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La dimensión del deseo a través de la restitución de identidad

por Kosiner, Fernando

Resumen

La película relata la historia de Anna, una joven novicia que antes de tomar sus votos es enviada a conocer a su única pariente viva, su tía materna, Wanda Cruz, una jueza del régimen estalinista en Polonia. A través de ella conocerá su verdadero nombre: Ida, su origen judío y la tragedia de su familia. En el transcurrir del film observamos la transformación de la tímida novicia, en la joven que carga los restos de sus padres en su abrigo para darles la sepultura final.
El análisis del film “Ida” se presenta como un escenario para poder indagar el advenimiento del sujeto y el (re)encuentro con el deseo a través de la restitución de su identidad. El trabajo recorre la relación que Freud plantea entre los ceremoniales y los rituales propios del padecer neurótico obsesivo, la represión de la sexualidad y la obediencia dentro de la institución-convento como acción propia del poder disciplinario y el vínculo con la represión de la sexualidad a través de prácticas de poder sobre el cuerpo. Por último, se vincula el argumento del film con el soporte de la dialéctica hegeliana en relación al acto ético de Ida, que posibilita esta transformación en el personaje.

Palabras Clave: Ida | Deseo | Restitución | Identidad

Yo quisiera saber si el hijo perdido renació y murió

en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera

como una criatura o un perro, los padres y la casa

Jorge Luis Borges, El cautivo

Introducción

La historia que narra la película transcurre en Polonia, en 1962. Se trata de un territorio devastado por la segunda guerra mundial. Ya han pasado más de 15 años desde que el país y su población fuera arrasado por los nazis y ha quedado bajo dominio soviético, luego del contraataque del ejército rojo. La escenografía donde se desarrolla el film son las ciudades, las casas e incluso las familias, destruidas y despojadas por la guerra. Persiste la herencia siniestra y las cicatrices del horror transitan por cada uno de los personajes de forma silenciosa. El blanco y negro sobre el que está presentado el film, los planos utilizados, los breves y escasos diálogos, trasladan estos sentimientos al espectador y lo hace circular entre los personajes.

La película puede subdividirse en tres partes. En la primera de ellas se muestra a Ida en el convento, como una joven novicia dispuesta a tomar los votos para consagrarse monja y dedicar su vida a la clausura y la fe, hasta que es enviada a conocer a su tía Wanda. Una segunda parte en la que la joven emprende junto a su tía una búsqueda para develar el lugar en el que han asesinado y enterrado a sus padres durante la ocupación nazi, hasta que logran recuperar sus restos y los sepultan en un cementerio del pueblo natal de su madre. En la tercera y última parte, Ida vuelve al convento a tomar sus votos, pero afirma no estar lista para asumir ese compromiso. Un último momento del film nos muestra a Ida sola en la ciudad, luego del suicidio de su tía, y entablando relación con Lis, un joven músico conocido en el viaje iniciático. Finalmente Ida emprende su propio camino.

Restitución de identidad: De Anna a Ida

Al comienzo de la película, Anna (Ida) se presenta en la casa de su tía Wanda. “Soy su sobrina” le dice apenas le abre la puerta. A continuación, ambas están en la cocina de la casa, luego de una breve introducción donde el interés de Wanda es saber cuánto conoce su sobrina acerca de su reputación, se da el siguiente diálogo:

Así que eres una monja judía...

(Silencio) ¿Quién?

Tú, eres judía. ¿Nunca te lo dijeron? (Silencio)… Tu verdadero nombre es Ida Lebenstein. Eres hija de Haim Lebenstein y Róza Herc. Naciste en Piaski, cerca de Lomza.

Seguidamente Wanda trae una foto donde le señala a Ida y su madre, juntas. Y le dice “aquí terminó nuestra pequeña reunión familiar”. En esta primera escena de ambas protagonistas quedan planteados ciertos ejes del film: el desconocimiento de Ida respecto de sus orígenes, así como la posición subjetiva de Wanda (que luego retomaremos), la restitución de la identidad de Ida, el reencuentro con su trama generacional y el deseo de sus padres. Kletnicki (2000) afirma respecto a los niños apropiados por la dictadura militar que “es un delito que comienza con la desaparición del niño que debió ser, de la historia, del deseo que lo esperaba, y extiende sus consecuencias en la interrupción de la trama generacional que funda el orden humano” (p.46). Esta ruptura se constituye entonces como una ruptura colectiva, ya que son “niños que han quedados perdidos en el entramado generacional” (p.46). Algo similar ha acontecido con Ida y gran parte del pueblo judío en la segunda guerra mundial, entre el éxodo y la shoá.

Asumir su identidad, su verdadera identidad, permitirá a Ida el cese del efecto siniestro, la interrupción del patrimonio mortífero, e inscribir su historia en la trama generacional de su familia, para cerrar el círculo dando sepultura a los restos de sus padres y su primo. En este sentido, la restitución de la identidad se constituye como una pieza clave para acceder a la dimensión del sujeto. Posibilitar el encuentro con el deseo que le dio origen, es un camino para hacer lazo con su legítima posición subjetiva y su propio deseo.

Como ejemplo se puede mencionar que a Ida le es posibilitada la identificación con su madre, a través de dos elementos que su tía le cuenta acerca de ella. Primero, le pregunta sobre su color de pelo, si es pelirroja como su madre. El velo de novicia oculta este rasgo identificatorio, ocultando asimismo su ser judío. El segundo rasgo es la veta artística, cuando Wanda comenta sobre los vitrales que gustaba componer su hermana para colocarlos en el establo junto a las vacas, se puede pensar en cierta relación especular con la imagen del principio de la película (Ida pintando el Cristo). La escena en la que por primera vez visitan la casa familiar, Ida se quedará petrificada ante ese vitral, viendo quizás a través de él, la fragmentación de la realidad que ha tenido hasta ese día, en que algo del pasado y del presente ponen en vilo a la protagonista y a lo que hace alusión el epígrafe con el que se apertura este trabajo.

Convento: del ceremonial al advenimiento del sujeto

En el texto Acciones obsesivas y prácticas religiosas (1907), Freud realiza un paralelismo entre el ceremonial religioso y los rituales neuróticos. Es interesante pensar en esta relación a los fines de ilustrar la modificación en el comportamiento de Ida en los dos momentos del film en que ella se encuentra en el convento, siendo Anna, y ya hacia el final, siendo Ida. Es decir, antes y después de haber transitado el camino de la restitución de su identidad.

En el trabajo mencionado, Freud caracteriza que “el ceremonial neurótico consiste en pequeñas prácticas, agregados, restricciones, ordenamientos, que, para ciertas acciones de la vida cotidiana, se cumplen de una manera idéntica o con variaciones que responden a leyes” (p.101). Asimismo, destaca que “la particular escrupulosidad de la ejecución y la angustia si es omitida singularizan el ceremonial como una acción sagrada” (p.102). Si bien la tesis freudiana nos conduce por el camino de la conciencia moral, el paralelismo con el film estaría dado por las prácticas religiosas de Ida en el convento al principio de la película. Las mismas tendrían como objetivo obturar el deseo, velar el síntoma, negando así la dimensión del sujeto y su subjetividad dentro de la institución, que es precisamente donde transcurre la vida de Ida hasta ese momento.

En este sentido, también Freud (1907) advierte que los ceremoniales obsesivos y las prácticas religiosas tienen la finalidad de luchar contra la tentación y la culpa. El ceremonial entonces se caracteriza como una medida protectora, de defensa o aseguramiento, pero velaría para el sujeto cierta dimensión respecto de su relación con el deseo. En este sentido, Schejtman (2012) afirma que “El deseo humano, insiste Lacan desde su época hegeliana, no es solamente desear algo, es desear el deseo de Otro” y agrega que “se verifica en relación con los obstáculos que genera la neurosis obsesiva en cuanto a la puesta en juego del deseo” (p. 126) En otras épocas de su obra también Lacan, había observado que el obsesivo reduce el deseo a la demanda del Otro [1]. Este Otro, en el caso de Ida, representado a través de la religiosidad, el convento y el Cristo, al cual ella accede a través de sus prácticas religiosas en el marco de la institución. La primera escena que nos muestra el film es la de la novicia pintando el cristo, en una relación especular, que podemos interpretar como que aquello que sucede en el convento, acontece en el registro imaginario.

Las acciones en las que se ve a Ida en esta primera parte del film son cuando está pintando con detalle y dedicación un Cristo de madera que será colocado en la entrada del convento, luego el transporte del Cristo a modo de peregrinación, el rezo, el ceremonial de la comida con las monjas y la madre superiora. Todas las escenas que se detallan son interpretadas por los personajes que la componen de manera coordinada y bajo una conducta normativa. Podríamos caracterizarlos como actos regulados y situados en el campo del Otro.

Advertimos entonces sobre este procedimiento de realización de actividades ceremoniales dentro del convento, como una forma de obturar el deseo, como forma de eclipsar la subjetividad del sujeto. Tal como ha enunciado Michel Foucault, existen diversas formas de encauzamiento de las conductas basadas en las prácticas desarrolladas en el mundo institucional. Uno de los mecanismos utilizados para modelar las conductas, bajo la órbita del poder disciplinario que trabaja este autor, ha sido el de la clausura institucional. Asegura Foucault en Vigilar y Castigar que “la disciplina exige la clausura” (p.164) aludiendo al modelo que tomaron los colegios en el poder disciplinario, basando su funcionamiento en los conventos, la distribución de los espacios como una forma de proceder al moldeamiento de los cuerpos y la normatividad de las conductas. El autor agrega que “la disciplina es, en el fondo, celular. Soledad necesaria del cuerpo y del alma, decía cierto ascetismo, debe por momentos afrontar solos la tentación y la severidad de Dios.” (p. 166).

Por su parte, Judith Butler (2001), aporta en este sentido que “La transformación del alma en un marco exterior encarcelador del cuerpo vacía, por así decir, la interioridad de éste, convirtiéndola en una superficie maleable que recibe los efectos unilaterales del poder disciplinario” (p.99). El convento opera en Anna de esta manera, modelando su conducta para la sumisión a un Otro, para la dependencia y devoción total a la figura de Cristo. La autora agrega que “Ningún individuo se vuelve sujeto sin comenzar por ser subordinado o pasar por un proceso de subjetivación (...) El término "subjetivación" comporta en sí mismo la paradoja: designa a la vez el devenir sujeto y el proceso de sujeción” (p. 89). Para Ida no se realizaría tal proceso de subjetivación por fuera de los límites del convento, sin embargo, serán las mismas autoridades las que le impondrán ir a conocer a su tía, a su única familiar, antes de tomar la decisión crucial y someter el resto de su existencia a los votos de “pobreza, castidad y obediencia”, como lo hacen sus compañeras novicias.

Todos los rituales del primer tiempo en el convento son eclipsados en el segundo tiempo, cuando regresa para finalmente tomar los votos. Allí Ida ya no cumple con los rituales. Se ríe durante la cena llamando la atención de las demás monjas presentes, observa erotizada la imagen de sus compañeras novicias bañándose al verter agua sobre sus cuerpos. Es entonces cuando el espectador vislumbra que Ida escapa a la lógica del comportamiento de la clausura, así como de las conductas rituales a las que estaba sumida. En ese segundo tiempo, adviene Ida, con su propia subjetividad, anudando su deseo a su identidad. Se puede pensar en este momento como en el que surge la interpelación. El ritual ya no cumple el rol que antes le estaba destinado. Ida escapa al ritual, ella lo sabe, ya que decide no tomar sus votos, porque ya no es la novicia que abrazaba al Cristo antes de dormir.

Hay una escena que nos aporta elementos para pensar en la nueva posición subjetiva de la protagonista. Es aquella en la que Ida sale furiosa de su habitación del hotel, luego de una discusión con su tía Wanda. La composición del plano nos invita a pensar en que Ida está atravesando su espacio imaginario. Se observa que desciende por las escaleras dirigiéndose a un subsuelo donde se hallan los restos de una fiesta sobre el suelo. Parece haberse sumergido en un escenario pulsional. Ya no suena una música alegre y festiva, sino un jazz de los años 60, Naima de John Coltrane, una música de otras tierras, prohibida incluso en el régimen estalinista. Ida observa, conmovida, a los músicos ejecutando la melodía que la moviliza profundamente. La canción termina, Lis (el muchacho que ha conocido en el viaje) le pregunta si le gustó, ella asiente, “Me gustó mucho”. Existen en esta escena elementos de lo prohibido, tanto en la música que suena al final de la fiesta, como en la conversación que la novicia y el joven músico mantienen a solas, en la noche mientras todos duermen. Es la primera conversación que ambos tienen sin testigos. Hallamos en esta escena un punto de inflexión en el comportamiento de Ida, como si se hubiera puesto en juego su propio deseo, el atravesamiento de su espacio imaginario, su zona de confort, a solas con su Cristo y el encuentro con otro que permitirá un despliegue simbólico para lograr otro posicionamiento subjetivo, que también se verá reflejado posteriormente en la elección de su propio camino. A partir de este momento del film Ida comenzará a tener otra iniciativa, a la par que irá mermando la postura firme de Wanda, como se analizará en el siguiente punto.

Tríada hegeliana: el acto ético de Ida

Para abordar la dimensión del deseo en Ida, también es necesario remitirse al acto ético que ella realiza. Para ello tomaremos los aportes de Ignacio Lewkowicz del texto Paradoja, infinito y negación de la negación (2004) quien plantea tres momentos en la realización de todo acto ético, al cual define como “un acto que introduce un plus en el mundo”, y agrega que “el acto ético es un acto existencial, da existencia (..) crea el saber” (p. 3). El autor plantea que existe un primer momento en que el sujeto moral colapsa. Afirma:

“…la paradoja moral deja a un sujeto desnudo y a los gritos. Está recién nacido. Ningún recurso previo lo orienta desde este momento (…)La ley sobre la que estaba sostenido el sujeto se cayó, lo abandonó (…) Nada es igual desde allí. El retorno puede ser al costo de negar algo que es esencial, que pasó y quebró todo lo que esta ley sostenía.” (p. 2).

A pesar de su cuestionamiento, a la novicia le es impuesto que debe ir a conocer a su tía antes de tomar los votos. En el encuentro con ella, cuando le es revelada su verdadera identidad, se gesta una nueva singularidad, que ha ensanchado los límites del universo existente. Ida queda atónita frente a esta situación, sin comprender de qué se trata, “resulta que ahora soy judía”, afirmará en un pasaje posterior.

Luego de conocer la historia de la familia, ambas protagonistas comienzan a generar un vínculo. Ida decide emprender un viaje a su ciudad natal para visitar la tumba de sus padres. Lewkowicz plantea que existe un segundo momento de la dialéctica hegeliana en el que “un acto instaura algo”, y agrega que “No hay alguien todavía, pero hay algo” (p. 3). Ida es advertida por Wanda que no puede ir a visitarlos, ni siquiera se sabe dónde han sido asesinados, le aclara que “no tienen tumbas, ni ellos ni ningún otro judío, nadie sabe dónde están sus cuerpos”. A pesar de ello, Ida desea averiguar y saber el lugar donde yacen sus padres. Esta decisión de Ida es la que podríamos caracterizar como un acto ético, ya que constituye un acto que entraría en el terreno de lo universal-singular. En esta búsqueda cuenta con la ayuda y la firmeza de Wanda, que luego nos enteraremos que también un hijo suyo vivía con la familia de Ida y que no fue rescatado, junto a su prima, por poseer la marca de la ley judía sobre su cuerpo. Dice Michel Fariña que “Un acto ético se realiza siempre en soledad, lo cual no significa que la persona carezca de compañía” (1998, pp.88). En un principio del viaje la actitud de Ida está a las sombras de la iniciativa tomada por Wanda que, basada en su experiencia de ser una procuradora del régimen comunista, atemoriza a quien no quiera brindar alguna información que las ayude. Sin embargo, poco a poco emerge la figura de Ida, al tiempo que disminuye la firmeza de su tía.

Finalmente, Ida trasportará en sus brazos los restos de sus padres, hasta un destino donde le dará definitiva sepultura. Es acompañada por su tía que lleva el pequeño cráneo del niño en su pañuelo. Ambas mujeres cavan con sus manos la tierra en el cementerio donde están las generaciones anteriores de la familia. El rito funerario se inscribe así como el terreno particular sobre el que descansa el acto ético de Ida. Asimismo, este acto deviene también en la sepultura de su primo, negado por la tía, que en lugar de buscar la justicia por el horizonte de la ética, desplegó su furia contra los “enemigos del régimen”, como una forma particularista de vengar la pérdida, ante una imposibilidad de inscripción en lo simbólico del trabajo de duelo, por la imposibilidad de llevar a cabo el rito funerario en el momento que acontecieron los hechos. Acaso este particularismo, del que es agente Wanda, le impide luego poder transitar el movimiento ético, no encontrando otra salida para su posición que la de darse muerte a sí misma.

Hay dos elementos que se agregan al acto ético que lleva a cabo Ida. Uno es la renuncia a la casa de sus padres, con el objetivo de dar con el lugar de sus cuerpos. Tal es el trato al que llega con Feliks Skiba, quien ha sido el verdugo de su familia, responsable de haber asesinado incluso a su pequeño primo y de haber entregado a Ida a un sacerdote para su crianza. El otro elemento, es la bendición a la pequeña hija de este hombre. En un movimiento anticipado, al principio del viaje, Ida se encuentra con la esposa y la hija de Feliks, aun cuando desconociera este hecho, la mujer le pide a la novicia que le dé la bendición a su pequeña hija. Se podría pensar en una dimensión especular de la relación entre Ida y la niña a la que bendice en su frente, realizando un acto en el que rompe con la herencia mortífera que recibe del padre, quien ha sido el autor de la masacre, y así evitar la transmisión de ese patrimonio. Ida, sobre el terreno de lo particular de la creencia religiosa, limpia de culpas a la niña, por la acción macabra que ha realizado su padre. Ambos actos están relacionados, ya que la decisión de Ida de renunciar a ese hogar familiar, le otorga el techo a esa niña. Es el mismo techo que a ella le fue sustraído, al igual que su identidad y su historia familiar. Ida cede en el terreno de lo particular aquello que le fuera sustraído también en el terreno de lo simbólico.

Una vez recuperados los restos de sus padres, Ida le pregunta a Feliks Skiba por qué ella no está en ese bosque. Él le responde afligido, condenado, desde adentro del pozo, que a ella “nadie la hubiera reconocido como judía”, porque aún era muy niña, “en cambio el niño era moreno y estaba circuncidado”. El hombre busca una expiación por sus acciones. Ida se retira de la escena sin dirigirle la palabra, contrariamente a lo ocurrido en la escena con su hija.

Lo universal-singular siempre está atravesado por el terreno de lo particular, terreno donde se hallan inscriptas las religiones, en este caso, judaísmo y cristianismo, representadas en la película a través de dos símbolos iniciáticos de esas religiones: tomar los votos y la circuncisión, también por la institución convento y la institución familia. En el film incluso se halla representado lo político, deviniendo con efecto particularista, a saber, el stalinismo y el nazismo, como regímenes totalitarios, representados en las figuras de Wanda, como procuradora del régimen comunista en Polonia, y Feliks Szkiba, el asesino de la familia de Ida, como representante del accionar del pueblo polaco durante la ocupación nazi, siendo colaborador y cómplice del exterminio judío.

En lo que se puede abordar como un tercer momento de la dialéctica planteada, Ida retorna al convento a tomar los votos, pero no puede escapar de lo que ha ocurrido. Como afirma Lewkowicz “Una singularidad muestra que el universo no es universal, era universal, pero se le revela una singularidad” (p. 4). Ella decide entonces no consagrarse monja, (o al menos demorar este momento) para emprender otro camino. Será un camino de ida, ya que no hay retorno luego de este encuentro con su verdadero origen, con la restitución de su identidad, luego de haber atravesado el camino hacia su pasado y del encuentro con la tragedia de su familia. No puede negar que el terreno sobre el que estaba sostenido su deseo de ser monja, de consagrarse a Cristo, ya no tiene el mismo significado, porque su identidad no es la misma que la que comprendía ese deseo. El (re)encuentro con sus orígenes ha posibilitado en Ida una restitución no sólo de su identidad, sino también de aquel deseo que la engendró, el deseo de sus padres, al que está anudado, simbólicamente, su propio deseo. El universo simbólico ha sido ampliado, la dimensión del deseo ha sido transformada por la significatividad de su acto. La pregnancia de lo imaginario ha sido superada por la preeminencia de lo simbólico.

Entonces Ida decide volver a casa de su tía, sin embargo algo propio de la tragedia se ha consumado. Wanda ha tomado la decisión de poner fin a su vida.

A modo de cierre: una elección posible

En el recorte de la película que se ha presentado en este trabajo se elaboraron los temas más sobresalientes. Sin dudas, que el análisis podría continuarse dada la significatividad de los temas que atraviesa, como en las relaciones que se establecen entre los personajes del film. Otra línea que podría abordarse es la representación de la culpa y la interpelación a la acción del pueblo polaco durante la ocupación nazi, siendo en muchos casos responsables de haber colaborado en la entrega y la aniquilación de compatriotas de origen judío. Esta temática está representada en la película y ha tenido mucha repercusión en la sociedad polaca luego del estreno. Sin embargo constituye un terreno que excedería los límites de este trabajo.

Hemos caracterizado el advenimiento de Ida en tanto puede asumir su identidad y, como tal, llevar a cabo un acto que, en el universo simbólico, pueda inscribir su deseo en la trama generacional, permitiéndole de este modo acceder a otra instancia del sujeto. Anna es aquella novicia del convento que mediante sus ceremoniales religiosos desea ser una mujer de Cristo, tomar los votos y consagrar su vida a la fe, la obediencia y la castidad. Ida Lebenstein es la joven pelirroja, sin velo, que comienza a asumir una nueva identidad en un mundo hostil y sombrío. Es la Antígona judía (y polaca), que recupera los restos de sus padres, para llevar a cabo el rito funerario que le fuera negado realizar y hacer a un lado la herencia mortífera, para poder finalmente anudar su deseo al deseo que le dio origen.

Como dice Armando Kletnicki (2001) “Cuando la ley se restituye, cuando los lugares van quedando nombrados, puede pensarse en el fin de lo siniestro y en la aparición por primera vez de una elección posible” (p.52). Entonces ahora sí podemos pensar en un camino de ida, sin retorno, e Ida puede pensar, y desear, su propio camino.

…y cuando todo estuvo preparado, el pan cocido, los hatos hechos, entonces [las mujeres] se descalzaron, se soltaron los cabellos y pusieron en el suelo las velas fúnebres, y las encendieron siguiendo las costumbres de sus padres; y se sentaron en el suelo en corro para lamentarse y durante toda la noche, lloraron y rezaron. Muchos de nosotros nos paramos a su puerta y sentimos que descendía en nuestras almas, fresco en nosotros, el dolor antiguo del pueblo que no tiene tierra, el dolor sin esperanza del éxodo que se renueva cada siglo

Primo Levi, Si esto es un hombre.

Bibliografia

Borges, J. L. (2007). El Hacedor. El cautivo. Buenos Aires: Alianza Editorial.

Butler, J. (2001). Mecanismos Psíquicos del Poder. Teorías sobre la sujeción. Madrid: Cátedra.

Foucault, M. (2012). Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

Freud, S., (2003); Acciones obsesivas y prácticas religiosas. En Obras Completas, Tomo IX. Amorrortu: Buenos Aires.

Kletnicki, A. (2000). Niños desaparecidos: la construcción de una memoria. En La encrucijada de la filiación. Tecnologías reproductivas y restitución de niños. Lumen/Humanitas: Buenos Aires.

Lacan, J. (1999). El Seminario. Libro 5: “Las formaciones del inconsciente”. Paidós: Barcelona.

Levi, P. (1998); Si esto es un hombre. El Aleph Editores: Barcelona.

Lewkowicz, I (2004) Infinito, paradoja y negación de la negación. Mimeo, Facultad de Psicología, UBA: Buenos Aires.

Michel Fariña, J. J. (1998). Ética: un horizonte en quiebra. Eudeba: Buenos Aires.

Schejtman, F, (comp) y otros (2013). Elaboraciones lacanianas sobre la psicosis. Grama, Buenos Aires.



NOTAS

[1Lacan, J. (1999). El Seminario. Libro 5: “Las formaciones del inconsciente”. Paidós: Barcelona.





COMENTARIOS

Mensaje de Fernando Kosiner  » 25 de octubre de 2017 » fernandokosiner@gmail.com 

Marta,
Te agradezco por tu aporte. Es muy enriquecedor tu comentario.
Coincido absolutamente en que la identidad es una construcción del sujeto. Para aclarar sobre este punto, afirmo que sólo a partir del encuentro con su verdadero origen es que podemos plantear un camino de Ida, ese camino es la construcción de esa identidad subjetiva, propia de Ida, ahora sí como protagonista de su vida.
Parafraseando a Machado podemos decir que "Al andar se hace el camino". Así termina la película, con Ida andando.
Saludos y muchas gracias!
Fernando



Mensaje de Marta Lilian de Toro  » 21 de octubre de 2017 » martalilian2006@gmail.com 

Hola:

esta bella película, que vi cuando se estrenó, tiene varias aristas, como muy bien plantea Fernando Kosiner; pero su recorte: articulación deseo/identidad creo que es nodal en ella, (más allá de las intenciones temáticas concientes del director, las cuales no he leído.)

Abordar el campo tan rico y complejo, con su parte de enigma, de lo que es "identidad", es siempre difícil, por lo paradojal que conlleva. Es arduo, y, para el psicoanálisis, también lo es. Leerlo en la obra artística (film en este caso) no es sencillo, por la pregnancia de los socio-político que conlleva, pero aquí se han ensamblado de manera fina e intensa la lectura del artista-creador y la del analista que lee, hoy, dicha obra.

Me parece más que importante el haber citado lo "paradojal" en el film: por ejemplo, en el caso del Otro: lugar de lo simbólico, en el convento, encarnado en la religiosa superiora del mismo; el que al mismo tiempo que el velar por las normas de conducta, no vela el campo del derecho a la pregunta por el origen (no importa los motivos concientes y/o institucionales que la hayan decidido a hacerlo, los cuales, además, no se tocan en detalle en el film).
Por otro lado, en tanto el personaje es una mujer, el parangón con Antígona... ¡surge de inmediato! Y es pertinente. Paradigma, como muy bien nos lo muestra Jacques Lacan, del deseo como "puro" (Seminario "La Ética del Psicoanálisis"), Pero el personaje de Ida no es exactamente igual al de Antígona, y esto es una pregunta que el presente trabajo nos brinda: ¿por qué no es igual...? ¡Pregunta que se agradece!

Sólo quiero agregar lo siguiente: que se escriba en presente trabajo que la identidad es una "construcción" y no una vuelta a un origen dado de la misma o una re-construcción, es muy importante; pues algunas veces se desliza este equívoco. Este trabajo no lo hace; o sea: no hay una identidad previa, a priori; se construye al andar...

¡Muy lindo trabajo!!; gracias.
Sdos. cordiales.
Marta Lilian de Toro.




Película:Ida

Titulo Original:Ida (Sister of Mercy)

Director: Pawel Pawlikowski

Año: 2013

Pais: Polonia

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