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Vacío de Sentido y Potencialidad Narrativa

por Garizoain, Estefanía, Gasparin, Mónica, Oliver, Mónica

Partiremos del supuesto de que el protagonista de la película se encuentra en pleno conflicto de asunción de su vejez. Esta crisis lo lleva por el camino de un proceso de responsabilización en el que la transmisión se presenta como un requerimiento pulsional.
Concebiremos la transmisión como erogeneidad organizada en torno al legado y la designación de un sucesor a través de la producción de un proceso activo de narración. Siguiendo a Bodni, sostendremos que a medida que envejece, el sujeto va asumiendo la función de narrador y se relacionará con sus sucesores mediante legados de los cuales las mismas narraciones serán soporte. Entonces ¿Qué instrumentos elige Warren y que sucesores designa?

La película comienza con la jubilación del Sr. Schmidt, momento de retiro del trabajo formal. Este introduce una discontinuidad, no sólo en su rutina cotidiana sino también en su identidad, como efecto de las modificaciones que registra en la interacción con otros y esa “falta de lugar” que se impone. Bodni hace referencia en su texto a una “gerontodemografía nueva” [1] la cual se acompañaría de cambios en la valoración de las personas mayores. Parafraseándolo, el exceso en la población mundial de estos nuevos viejos que viven largos años compite con el impulso de la generación más joven. En consecuencia, el viejo está condenado a crisis identificatorias tempranas (causadas por ejemplo por la jubilación, como podemos pensar en el caso de nuestro protagonista), cuando aún su empuje pulsional a la creatividad y el relato todavía es eficaz.

“Lo que verdaderamente importa (…) es saber que has dedicado tu vida a algo significativo, a ser productivo (…), a construir una buena familia, a construir un buen hogar, a ser respetado por tu comunidad, a tener amistades maravillosas y duraderas…” son las palabras de un amigo que “algo sabe de jubilaciones” y que instalan en el protagonista una pregunta por el sentido de la existencia: ¿Has dedicado tu vida a algo significativo, Warren? Comienza así a vislumbrarse algo de la amenaza de castración que en este momento del devenir del sujeto “adopta el presupuesto de no producción del objeto sucesor y conlleva el riesgo real de olvido e intrascendencia” [2]. Este interrogante, junto a una realidad que le envía datos poco útiles para la construcción de una respuesta afirmativa, vuelven su ser receptivo a un anuncio televisivo que convoca a aquellos que “todo lo que sienten es pena o quizás culpabilidad…”.

Dicho anuncio, que invita a ayudar a niños necesitados, a su familia y a su comunidad mediante una donación monetaria mensual, convoca a Schmidt quien decide sumarse al movimiento humanitario y acompañar su donación con cartas dedicadas a Ndugu, el niño a él asignado para apadrinar. El envío del dinero al niño impulsa la escritura de las cartas y de esta manera comienza un trabajo de historización que le posibilita transferir memoria cultural. Esta propuesta de ayuda humanitaria también le permite usar el recurso epistolar (ni mail, ni “paypal”) más familiar para él y a su vez elemento cultural a transmitir. Bodni hace referencia a la importancia de la función comunicativa en el proceso de transmisión o legado. Señala que dicha transmisión es definida por su dependencia de instrumentos mediadores. Justamente, “la comunicación misma, siempre sincrónica, deviene en transmisión cuando se apela a la intermediación, por ejemplo con un testamento” [3]. Podríamos pensar allí el lugar de las cartas que Warren le escribe a Ndugu; dicho instrumento mediador y comunicador, que se inserta en la sincronía, produce así un efecto diacrónico, dejando marcas en el tiempo.

El impulso a legar y formar parte de la diacronía en la historia es un patrimonio humano por excelencia. Y es bien ejemplificado en el film por varios recortes que muestran la vinculación del protagonista con su ahijado. El intercambio epistolar mencionado, emprendido por el protagonista en un intento desesperado de hallar un receptor adecuado para su legado, da lugar a la transformación de este niño en el interlocutor ideal. Esto le permite a Warren poder transmitir la parte de su historia que él pretende y de la forma que necesita. La dificultad en la relación con los destinatarios próximos (hija y sucesor laboral) dan lugar para que Ndugu asuma la función de prótesis, ante la frustración del corte en la cadena esperable de su legado. En las cartas escritas al niño Warren le brinda experiencias de vida, recomendaciones, sugerencias, enseñanzas. Luego del retiro le dice al pequeño: “tengo que aprovechar al máximo el tiempo que me queda, Ndugu. La vida es breve y no puedo darme el lujo de desperdiciar un minuto más”.

Como señala Bodni, el empuje a legar y trasmitir insiste, quizás hasta el final de la vida, y busca su descarga en un objeto sucesor, que puede ser familiar (hija), adoptivo (Ndugu), discipular (su sucesor en el trabajo) o institucional (institución del matrimonio, la exogamia y el reconocimiento de Schmidt del derecho de su hija a formar una familia y de ser feliz a su manera).

Por su propia historia vemos en el desarrollo del film que su legado “debiera” ser mantenido entre su familia y su trabajo, sus expectativas están puestas allí, tanto en la valorización de su trayectoria y experiencia laboral como en el amor y reconocimiento familiar. Sin embargo, debe enfrentarse, por ejemplo, a la cruda realidad de su discípulo expulsándolo del que era, hasta hace días, su refugio laboral. Un joven reemplazante excusándose en exigencias horarias y laborales, comentándole que ha realizado una buena labor con el relevo de su trabajo y que cualquier cosa puntual que necesite lo llamará. Un espacio que fue suyo durante mucho tiempo, le demuestra material y simbólicamente que ya no tiene un lugar allí, ni siquiera como el portavoz de la experiencia acumulada.

Al salir de la oficina, el Sr. Schmidt se encuentra, bajo la forma de cajas apiladas y desechadas, con aquello que para él significaba su legado laboral. Su experiencia y años transcurridos en el cargo, plasmados en los archivos de toda su vida, de pronto arrumbados en el basural de la empresa; mostrándole en una simple escena el no lugar de lo que él tenía para aportar más allá de la disponibilidad de energía y vitalidad con la que contaba.

En este momento del devenir, confuso e incomodo para el Sr. Schmidt, irrumpe la muerte repentina de su mujer que lo envuelve de angustia, soledad y desamparo. La crisis identificatoria se evidencia con el primado de la desorientación. Le escribe a Ndugu: “recuerda jovencito, tienes que apreciar lo que tienes mientras lo tienes”.

El sorpresivo y azaroso encuentro con unas cartas lo anotician de las infidelidades de su esposa y la traición de su amigo, y producen la variación del desgano en enojo e impulsividad como consecuencia del encuentro con la ajenidad de otros significativos. La necesidad de ser “sentido y pensado” [4] lo llevan a acudir rápidamente a su hija quien intenta frenar su visita por adelantado. Esta última le pide que se ajuste a lo convenido con anterioridad entre ella y su ya difunta madre. Coarta así la espontaneidad de su padre, quizás abrumada por la sorpresa; lo deja paralizado a mitad de camino, sin motivos para retornar, ni destino planeado, pero demostrándole una vez más que el lugar que él esperaba tener no existe. Sin embargo, la no disponibilidad de su hija abre para él la oportunidad de asumir el riesgo de la transformación resolviendo, a partir de la incertidumbre, el emprendimiento de un viaje hacia un encuentro paulatino y progresivo con sí mismo. Viaje que resulta “gratificante” y que lo encuentra al finalizar “completamente transformado, como un hombre nuevo”. Los eslabones de este trabajo de resignificación son identificables en varias de las escenas en las que logra redimensionar sus espacios subjetivos gracias al encuentro con otros y a la puesta en marcha de un proceso de interioridad [5].

Warren comienza este viaje volviendo al “inicio”, visitando su pasado, recorriendo su propia historia en un intento de “quitar telarañas de mi memoria”, al decir del protagonista. Visita su casa paterna reencontrándose con su lugar de origen y pasa por la Universidad, buscando su cara de entonces en los anuarios estudiantiles. Allí, se detiene a pasar tiempo con alumnos jóvenes a los que les cuenta de sus experiencias cuando formaba parte de esa misma fraternidad. También les explica sobre estrategias empresariales recomendándoles qué hacer el día de mañana. Podríamos decir que pasa la posta, e intenta trasmitir algo de su legado a un par de jóvenes, que por lo que se observa en la película, demuestran poco interés en lo que Warren tiene para decirles. Sin embargo, nuestro protagonista esta envalentonado, contando entusiasmado su experiencia en la universidad y en el trabajo, y porque no en la vida.

Visita también la casa de “Buffalo Bill” un hombre increíble, de quien adjunta en una de las cartas al niño un folleto para que sepa quién fue transfiriéndole a través de un “instrumento mediador” [6] particular una experiencia y un saber específicos.

Como Bodni plantea en su desarrollo, no hay posibilidad de transmisión total o absoluta. Hay límites que hacen del discurso de lo enunciado un fragmento que exige, para quien lo emite, la aceptación de la castración. Podemos pensar de este modo en una revisión de la postura que el protagonista sostiene a lo largo de todo el film. Una renuncia a esa pretensión omnipotente en relación a la transmisión de sus enunciados. Esta cuestión se refleja, por ejemplo, en la escena del porch de su familia política, donde el protagonista concreta una muy buscada y forzada charla con su hija. Allí parece querer explicarle que su elección de vida no es nada adecuada a sus verdaderas posibilidades, cual iluminación divina, como si se tratara de una revelación que ella debe saber y respetar. Warren le pone sobre aviso que su futuro marido “no la merece”, que ella “puede conseguir algo mejor”. En relación a esto último, finalmente en el casamiento de su hija, el protagonista, durante el brindis, parece entender que el marido de su hija no es quien él elegiría, pero reconoce que es quien su hija elige más allá de sus propias expectativas y mandatos. Con cierto dolor por esa omnipotencia perdida, él asume parte de su castración.

Podemos animarnos a pensar algunas líneas que se entrecruzan en relación al dolor que debe asumir el protagonista en ese proceso de envejecimiento que se encuentra transcurriendo. La película comienza ya con algunos pantallazos sobre lo que podríamos suponer en el orden del “Yo horror” que conceptualiza Diana Singer como contracara del Yo ideal que remite al narcisismo primario. Tal como describe la autora, es una auténtica vivencia, momento puntual y particular en el que el envejecente se descubre viejo, y allí lo siniestro de este proceso de envejecimiento. Horror que el espejo le devuelve al mismo Warren y horror también con el que el protagonista se encuentra en la imagen de su esposa. Respecto de ella dice: “Helen y yo llevamos 42 años de casados. Últimamente, todas las noches me pregunto ¿Quién es esta vieja que vive en mi casa?”.

El espejo le demuestra la distancia con el que fue y con el que pretende ser; quedan grabadas en la retina del espectador por magníficos logros estilísticos las imágenes de la vejez: la piel arrugada, las bolsas en los ojos, las venas marcadas, las líneas que delimitan el cuerpo con debilidad y flojera… varias imágenes que se muestran simultáneamente graficando a la perfección lo no pensado de este momento que el envejecente se ve obligado a asumir, “66 años debe parecerle muy viejo a alguien tan joven como vos, la verdad es que a mí también me lo parece. Porque cuando me miro al espejo y veo las arrugas de los ojos y la piel caída en el cuello y el pelo en las orejas y las venas en los tobillos, no puedo creer que ese realmente sea yo”.

Golpes al Yo que necesariamente deben de asumirse, en este caso, junto al proceso de duelo que debe encarar ante la pérdida de su mujer y su jubilación. Y en este marco podemos pensar la posibilidad de que Warren, ante tantas pérdidas y golpes a su Yo, no quiera resignar su lucha por un legado ideal. Es decir, ante las múltiples pérdidas a las que cualquier envejecente se ve sometido, Warren pareciera no tolerar una más. Así, asume la castración en el legado a su propia hija con la condición del sostenimiento paralelo de la relación ideal que mantiene con su ahijado. Esta relación le permite volcar todo lo que hubiera deseado que sea su vida, y sólo los recortes que tolera y que son de esa forma posibles de transmitir sin riesgo a que sean modificados, gracias a la distancia y las particularidades que este vínculo admite.

Al regresar de su viaje, hacia el final de la película, vemos al protagonista angustiado: él “pidió” a su hija garantías de ser reconocido como enunciante y su recepción, siguiendo a Bodni, fue fallida. De allí lo que observamos en esta escena de la película como un “doloroso sentimiento de intrascendencia o vida inconclusa”. Narra el protagonista: “cuando todos los que me conocieron hayan muerto, y hayan muerto los que los conocieron a ellos, será como si yo no hubiera existido jamás”. Vemos aquí de manera explícita aquella “amenaza de olvido e intrascendencia” [7] justamente porque la verdadera amenaza presupone la no producción del objeto sucesor. Al contrario, siguiendo a Piera Aulagnier, los viejos requieren sostener “la ilusión de que una nueva voz volverá a dar vida a la mismidad de su propio discurso”. En este sentido, como plantea Bodni, el sucesor decepcionante (podríamos hipotetizar: su hija) con el que se identifica de manera negativa, es uno solo con el sucesor real (podríamos hipotetizar: Ndugu) que va a transportar algo suyo al futuro.

Esa angustia plasmada en la frase anteriormente citada de Warren, parece revertirse en la escena final frente a la carta que le devuelve su ahijado. El niño le demuestra en ella que existe el receptor que él esperaba, al igual que en el dibujo, donde metafóricamente lo toma de la mano en su cadena generacional. Las lágrimas de Schmidt junto a la emergencia de su sonrisa reflejan el alcance de ese plus en su asombro frente al milagro de la vida. Efecto de un trabajo subjetivo motorizado por el impulso pulsional de legar e instauración de la humanidad como sucesora y emergencia de un sujeto “más amplio y trascendente que el individuo” [8].

Emprendida la vuelta a su hogar Warrren escribe a Ndugu: “esta vez voy directo a casa, solo haré una parada: el impresionante puente nuevo en Carnie, Nebraska, un puente que conmemora el valor y la determinación de los pioneros antepasados que cruzaron el estado hacia el oeste. Y me hizo pensar, mirando toda esa historia y reflexionando sobre los logros que alcanzaron estas personas, me puso las cosas en perspectiva. Mi viaje, por ejemplo, es insignificante comparado con los viajes que otros han realizado, la valentía que han demostrado y las dificultades que soportaron. Sé que todos somos muy pequeños en el gran esquema de las cosas y supongo que lo máximo a lo que podemos aspirar es a hacer alguna clase de diferencia. Pero ¿Qué diferencia he hecho yo? ¿Qué mejoró en el mundo gracias a mí?”.

Bodni dice respecto del legar o aquella necesidad de transferir memoria cultural, “lo que convierte esta acción en un acto esencialmente humano no es su contenido, siempre variable, sino la presencia radical del hecho, como puente estructural de la relación entre generaciones” [9]. Por tanto, el puente mencionado por Warren, aquel que cruza en el regreso a su casa, podría representar figurativamente aquel puente estructural al que hace referencia Bodni. El puente de la película, representa así, simbólicamente, este pasaje o mensaje entre generaciones (Warren-Ndugu). Justamente “el contenido de la transmisión generacional será un legado que en su esencia sirve al transporte de la historia y a la ilusión de supervivencia” [10].

De allí las lagrimas de Warren luego de leer la carta enviada por la monja que cuida a Ndugu: “Ndugu es un niño muy inteligente y cariñoso. Es huérfano (…) Ndugu y yo queríamos que supiera que ha recibido todas sus cartas y espera que tenga buena salud y sea feliz. Piensa en usted todos los días y desea mucho que sea feliz. Ndugu tiene solo 6 años y no sabe leer ni escribir, pero ha hecho un dibujo para usted. Espera que le guste”.

Podríamos suponer que aquellas preguntas sobre “¿Qué diferencia he hecho yo? ¿Qué mejoró en el mundo gracias a mí?” seguidas de la reflexión sobre “cuando todos los que me conocieron hayan muerto, y hayan muerto los que los conocieron a ellos, será como si yo no hubiera existido jamás”, se ven movilizadas y conmovidas por esta carta recibida. Hay alguien, un receptor de su legado. Hay, en esta carta y especialmente en el dibujo que el niño le hace, una confirmación fehaciente de que ha hecho algo por alguien. Y ese alguien se lo ha confirmado de una manera especial: dos sujetos tomados de la mano bajo el sol, uno mayor que otro, pertenecientes a generaciones diferentes… quizás la figura más pequeña sea la de Warren, a quien este niño de 6 años ha ayudado, sin darse cuenta, a encontrar su camino de vuelta a sí mismo.

Conclusión

A modo de conclusión nos gustaría señalar que nuestra intensión con el presente trabajo ha sido la de una invitación a continuar pensando otras posibles direcciones y líneas interpretativas que esta película nos brinda, y no ofrecer un análisis cerrado sobre la temática que nos convoca. Vemos así la potencia articuladora que presenta el recurso y lenguaje fílmicos para acercarnos a la realidad y experiencia humana de manera creativa. El cine se nos presenta así como un recurso posible de apertura a nuevas narrativas. Finalmente señalar que, dentro de la Cátedra de Psicología Evolutiva II, a la cual pertenecemos académicamente, dentro de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de La Plata, este trabajo es pensado como el comienzo de un análisis a ser proseguido a lo largo del ciclo lectivo 2014, orientado a la articulación de la película con diversos ejes que hacen a la temática especifica de vejez.

Referencias

Bodni,O. (2013). “La existencia doble y la clínica del legado” en La delegación del poder en el envejecimiento humano. Buenos Aires: Psicolibros

Singer. D. (2005) El trabajo psíquico en el paso del tiempo, en Revista de Psicoanálisis y Grupos. Vol. 3, Número 3. México. http://www.ampag.edu.mx/files/psicygrupos3.pdf

Iacub, R. (2001) Proyecto de vida. El desafío de los mayores. Buenos Aires. Manantial Ed.

Iacub, R. (2009) “Estéticas de la existencia: la vida es bella en la vejez?” en Desafíos y logros frente al bienestar en el envejecimiento: VIII Jornadas de psicología de la tercera edad y vejez. Buenos Aires: Eudeba.



NOTAS

[1Bodni,O. (2013). “La existencia doble y la clínica del legado” en La delegación del poder en el envejecimiento humano. Buenos Aires: Psicolibros.

[2Bodni,O. (2013). Op. Cit.

[3Bodni,O. (2013). Op. Cit.

[4Singer. D. (2005) El trabajo psíquico en el paso del tiempo, en Revista de Psicoanálisis y Grupos. Vol. 3, Número 3. México. http://www.ampag.edu.mx/files/psicygrupos3.pdf

[5Iacub, R. (2001) Proyecto de vida. El desafío de los mayores. Buenos Aires. Manantial Ed.

[6Bodni,O. (2013). Op. Cit.

[7Bodni,O. (2013). Op. Cit.

[8Iacub, R. (2009) “Estéticas de la existencia: la vida es bella en la vejez?” en Desafíos y logros frente al bienestar en el envejecimiento: VIII Jornadas de psicología de la tercera edad y vejez. Buenos Aires: Eudeba.

[9Bodni,O. (2013). Op. Cit.

[10Bodni,O. (2013). Op. Cit.





COMENTARIOS

Mensaje de Víctor Michelon  » 27 de agosto de 2014 » vmichelon@psi.uba.ar 

Es interesante la elección de está película para articularla con diversos ejes que hacen a la problemática de la vejez, según citan las autoras.

Para evitar los límites de los conceptos de legado, yo horror y vejez como estereotipo, podríamos pensar que la llamada “gerontodemografía nueva” por Bodni representa en la práctica la posibilidad de los adultos mayores (65 años y +)de vivir en su pleno potencial varios años más -o muchos más.

El personaje del señor Schmidt (Jack Nicholson)es un hombre que al momento de su jubilación parece contar con una red social reducida a su trabajo, mujer e hija. La cantidad y calidad de integrantes de su red de contención social son pequeñas aunque el protagonista ha cumplido con el "sueño americano" (clase media acomodada) Sus problemas están lejos de la falta de recursos económicos.

La película no refiere a sus amigos cercanos, familiares o sus pertenencias sociales (sociedades, clubes, etc.) Y en su peregrinar en la película establece muy pocos lazos sociales aún pudiendo hacerlo y siendo requerido para ello. Realiza su largo viaje solo y luego no intenta sumarse a la nueva situación del casamiento en la que podría tener un lugar presente y futuro (como abuelo por ejemplo)

Los mencionado en los párrafos anteriores puede atribuirse a características de la personalidad o a mandatos culturales imperantes de ese momento y esa sociedad. Y lo último puede imaginarse en la diferencia de este retirado estadounidense con un jubilado de un pueblo o ciudad pequeña de Italia, por ejemplo.

Así entiendo que Schmidt solo se permite mantener una relación afectiva a condición de que sea platónica y muy lejana, como es el caso de Ndugu.

Lo dice su amigo: “Lo que verdaderamente importa (…) es saber que has dedicado tu vida a algo significativo, a ser productivo (…), a construir una buena familia, a construir un buen hogar, a ser respetado por tu comunidad, a tener amistades maravillosas y duraderas…”

A través de toda la película puede observarse que el señor Schmidt "sufre" en muy diversas situaciones y no creo que pueda atribuirse a su edad. Su lenguaje gestual es el de una persona muy molesta y fastidiada (¿viejo protestón? No lo creo)

Sobre todo lo demás solo se puede especular: personalidad obsesiva, esquizoidia, pobreza psicosocial, etc.

Lo que sí se observa es que este personaje no puede salir de su "lugar" histórico (trabajo, esposa e hija) Está clavado, por usar una metáfora.

La película nos deja el interrogante de su elaboración de los profundos cambios y pérdidas que ha sufrido y solo esta elaboración le permitirá el tránsito hacia el futuro. Pero la película termina. Fin.



Mensaje de M Teresa Icart  » 16 de agosto de 2014 » mticart@ub.edu 

En Las confesiones del Señor Schmidt, el sentido de la vida parece radicar en “haberla dedicado a algo significativo, a ser productivo…”, con ello se evidencian unos valores que pueden estar muy alejados de lo que cada uno puede hacerle feliz y que, seguramente es lo que “verdaderamente importa”.
La cuestión es el bienestar que Bodni logra gracias a su relación/comunicación con Ndugu y cómo ese legado cultural que quiere y necesita transmitir al niño ayuda a la felicidad y al desarrollo del pequeño.
El que “La vida es breve y no puedo darme el lujo de desperdiciar un minuto más” se convierte en una premisa que todo ser humano debería tener presente desde que adquiere uso de razón. El sentido de la trascendencia debería trascender lo material, pero también el vano esfuerzo de encontrar un sentido a la vida, que vaya más allá del que fabulemos, imaginemos o simplemente queramos darle.
En mi opinión una excelente película comentada en un más que excelente trabajo.




Película:Las confesiones del Señor Schmidt

Titulo Original:About Schmidt

Director: Alexander Payne

Año: 2002

Pais: Estados Unidos

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