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USS Callister | Black Mirror | Temporada 4 | Episodio 1

por Laso, Eduardo

decía Hegel
lo real es racional
pero notodo
(Lacan)

El haiku apócrifo del epígrafe nos ambienta en este episodio, que requiere de una breve introducción. Cuando en 1966 se estrenó la serie de televisión Star Trek (en Argentina Viaje a las estrellas), nadie hubiese augurado que terminaría siendo un fenómeno de la cultura popular que se extendería hasta la actualidad. Las aventuras del capital Kirk Y el señor Spock en la nave espacial USS Enterprise conocieron en su momento un éxito relativo, al punto que la serie estuvo en el aire sólo por tres temporadas (79 episodios), concluyendo el 2 de septiembre de 1969. Pero las reposiciones posteriores le dieron una nueva e inesperada vida a la serie, al punto de propiciar la formación de grupos de fans autodenominados trekkies, cinco series de televisión derivadas de la serie original (es la serie con mayor número de spin-offs en la historia de la televisión), trece películas hasta la fecha, videojuegos, juegos de rol, novelas y relatos de ficción escritos por fans. Star Trek es hoy en día una franquicia que sigue explotando el concepto básico de su creador Gene Roddenberry: un futuro en el que han desaparecido de la Tierra las guerras, la pobreza y las diferencias políticas, raciales y religiosas, y donde la humanidad, apoyándose en la ciencia y la tecnología, busca conocer nuevos mundos y sociedades. La misión del grupo multicultural de la tripulación del USS Enterprise es explorar nuevos mundos para sumarlos a la Federación de Planetas, en un proceso integrador donde los extraterrestres no son monstruos amenazadores, sino seres semejantes a los humanos, aunque diferentes en su morfología o su cultura. Para la sociedad americana de los años sesenta, Star Trek se inscribe ideológicamente dentro del progresismo de los movimientos sociales antirracistas y antibelicistas de la época.

El inicio del primer capítulo de la cuarta temporada de Black Mirror es un homenaje explícito a esa serie de televisión, al mismo tiempo que su inversión irónica: la aventura que vemos en los primeros minutos replica la estética de la primera Star Trek, sólo que de un modo rayano en la sátira. El capitán Daly del USS Callister es un remedo del capitán Kirk que encarnara William Shatner, y el grupo que lo acompaña oficia de exagerada comparsa celebratoria de sus virtudes. Incluso el episodio hace un homenaje irónico al hecho de que la serie original pusiera el primer beso interracial de la historia de la televisión americana, cuando Daly besa a dos de sus subordinadas, ambas mujeres de color. Estamos, evidentemente, ante una versión mala de la serie que recordamos. Con el fin del episodio de la aventura espacial, comienza la verdadera historia que Black Mirror nos quiere presentar: la de un “trekkie” que es, además, un genio de la informática, dueño de una empresa de programas y juegos virtuales llamada Callister en honor de una vieja serie de ciencia ficción televisiva que ama desde niño.

Robert Daly ha formado una exitosa sociedad con Walton, a pesar de lo cual es un ser ensimismado, incapaz de socializar con los empleados a su cargo, habiendo cedido el lugar de liderazgo a su socio, al punto de que quienes trabajan allí no lo registran como dueño. Daly tiene un refugio adonde irse: un programa de realidad virtual en la que es el capitán de la serie que adora. Pero ese mundo en el que él es un héroe de historieta que realiza sus ensoñaciones de púber no es un mero equivalente tecnológico futurista de las escapadas al mundo fantaseado de Walter Mitty (The secret life of Walter Mitty, Ben Stiller, 2013) o Billy Fisher (Billy Liar, John Schlesinger, 1963). Para Daly, el programa que ha realizado tiene un giro perverso con el cual cree saldar cuentas con sus semejantes. Callister es la versión torcida de Star Trek; un mundo virtual en el que la omnipotencia de su creador se realiza a costa de los semejantes. En él, Daly es un capitán cruel y rencoroso que ha ocupado su nave espacial con aquellos empleados con los que no ha sido capaz en su vida cotidiana, de tratar, enfrentar o seducir. En esa realidad alternativa, su socio es poco menos que tratado de felpudo y los empleados son esclavos a su servicio. Si la ficción de Star Trek apunta a fomentar los mejores aspectos del ser humano, Callister de Daly es sólo una serie hecha para satisfacer el resentimiento de su autor. En ese punto, abre a la pregunta por la ética del creador de una obra de ficción, en tanto no resulta indiferente la decisión que toma respecto del destino que le dé a sus personajes. [1] Daly es en el fondo un resentido, como Walter White de Breaking Bad, que tras las razones altruistas de armar una empresa clandestina de metanfetamina para garantizar un futuro económico a su familia cuando ya no esté, se esconden los motivos de su frustración y odio a sus antiguos socios, a los que le vendió su parte de la empresa en una decisión económicamente ruinosa.

Pero Black Mirror propone un giro perverso agregado: a Daly no le alcanza fantasear que somete y humilla a sus empleados y su socio. Quiere que ese maltrato sea realmente padecido por ellos. Así que encuentra un modo tecnológico de reproducirlos en su mundo virtual a partir de obtener su ADN y duplicarlos en avatares que padecen realmente las acciones que ejerce sobre ellos. Se vuelve así un Dios cruel en un mundo pueril, en el que ha logrado atrapar a su entorno. A partir de allí, el problema de los personajes pasa a ser cómo escapar de esa realidad virtual. [2] Salida que, para el caso, implica poder llegar a situar el punto de falla de aquel que se propone como Gran Otro y arriesgar un acto de liberación que –como no podía ser de otro modo- supondrá atravesar un agujero en el orden simbólico, sin saber a qué conduce (¿la desaparición del sujeto? ¿Un nuevo sujeto?). Ese acto heroico y grupal es uno de los momentos más felices que ha producido la serie Black Mirror, y una vuelta a aquellos momentos en que nos emocionábamos de las soluciones de último segundo con que el capitán Kirk y el Dr. Spock salvaban el día.



NOTAS

[1Como se quejaba amargamente Jack Slater, el personaje de ficción de Last action hero (John McTiernan, 1993) que descubre que su existencia es sólo una creación cinematográfica y que el autor de sus aventuras decidió que su hijo fuera asesinado para darle un giro melodramático al espectador, o como Harold Crick (Stranger than fiction, Marc Forster, 2006) el personaje literario que descubre que está siendo escrito por la célebre escritora Karen Eiffel y se encuentra con ella para tratar de convencerla de que no le dé un destino trágico.

[2Esta situación tiene ecos en otras películas: El piso 13 (The thirteenth floor, Josef Rusnak, 1999), The Truman show (Peter Weir, 1998), Dark city (Alex Proyas, 1998), Matrix (The Matrix, Lana y Lilly Wachowski,1999) y sus dos secuelas.