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Un relato sobre la culpa alemana

por Laso, Eduardo

El reconocido escritor y jurista alemán Bernhard Schlink nació en 1944. Su año de nacimiento resulta importante a los efectos de comentar su más famosa y exitosa novela: El lector [1], así como el film homónimo basado en la misma [2]. Schlink pertenece a aquella generación de alemanes que carga con el peso histórico de que sus ascendientes colaboraron, de una forma o de otra, con el genocidio cometido durante la Segunda guerra mundial.

El lector cuenta la historia de Michael, un muchacho adolescente de 15 años en la Alemania de postguerra. El joven despierta a la sexualidad a partir del romance que mantiene con Hanna, una mujer de 45 años que no habla de su pasado y oculta el secreto personal –para ella vergonzante- de ser analfabeta. A lo largo de la relación, Hanna le pide en cada encuentro que le lea novelas, relatos, cuentos. Él deviene para ella no sólo un amante sino también un lector. Cada vez que Michael quiere saber algo de la vida de Hanna, se encuentra con un muro infranqueable. Ella le contesta simplemente “preguntas mucho, chiquillo”. La relación apasionada que mantienen se verá súbitamente interrumpida cuando un día ella desaparezca. Años después, Michael vuelve a encontrarla pero en circunstancias muy diferentes. Él es un estudiante de derecho que asiste a un juicio contra unas antiguas guardianas de Auschwitz, a las que se las acusa, entre otras cosas, de haber dejado morir quemadas a trescientas mujeres encerradas en una iglesia que termina incendiada durante un bombardeo aliado. Hanna se encuentra entre las acusadas.

Hanna y Michael encarnan a dos generaciones de alemanes: la que participó del genocidio, y la que nació heredando el peso de ese pasado [3]. El problema de Michael es el problema de cómo las generaciones que nacieron luego del Tercer Reich lidian con los crímenes de sus padres, lo que Schlink llama “el pasado que nos marca y con el cual debemos vivir”. Dice Michael en la novela: “Todos condenamos a la vergüenza eterna a nuestros padres, aunque sólo pudiéramos acusarlos de haber consentido la compañía de los asesinos después de 1945” [4]. En otro momento de la novela, y a propósito de sus compañeros de generación que acusan a sus padres, se pregunta: “¿Quizá su acto de renegar de los padres no era más que retórica, ruido, aspavientos destinados a ocultar el hecho de que el amor a los padres implicaba irrevocablemente la complicidad con sus culpas?” Esta pregunta es central en la novela: amar a alguien que ha hecho algo imperdonable ¿lo hace a uno cómplice?

Schlink hace que una victimaria -y no una víctima- sea el centro de su relato [5]. Que en el film la encarne además la actriz Kate Winslet aporta eso que Lacan decía acerca de la belleza como constituyendo el último límite al horror. Hanna nos resulta un personaje hermoso, deseable, de personalidad firme, y contradictoria: al mismo tiempo siente una profunda vergüenza de que se descubra que es analfabeta… pero no tiene problemas en contar sus tareas de guardia en Auschwitz como una actividad normal.

El enfoque de Schlink en torno de la culpabilidad de Hanna ha sido objeto de polémica. Jeremy Adler, por ejemplo, acusó al autor de “pornografía cultural” y declaró que la novela simplifica la historia al permitir que los lectores se identifiquen con los autores de los crímenes [6].

Ciertamente no faltan en la novela argumentos a favor de Hanna (en un esfuerzo de explicación de la generación de alemanes que participaron activa o pasivamente del genocidio nazi). Menciono algunos, que además han sido argumentos típicos en defensa de los participantes del genocidio:

- El problema jurídico de la prohibición de las penas retroactivas: “La cuestión era: para condenar a los guardas y esbirros de los campos de exterminio, ¿bastaba con aplicar un artículo que estuviera recogido en el código penal en el momento de sus crímenes, o bien había que tener en cuenta el modo en que se entendía y aplicaba el artículo en el momento del juicio? ¿Qué pasaba si en aquella época esas personas no se consideraban afectada por el artículo en cuestión?” [7]

- El embrutecimiento de la situación, que afectaba tanto a las víctimas como a victimarios. La llamada “zona gris” de Primo Levi: “Todos los supervivientes que han narrado por escrito sus experiencias hablan de ese embrutecimiento, en el que las funciones de la vida quedan reducidas a su mínima expresión, el comportamiento se vuelve indiferente y desaparecen los escrúpulos, y el gaseo y la cremación se convierten en hechos cotidianos. También los criminales, en sus escasos relatos, presentan las cámaras de gas y los hornos crematorios como su entorno de cada día, y ellos mismos se pintan reducidos a unas pocas funciones, como embrutecidos o embriagados en su falta de escrúpulos y su indiferencia, en su embotamiento. (…) ¿Es lícito hacer tales comparaciones?” [8]

- La prohibición/imposibilidad de indagar sobre el horror: “No podemos aspirar a comprender lo que en sí es incomprensible, ni a hacer preguntas, porque el que pregunta, aunque no ponga en duda el horror, sí lo hace objeto de comunicación, en lugar de asumirlo como algo ante lo que sólo se puede enmudecer, presa del espanto, la vergüenza y la culpabilidad. ¿Es ese nuestro destino: enmudecer presa del espanto, la vergüenza y la culpabilidad? ¿Con qué fin?” [9]

- La supuesta falta de pruebas concluyentes: “En realidad no había pruebas suficientes para acusarlas. Las únicas que apoyaban el primer punto principal de la acusación eran el testimonio de las supervivientes y el libro que había escrito la hija.” [10]

- La crítica a los abogados y jueces participantes del juicio: “No se le ocurría qué otra cosa debía o podía haber hecho, y quería que el juez, que parecía saberlo todo, le dijera qué habría hecho él….

- Hay cosas en las que uno no debe mezclarse, y que uno debe negarse a hacer a menos que le cueste la vida.

… La respuesta del juez pareció torpe y penosa. Todos lo sintieron así”. [11]

- El problema de la obediencia de órdenes: “¡Es que no podíamos dejarlas escapar así, por las buenas! Era nuestra responsabilidad (…) Quiero decir que, si no ¿para qué habíamos estado vigilándolas hasta entonces, en el campo, y durante el viaje? Para eso estábamos allí, para vigilar que no se escapasen. Y por eso no supimos qué hacer. Tampoco sabíamos cuántas habrían podido sobrevivir en los días siguientes”. [12]

Hanna posee un secreto celosamente guardado que mantendrá oculto al mundo: es analfabeta. Ella no sabe leer, y de ahí su goce con que le lean. Durante el juicio descubrimos que Hanna no sólo no sabe leer libros, sino también su propia posición respecto de una situación atroz que la implica pero de la que aparece desentendiéndose de sus implicancias morales y jurídicas. Hanna es acusada, junto con otras ex guardias, de dejar morir quemadas a 300 mujeres dentro de una iglesia en llamas. Sus compañeras acusadas han leído bien la responsabilidad que les toca, y tratan de evadirla. Hanna en cambio no, y no comprende por qué las demás niegan haber hecho lo que hicieron. No tiene problemas en explicar a los jueces cómo llegó a ser guardia de un campo de concentración: simplemente ofrecían un trabajo y ella lo tomó. Y explica con énfasis que no liberó a las prisioneras de un edificio en llamas porque su tarea consistía en impedir que escapen. Ella ha sido una obediente eficiente. En ningún momento del juicio parece interrogada por lo que los jueces le preguntan. Al contrario, le espeta al juez qué hubiese hecho él en su lugar. El único registro de su vergüenza es no saber leer ni escribir, y en aras de mantener oculto su secreto, prefiere agravar su inculpación, favoreciendo de ese modo al resto de las acusadas. Hay allí una desproporción entre su incapacidad para leer su acto y su vergüenza a descubrirse analfabeta.

La versión jurídica del enunciado lacaniano No hay Otro del Otro implica que no hay una Ley de leyes a partir de la cual las diversas leyes morales, jurídicas o religiosas. alcanzarían una coherencia. La inconsistencia entre las diferentes legalidades hace que entre ellas se produzcan interferencias, influencias, contradicciones. Como además cualquier ley es una construcción significante, padece de la propiedad de que no puede significarse a sí misma y por ende remite a otro significante. Todo lo cual conlleva la necesidad de un intérprete que fije el sentido y el alcance del mandato que ellas proponen. La ley, al interpelar al sujeto al que se dirige, lo convoca a que asuma una posición respecto de su mandato: a que lo lea e interprete, o a que meramente lo oiga. La alternativa tiene consecuencias diferentes. En la vía interpretativa, el sujeto produce un acto, una decisión sobre el sentido del mandato que tenga en cuenta la inconsistencia y la incompletud de la ley para poder alojar la singularidad en situación y al deseo del sujeto. En cambio el superyó como mandato de goce, vela la inconsistencia simbólica, convocando al sujeto a hacerse objeto que haga consistir al Otro. Ubicado como objeto, el sujeto se sustrae a la responsabilidad de una elección que implique apoyarse en el vacío –vacío legal pero también vacío del deseo del sujeto- que permita tomar distancia de la situación y realizar un acto, para devenir un obediente al mandato de la voz que no requeriría ser interpretada. La obediencia debida encuentra aquí su lugar y su coartada, en tanto el sujeto decide obedecer la absolutización de un mandato al que no se le debe obediencia, como modo de velar la castración del Otro.

En este sentido, existe una diferencia decisiva entre el analfabetismo y el analfabetismo moral. Y este aspecto es el más difícil de aceptar del personaje que el autor construye. Porque no es verosímil y se torna un modo de justificación. Tal analfabetismo moral, es decir, la imposibilidad de leer la propia responsabilidad por un acto criminal, transforma a Hanna en algo extraño y contradictorio: una victimaria-inocente. Por supuesto, esta incapacidad de Hannah de leer lo que hizo puede ser interpretada en el sentido psicológico de una renegación o de una forclusión. En cualquier caso, las hipótesis clínicas que vengan a aportar una psicologización justificatoria salen sobrando. El mismo autor le hace decir al profesor de derecho: “Fíjense en los acusados. No encontrarán ninguno que crea de verdad que en aquella época le estaba permitido asesinar” [13]. Que es lo mismo que afirmar que nadie es tan iletrado que sea incapaz de “leer” que está cometiendo un acto atroz.

Pero entonces, el personaje de Hannah es psicológicamente incoherente. Tal incoherencia –es mi hipótesis- no es más que la expresión del esfuerzo de Schlink de disculpar a la generación de sus padres. De hecho, en la novela condena la petulancia de su propia generación de pretender juzgar y acusar a los responsables del Holocausto… “Ahora pienso que el entusiasmo con que descubríamos los horrores del pasado e intentábamos hacérselos descubrir a los demás era, en efecto, poco menos que repugnante. Cuanto más terribles eran los hechos sobre los que leíamos y oíamos hablar, más seguros nos sentíamos de nuestra misión esclarecedora y acusadora. Aunque los hechos nos helaran la sangre en las venas, los proclamábamos a bombo y platillo. ¡Mirad, mirad todos!” [14]

Con tal de que no descubran que es analfabeta, Hanna decide hacerse cargo de un documento escrito que no escribió, en donde se relatarían los hechos por los que se la acusa. De ese modo ella es condenada a una pena mayor que a sus compañeras. Hanna recibe así una pena injusta. El problema está en la ambigüedad respecto de cuál es la injusticia que en juego, ya que no es lo mismo situarla en que ella reciba cadena perpetua, a que sus compañeras de Auschwitz sólo reciban cuatro años gracias a que ella se hizo falsamente responsable de un documento, decisión por la cual otros implicados en un acto atroz eluden la sanción que les correspondería por ley.

Es esta posición de Hanna ante los hechos del pasado lo que hace que a Michael le resulte imposible aproximarse. El dice: “Cuando el juicio acabó y condujeron fuera a las acusadas, esperé a ver si Hanna me miraba. Estaba sentado en el sitio de siempre. Pero ella miraba hacia adelante sin ver nada. Una mirada arrogante, ofendida, perdida e infinitamente cansada. Una mirada que no quería ver nada ni a nadie” [15]. (…) “Quería tenerla lejos, inalcanzable, para que siguiera siendo sólo el recuerdo en que se había convertido durante los últimos años” [16].

La responsabilidad jurídica no conlleva necesariamente la responsabilidad subjetiva. De hecho, son dos cuestiones diversas: la primera no requiere de la segunda para condenar. Una condena por un acto delictivo efectivamente cometido, si bien convoca al sujeto condenado a un lugar de responsabilidad, no necesariamente implica per se que el sujeto acuda a dicho llamado. Puede al contrario desresponsabilizarse. Y es a esta responsabilidad a la que se dirige Michael cuando interpela a Hanna. Veinte años después, Michael está dispuesto a reanudar su vínculo con ella. Pero necesita saber si Hanna ha podido leer el acto por el cual fue condenada.

Existen diferencias importantes entre la novela y su adaptación cinematográfica. Algunas son necesarias: por ejemplo, la novela intercala en la historia de Michael con Hanna, las reflexiones de Michael sobre la culpa y la vergüenza de los alemanes por su pasado. Desarrolladas a lo largo de la novela, podrían configurar perfectamente un ensayo sobre el problema del peso histórico del pasado nazi en las nuevas generaciones de alemanes [17]. Pero es obvio que ese aspecto de la novela no puede ser filmado, salvo que se ponga una voz en off recitándolo. Recurso que resulta estéticamente dudoso, ya que terminaría siendo la lectura en voz alta de la novela y no su adaptación a imágenes. Su supresión del film es entonces justificable.

Pero hay otro tipo de cambios que son más problemáticos: fundamentalmente la escena del encuentro de Hanna y Michael en vísperas de la excarcelación de ella: en el film, Michael le pregunta si recuerda el pasado. Ella cree que se refiere a la historia de amor compartida. Michael está aludiendo a los sucesos que la llevaron a la cárcel, cosa que la contraría. “Qué más da lo que sienta, qué más da lo que crea” dice Hanna negándose a sentir remordimientos por su pasado. “Los muertos siguen estando muertos.” Y dice que en la cárcel aprendió a leer. Pero ahora el lector, que había sostenido una fidelidad a su pasado amoroso a través del envío de lecturas grabadas en casetes para ella durante los años en prisión, siente ahora la imposibilidad de aproximarse a alguien que participó de un genocidio sin interrogarse sobre ello. Mediante su distancia, da a leer a ella que, para él, su acto fue imperdonable. Hanna, que finalmente ha superado su analfabetismo, alcanza a leer en Michael este último texto. La imposibilidad de Michael de reanudar el vínculo afectivo con ella -porque en el medio de ellos está ahora el acto criminal- es la vía por la que retornan a ella los efectos de su acto. El suicidio de Hanna parece entonces responder al distanciamiento afectivo de Michael, y a la conciencia de que aquello que alguna vez hubo entre ambos –y que de algún modo se mantenía a través de las grabaciones que él le enviaba - había llegado a su fin: no más el goce de la lectura en voz alta del hombre que la amó, ni tampoco el amor. De modo que el suicidio es un pasaje al acto por no ser alojada por Michael, quedando identificada a un objeto caído.

En la novela, en cambio, las cosas ocurren de un modo un tanto diferente. Michael queda impactado de ver a una anciana, y evoca aquel cuerpo joven ahora perdido que había conocido a los 15 años. Le pregunta si antes del juicio ella había pensado en los episodios por los que la condenaron cuando estaba con él o cuando le leía. Ella le dice: “¿te preocupa mucho?... Siempre he tenido la sensación de que nadie me entendía, de que nadie sabía quien era yo y qué me había llevado a la situación en que estaba. Y ¿sabes una cosa?, cuando nadie te entiende, tampoco te puede pedir cuentas nadie. Pero los muertos sí. Ellos sí que te entienden. No hace falta que estuvieran allí, pero si estuvieron te entienden aún mejor. Aquí en la cárcel estaban conmigo constantemente. Venían cada noche, aunque no siempre los esperara. Antes del juicio todavía podía ahuyentarlos cuando querían venir” [18].

Michael reflexiona: “Dejarse pedir cuentas sólo por los muertos, reducir la culpabilidad y el arrepentimiento a un problema de insomnio y pesadillas… ¿Y los vivos qué? Pero en realidad no estaba pensando en los vivos, sino en mí mismo. ¿Acaso yo no podía pedirle cuentas también? ¿Qué había hecho ella de mí?” [19]. El distanciamiento afectivo de Michael sanciona que el crimen cometido por ella en el pasado, si bien ha sido saldado jurídicamente, requiere también de la asunción de su responsabilidad.

Hanna se ahorca en vísperas de salir en libertad. Michael es informado y acude a la cárcel. Y al visitar la celda de ella, encuentra los libros que leía. ¿Qué es lo que Hannah aprendió a leer, al aprender a leer? Esto nos lo revela la novela: “Me acerqué a la estantería. Primo Levi, Elie Wiesel, Tadeus Borowski, Jean Améry.: la literatura de las víctimas y, junto a ella, las memorias de Rudolf Hoss, el comandante de Auschwitz, el ensayo de Hannah Arendt Eichmann en Jerusalem, y varios libros sobre los campos de exterminio” [20].

Este detalle no es mostrado en el film, que entonces no da cuenta que Hanna trascendió la lectura de los clásicos propuesta por Michael, para intentar leer su acto, lo que cambia el sentido de la decisión de suicidarse. Ella ha leído en esos años lo que significa ese acto criminal de obediencia: leyó a Primo Levi, a Wiesel, a Arendt.

Hannah Arendt sostiene que el castigo tiene en común con el perdón, que trata de poner término a algo que, sin intervención, podría continuar indefinidamente. Y afirma que es un elemento estructural del dominio de los asuntos humanos, que los hombres sean incapaces de perdonar lo que no pueden punir, y que sean incapaces de punir lo que se les devela imperdonable. La Shoa nos confronta justamente con lo imperdonable. ¿En qué consiste este más allá de todo perdón –puesto en juego al final de la novela en el personaje de la hija de la víctima que se niega a aceptar el dinero que Hannah le destina? Lo imperdonable supone privar a la víctima del derecho a la palabra, impidiendo acceder a la posibilidad del testimonio y de poder eventualmente otorgar perdón. Sólo los asesinados en campos de concentración estarían en posibilidad de dar o no perdón a sus verdugos. Pero justamente el crimen absoluto es haber despojado a esas víctimas hasta de esa posibilidad, lo que lo vuelve, así, imperdonable.

Admitir la responsabilidad por su acto es para Hanna pagar la deuda de vida con la muerte propia. Desde esta perspectiva ya no es un pasaje al acto resultado del no alojamiento del otro que encarna Michael, sino un acto, en tanto asunción intolerable de una culpa por un crimen imperdonable.

En su texto Responsabilidad moral bajo una dictadura, Hanna Arendt se pregunta en qué sentido fueron diferentes aquellas personas que decidieron no colaborar con el régimen nazi ni participar de la vida pública, y dice que fueron aquellos cuya conciencia no funcionó de manera automática en base a reglas o valores morales aprendidos, o en nombre de una norma general, sino que se preguntaron hasta qué punto podrían seguir viviendo en paz consigo mismos. “… se negaron a asesinar no tanto porque mantuvieran todavía una firme adhesión al mandamiento “no matarás”, sino porque no estaban dispuestos a convivir con un asesino: ellos mismos” [21]. Hanna tampoco…

Referencias

Harendt, H.; Responsabilidad y juicio, Paidós, Barcelona, 2007.

Jaspers, K. El problema de la culpa, Paidós, Barcelona

Schlink, B.; El lector, Buenos Aires, Anagrama, 2002.

Grenville, A.; Rereading The Reader, Journal of the Asociation of Jewish Refugees, http://www.ajr.org.uk/index.cfm/section.journal/issue.apr09/article=2403



NOTAS

[1Schlink, B.; El lector, Buenos Aires, Anagrama, 2002.

[2Daldry, Stephen, The reader, 2008, 124´.

[3Dice Schlink en una entrevista refiriéndose a su novela: “Es una historia sobre lo que nosotros llamamos “segunda generación,…Tuvimos una infancia ingenua —hasta que, en un momento dado, nos dimos cuenta de lo que nuestros padres, pastores y maestros habían hecho. Cuando amas a alguien que ha participado en algo terrible, se produce un conflicto…”.

[4Ob. cit., pág. 88.

[5Uno de los problemas controversiales de la novela es el lugar de Hanna respecto del crimen del que se la acusa: ella omitió ayudar a las víctimas por obediencia a órdenes recibidas, pero no tuvo intenciones criminales. Ella no fue culpable de que la iglesia se prendiera fuego, y sólo se limitó a obedecer la consigna de que las presas no escapasen. Schlink construye un personaje simple, “inocente”, un alma bella, al que se vuelve problemático el calificativo de “victimaria”. No es de extrañar los rechazos encendidos que ha suscitado la novela en muchos expertos del holocausto.

[6Adler, J., ‘Die Kunst, Mitleid mit den Mördern zu erzwingen. Einspruch gegen ein Erfolgsbuch’, en Süddeutsche Zeitung, 20/4/2004, citado en Rereading The Reader, de Anthony Grenville, Journal of the Asociation of Jewish Refugees, http://www.ajr.org.uk/index.cfm/section.journal/issue.apr09/article=2403

[7Ob. cit., pág. 86.

[8Ob. cit., pág. 98.

[9Ob. cit., pág. 99.

[10Ob. cit., pág. 107.

[11Ob. cit., pág. 105.

[12Ob. cit., pág. 119.

[13Ob. cit., pág. 87.

[14Ob. cit., pág. 88.

[15Ob. cit., pág. 154.

[16Ob. cit., pág. 93.

[17Respecto de las consideraciones sobre la culpa alemana, Karl Jaspers dictó unas lecciones ejemplares en la Universidad de Heidelberg, entre 1945 y 1946 que resuelven muchas de las reflexiones de Schlink en su novela (por ejemplo, la distinción clave entre culpa penal, moral, política y metafísica, sin la cual todo se confunde en vagas oscilaciones en torno de la culpa o la inocencia del pueblo alemán). Ver Jaspers, K. El problema de la culpa, Paidós, Barcelona, 1998.

[18Ob. cit., pág. 185.

[19Ob. cit., pág. 188.

[20Ob. cit., pág. 191.

[21Arendt, H., Responsabilidad y juicio, Paidós, Barcelona, 2007, pág. 71





COMENTARIOS

Mensaje de   » 22 de octubre de 2013 »  

En la película parece interesante el planteo estético que aparece desde el comienzo, belleza y dureza, uniforme y desnudez...en Hanna se encarna lo siniestro.
Cuando termina el film se resignifican muchas escenas del comienzo,cobran otro sentido, aparece el horror, desaparece la inocencia.



Mensaje de Mariela  » 21 de octubre de 2013 » maru_lpda@hotmail.com 

Coincido con Floro en que para los que hemos visto la película y no leído la novela, el artículo sirve de mucho y hace muy diferente la visión de uno sobre la historia. El autor con el final del film intenta ocultar una parte importante y fundamental de la historia, dejando un cambio en ella muy significativo.

Por otro lado, me parece un tanto complejo el tema sobre la culpa de él por haber estado con alguien que, luego, se entera que cometió tal crimen y el hecho de que ella se haya hecho cargo de algo que no sabía qué era, pagando con mayor culpa que sus compañeras en el genocidio.

El Film, en lo personal, me dejó ese sabor amargo de la contradicción con respecto al personaje de ella, por un lado uno empatiza con ella y, por otro, siente odio por lo que cometió, eso creo que es lo que quiere lograr el autor: victimizar, sobretodo con el tema del analfabetismo, al personaje de Hanna aún habiendo cometido un hecho tan atroz como el que cometió.



Mensaje de   » 14 de octubre de 2013 »  

Una primera parte de la película es hiper erótica, el despertar sexual de un joven alemán de quince años, con una mujer veinte años mayor Hanna, que apenas habla para contarle qué le gusta. Más despacio, se bañan, él hasta se enoja y ella después de enojarse por un rato, le dice que no va a poder enojarla. Y vuelven algo muy adolescente, un acto erótico tan placentero como el estar desnudos: él le lee distintos libros que ellos gozan hasta el llanto y la risa.
Y así cómo apareció cuando lo vio por la calle enfermo, desapareció sin dejar rastro a un joven iniciado a ciertos aspectos de la vida que lo dejaron marcado para siempre. Nunca se olvidará de su Hanna.
Laso marca desde un comienzo de su texto un problema generacional, Michael como él mismo autor del texto “El lector” ha nacido promediando la segunda guerra mundial, y tienen el conflicto de “amar a alguien que ha hecho algo imperdonable, lo hace a uno complica?”.
Una problemática filiatoria desgraciadamente frecuente en épocas de genocidios y crímenes de lesa humanidad. Nuestros padres y familiares han participado activa o indirectamente en que los hechos se produjeran. Hanna, sin comprender bien, porqué, se unió a las guardianas del campo de concentración de Auschwitz como si fuera un trabajo común y corriente, y cumplió con ese trabajo de una manera intachable. Llegado un momento crítico cuando estaban 300 mujeres judías encerradas en una iglesia que estaba siendo bombardeada al final de la segunda guerra mundial, decidieron las guardianas dejar que se quemaran vivas antes de no cumplir su tarea de cuidar de que no se escaparan. Hanna parece no comprender la naturaleza del acto que ha llevado a cabo y hasta le pregunta al juez qué hubiera hecho él en su lugar.
Para Laso, “Hanna y Michael encarnan a dos generaciones de alemanes”. Y sostiene el escritor Schlinl: “Todos condenados a la vergüenza…”. El autor hace que una una victimaria y no una víctima sean el centro de su relato.
La vergüenza aparece en un lugar que nos llama atención, es capaz de incriminarse con tal de que en el juicio no se sepa de que es analfabeta. No saber leer es un motivo de vergüenza para Hanna aún mayor que haber llevado a la muerte a muchísimas mujeres. Para ella, había una responsabilidad en ese no haber aprendido a leer en cambio en llevar adelante el trabajo de guardiana, ella siente que lo había hecho tan eficiente que era capaz de decirle sin vergüenza delante de todo el jurado, y no sentir a pesar de que sus compañeros estaban desligándose de toda actuación probatoria, que lo que había hecho estaba mal.
Fariña, en su texto acerca de esta película, remarca el lugar de la vergüenza como un indicador de la responsabilidad subjetiva desplazada de lugar, y ubica también esa dificultad de lectura, más allá de no saber leer, de la propia posición en que se encuentra.
Laso, en una reciente charla, volvió a marcar las diferencias entre el film y el libro, ubicando un punto central: al final de la película, cuando Hanna está por salir de la cárcel, después de que ya ha visto a su “niño ya crecido” Michael, ordena una fila de libros sobre una mesa, se sube arriba y se ahorca. Esos libros, en el libro aparecen sus títulos, no así en la película, son libros que cuentan acerca de las alternativas de la segunda guerra mundial.
El tema central es que en relación a la cuestión laboral se entrelazan las manifestaciones más horrorosas de obediencia a la autoridad, desde ese gerente que manda a echar a tanta cantidad de empleados aduciendo supuestas desbalances del presupuesto, o teniendo que cuidar a prisioneras porque eso es lo que “mandan de arriba”.
Laso habla del goce de ser leída de Hanna, da que pensar ese goce. Un Otro que le diga qué es lo que está mal en lo que ha hecho, así como un otro la sostiene para que ella por fin pueda aprender, a partir de un deseo, que es otra cosa que el goce opaco de ser leída.
Laso como Fariña resaltan la desproporción entre “su incapacidad para leer su acto y su vergüenza de descubrirse analfabeta” como indicadora de otra cosa, de otra escena.



Mensaje de DEBORA HOFMAN   » 20 de agosto de 2013 » dhofman@arnet.com.ar 

EXCELENTE TRABAJO. LAS SOCIEDADES QUE HEMOS PADECIDO DICTADURAS DONDE SE HAN COMETIDO CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD, BUSCAMOS RESPONSABILIZAR A LOS CULPABLES NO SOLO COMO UN INTENTO DE HACER JUSTICIA, SINO PARA PROYECTAR LA CULPA FUERA DE NOSOTROS MISMOS, EVITANDO DE ESTA FORMA CUESTIONARNOS SOBRE QUE RESPONSABILIDAD NO CABE COMO SOCIEDAD QUE FACILITÓ Y CONSINTIÓ QUE UN RÉGIMEN DE ESTAS CARACTERÍSTICAS SE ESTABLECIERA



Mensaje de M Teresa Icart  » 12 de agosto de 2013 » mticart@ub.edu 

El Lector. Un texto muy bien planteado que explora el problema de la ignorancia, no saber leer en la Alemania de mediados del siglo XX, parece casi inconcebible. Para Hanna se trata de un problema de incomunicación, la incapacidad de leer la aisla del saber de los demás. Cabría preguntarse sobre la responsabilidad de tal hecho?



Mensaje de floro.91  » 9 de agosto de 2013 » mfloro.91@gmail.com 

Me pareció un muy buen trabajo acerca de un tema tan polémico. Para los que no leímos la novela, pero sí vimos la película, sirve muchísimo el artículo... Porque claro que no es lo mismo el suicidio por la pérdida del amor que el suicidio por la asunción de la culpa. En ese sentido la película estaría dando una conclusión diferente que el libro, lo cual me hace pensar en los motivos por los cuáles se ha cambiado el final: ¿pura estética?