pierde así su subjetividad para adoptar una objetividad neutral y científica.

Watson fue un psicólogo empecinado en convertir a la psicología en una ciencia según el modelo de las ciencias físico-químicas y de las ciencias biológicas, tomando a aquéllas como base de su razonamiento. Su tesis de doctorado se ocupó de la complejidad creciente de la conducta de las ratas. Del adiestramiento de las ratas en el laberinto, al adiestramiento de lo humano en las instituciones educativas, hubo sólo un paso. La película The wall (Alan Parker, 1982) mostró en su momento los estragos subjetivos que ocasionó el conductismo watsoniano llevado a las escuelas inglesas –recordar las imágenes célebres del film, en el que una gran maquinaria se alimentaba de la diversidad subjetiva para triturarla y homogeneizar a los alumnos en una masa amorfa-.
Watson era poco conocedor de filosofía y de epistemología, lo que le impidió examinar con profundidad los supuestos que estaban implícitos en sus postulados.

A pesar de su desinterés por el tema filosófico, en algún momento expresó cierta admiración por el empirismo inglés, aquella corriente del pensamiento filosófico que considera que la experiencia es la base del conocimiento. No sólo desde el punto de vista de la ciencia, sino desde el punto de vista subjetivo, a la conciencia -el pensamiento, la reflexión humana-, se la considera basada en los datos suministrados por la experiencia sensible. En palabras del propio Watson:

“...para explicar las conductas no necesitamos más que las leyes ordinarias de la física y de la química. Al igual que en estas ciencias, hay en la conducta muchas cosas que no podemos explicar, mas donde terminan las experiencias objetivamente verificables comienzan las hipótesis y las teorías, pero incluso las teorías y las hipótesis deben ajustarse a los términos de lo que ya se conoce acerca de los procesos físico químicos”.

¿Cómo define entonces Watson a la psicología? Como una rama objetiva y experimental de la ciencia natural, cuyo objeto es la conducta humana. La psicología así concebida no tendría ningún problema en definirse como ciencia, porque simplemente es una rama de las ciencias natu¬rales.
Sus postulados fundamentales se derivan de lo que antes hemos mencionado:

1) toda conducta se compone de respuestas objetivamente analizables; una conducta humana compleja puede ser analizada en unidades de respuesta simples, cada una de las cuales es a su vez objeto de un análisis en términos de estímulo-respuesta, incondicionados y condicionados.

2) la conducta siempre se compone de movimientos musculares y secreciones glandulares, es decir que en última instancia puede ser entendida como procesos físicos y químicos.

3) las respuestas desobedecen a un estricto determinismo: a todo estímulo sigue una respuesta y toda respuesta es respuesta a un estímulo, de modo tal que pueden establecerse relaciones causales casi mecánicas entre estímulos y respuestas.

4) los procesos de conciencia no pueden ser estudiados científicamente.

Evidentemente, Watson estaba convencido de que los seres humanos llegarán a ser aquello que su ambiente les imponga. Esta concepción, por supuesto, tiene efectos sobre cómo entender el problema de la responsabilidad humana, de los valores, de la libertad, e incluso de la ética, porque en la medida en que se sostiene un determinismo extremo entre estímulos y respuestas, no existe el libre albedrío. Nunca se hace algo por decisión libre sino que se hace algo que se está condicionado a realizar. Si no hay responsabilidad, no hay libertad y definitivamente no hay un sujeto que responda sino solamente un animal más o menos adiestrado.

El ser humano se nos presenta entonces, como ser acabado, consumido en una serie de condicionamientos encadenados.
Frente a este sujeto clausurado en la maquinaria de una animalidad automatizada, el film Danny, the Dog nos presenta, de la mano del azar, una puerta de entrada a lo humano como posibilidad a ser conquistada.

La humanidad sólo se conquista en el contacto con otro. El ser humano, sostenía Hegel en su famosa obra La fenomenología del Espíritu, se transforma en autoconciencia cuando es reconocido por otro. La dialéctica del Amo y del Esclavo, nos coloca en el abismo del pasaje de lo animal a lo humano, que se encuentra definido por el deseo, que siempre es deseo de reconocimiento.

Danny transita de perro a humano, no sólo porque, la humanidad estaba en él encerrada como potencia sino porque produce un pasaje cualitativo de esclavo a Amo. En términos hegelianos, deja de ser un ser para otro y conquista su Ser para sí:

“Tenemos dos figuras contrapuestas de la conciencia, una conciencia independiente que tiene por esencia el ser para sí ; la otra, la conciencia dependiente cuya esencia es la vida o el ser para otro; la primera es el Señor, la segunda el siervo” (Hegel, 1966:117)

Danny abandona el lugar de perro de Bart y movido por el encuentro con Sam busca el reconocimiento en ese otro que encarna el objeto perdido de su deseo.

El pasaje de perro a humano

Aquí se nos presenta el lugar central que tiene el Otro primordial en la constitución de lo humano. Y este lugar nos llega de la mano de la música.

La música es una puerta al pasado y al futuro de Danny. Sin este encuentro azaroso e incalculable no se habría abierto una vía para la reedición, en su propio cuerpo, de la sensibilidad dormida y atrincherada bajo el yugo asfixiante de lo animal.
Sam, el ciego, que como en la tragedia griega [1] resulta ser quien ve lo propiamente humano de Danny, trabaja afinando pianos. Este encuentro no calculado, pone a Danny en la pista de algo que permanecía enterrado dentro de él. No sabe por qué pero de pronto quiere un piano. Es la primera vez que quiere realmente algo. Pero su amo desestima este pedido -cualquier otro objeto sería mejor para un perro.

Inesperadamente, un accidente automovilístico libera al hombre perro quien se encamina entonces en busca del ciego afinador de pianos. Él y su hijastra, Victoria, le ofrecerán el reconocimiento como autoconciencia que le permitirá a Danny abandonar su condición animal e ir en busca del enigma encerrado en su pasado. Busca a su madre, envuelta en el sonido de las notas del piano.

Es la música la que lo lleva al encuentro con su madre, a la textura de su piel, a su olor, a sus caricias, a su dulzura, a los juegos compartidos. A ese primer Otro que libidinizó su cuerpo, que lo inundó de placer y alegría. Es a través de la música que Danny recupera en su cuerpo, en su sensibilidad, algo de lo real perdido. La perdida experiencia de satisfacción se reedita en un momento y abre la memoria hacia la perdida del objeto en lo real.

El cuerpo de su madre estalla bajo la bala de Bart, que decide robar al pequeño Danny y adiestrarlo como su propia mascota. Le roban su madre, le roban su historia, le roban su humanidad. El cruce de miradas entre Danny y su madre se desvanece en un charco de sangre que clausura como efecto traumático toda huella que la recuerde. Pero si bien la represión ha operando enviando al fondo de su memoria todo rastro, hay algo que se actualiza en el recuerdo por la vía de la música. Un recuerdo cargado de afecto y sin palabras, es ahora releído y contorneado por el significante. En esta operatoria hay una pérdida que posibilita la palabra y a partir de allí un deseo que se constituye y lo subjetiviza.

La música es la puerta a su pasado, para reeditar en la memoria, lo que nunca se pudo borrar; la música es la puerta a su futuro, para crear un sujeto deseante capaz de aprender desde su singularidad. A partir de aquí, Danny se reinstituye como sujeto con otros que se vuelven su familia, recuperando por esta vía un lugar propiamente humano.

Familias y pseudofamilias

Un último apartado sobre el que nos invita a reflexionar el film es el papel de la familia, en la constitución subjetiva. Bart al igual que muchos de los apropiadores de la última dictadura militar en Argentina, mató a la madre de Danny y se quedó con él, como botín de guerra. Le inventó una historia fraudulenta sobre su pasado. Esta mentira presenta a Danny como un niño abandonado que fue rescatado por el benévolo Bart, quien se presenta como su tío y protector que busca educarlo por su propio bien. Se constituye entonces en “la única familia” que el niño tiene. Este hombre asesino y usurpador del lugar paterno sólo puede devenir en una pseudo-familia para Danny. Constitución de una farsa, que vela y revela lo contingente de esa unión.

En el entorno familiar de Sam y su hija, Danny experimenta la riqueza de una verdadera familia. Sam respeta sus tiempos, su privacidad, lo trata como un sujeto y le da en todo momento su propio lugar. Inclusive cuando Danny dice escuchar “en su corazón” el sonido de una música, que le viene como emisaria de su pasado. Danny siente en todo momento que la música le dice algo sobre su verdad, sobre su historia. Desconfía de la farsa montada por Bart. Desconfía de su supuesta bondad. Esta verdad que se sostiene como núcleo no contaminado por la siniestra telarañas de mentiras se instala en ese momento en que el sujeto puede escucharla. La historia de Danny nos habla de otras tantas historias de hijos de desaparecidos que, por ejemplo, no se reconocen en los nombres dados por sus apropiadores, no se reconocen en sus ideas. Y se preguntan como lo habría hecho Danny: “¿cómo un supuesto padre (tío) podría tratar así a un hijo? Y dije ¿y si no es mi padre? ¿Por qué yo pienso (siento) distinto que él?” [2]

Victoria y Sam lo acompañan en esta búsqueda de la madre perdida en la memoria. La reconstrucción de su historia se contrapone a las sucesivas mentiras que Bart había inventado para tapar su propia inconsistencia. En ese entramado familiar Danny recupera su propia historia, encuentra una familia y conquista su humanidad.

Referencias

Hegel, G. (1966) La fenomenología del Espíritu México: FCE

Cabandie, J. (2004) Nunca tuve nada, siempre me faltaba algo. En Página 12.del 28 de marzo de 2004.

Ormart, E (1999) El Otro institucional: Mitos y utopías. Facultad de Psicología. UBA.

Watson, J., (1984) ¿Qué es el conductismo?, La vieja y la nueva psicología en oposición, separata, Paidós, colección TU, Bs. As.



NOTAS

[1Me refiero a Tiresias. En la mitología griega, Tiresias (en griego antiguo Τειρεσίας) fue un adivino ciego de la ciudad de Tebas y junto con Calcas, es uno de los dos adivinos más célebres de la mitología griega. En la tragedia Antígona él tiene un papel central reconociendo que el acto de Antígona responde a una ley divina. Ubicando de este modo su acto, no como un capricho sino a favor de la ley.

[2Esta frase está extraída de un reportaje a Juan Cabandié. Hijo de desaparecidos, quien había nombrado por su madre como “Juan”. Aunque había sido llamado siempre de otra manera por sus apropiadores, él sólo quería llamarse Juan, sin saber porqué, sin sentido previo. Así como Danny escuchaba en su corazón la música, sin explicación. Hasta que la verdad se produce y ese núcleo sepultado en el sujeto emerge y otorga un nuevo sentido a toda su historia.