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El Color Púrpura

por Cocholilo, Francisco

Creo que Dios se enfada si tu caminas entre el color púrpura de un campo y no lo notas"

Shug Avery

“Querido Dios, tengo 14 años, siempre he sido buena niña. Tal vez puedas enviarme una señal que me diga qué me esta pasando: un día mi papá vino y me dijo “tú vas a hacer lo que tu mamá no hace” y ahora tengo dos hijos de mi papá. Un bebito llamado Alain, que me quitó mientras dormía. Y una bebita llamada Olivia que me quitó de los brazos”.

Así comienza esta historia en una granja de los Estados Unidos, en el año 1909. Una comunidad negra. Su protagonista, Celie (Whoppi Goldberg) vive en un mundo de hombres, en el mundo de los hombres. Donde la mujer ocupaba un lugar secundario respecto del hombre [negro que ocupaba un lugar secundario] [1].

En estas condiciones el hombre define al Hombre. “La humanidad es macho y el hombre define a la mujer no en sí, sino respecto de él”[2]. Ninguna mujer osa ser sino el deseo del hombre que la circunda (y la tiraniza). Tal vez alguna –Sofía- encarne la contradicción al deseo masculino convirtiéndose en un no-desear-lo-que-el-hombre-desea escapando así de un llano fracaso en el impensable intento de pronunciarse a sí misma[3].

Toda mujer, entonces es un hombre o un no-hombre.

Un orden visiblemente construido por y para hombres donde una mujer es asumida en sus dos posibilidades: una esposa doméstica(da) asexuada resignada al mundo privado a los fines de obtener el caduco diploma social de “Mujer Digna”, o una Prostituta y Libertina babilónica marcada por la discriminación injusta que el pastor del templo dominical se empeña en acrecentar.

Celie obtiene el diploma tras años de postergación a favor del deseo de su padre-abusador, anteriormente, y ahora de su esposo. Celie no eligió casarse con Albert (Danny Glover). Él fue a pedir la mano de su hermanita Nettie pero el padre no quiso otorgársela. Entonces le ofrece a Celie (en los términos en que se ofrece un caballo para la venta) quien es estéril y por eso “no le dará mayores complicaciones”.

Moral y ética se confunden en un contorno de concepciones esencialistas, naturalistas y atemporales que conciben a la mujer “naturalmente” para el mundo privado debido a su “esencia” que, como tal, siempre fue así y no cambiará... ¿se podría asumir como ontológico el segundo lugar para la mujer a partir de la verificación social que adquiere este status femenino? No. El consenso social no garantiza la ausencia de efectos particularistas (recordemos la triste experiencia nazi)[4].

El lugar a la mujer en el advenimiento de la modernidad no es “natural”. ¿Debemos buscar la relación Mundo Privado-Poder? Como quiera que fuese, el mito de “La mujer” descansa plácidamente en el discurso que lo sostiene repitiendo su contenido en diversos focos de emisión sociales.

Este efecto particularista que se expone también hace posible una serie de consecuencias nefastas como otorgar a la mujer un destino incestuoso sintomatizando su sexualidad y a ella misma.

Es el sometimiento a la ley del hombre doméstico (sometimiento tal vez del mismo hombre atrapado en significaciones productoras de subjetividades de género). Hombre no representante de la Ley sino hombre como Ley misma, particularizante[5]. Autoritaria porque sostenida en la fantasía y porque busca reconocimiento de una autoridad ausente[6]. Padre terrible. Un padre dueño de su mujer pero también de sus hijas y también de sus hijos con sus hijas. Historia que se repite de mujer en mujer -recordemos a Sofía confesándose ante la señorita Celie “Toda la vida he tenido que pelear. Tuve necesidad de luchar en casa y defenderme de mis tíos y defenderme de mis hermanos. Una mujer entre los hombres jamás está segura”-.

Por eso es obvio aclarar que la historia de Celie no es la historia de Celie (simplemente).

Un hecho cambiará la repetición de mujeres en serie sin ser mujer. Celie conoce a la amante de su esposo, de la cual éste está enamorado. Shug Avery (Margaret Avery) es una cantante de mala muerte que va y viene de gira por las tabernas de negros por temporadas. Albert Johnson está desde siempre enamorado de ella. Una noche bajo la lluvia, Shug es traída a la casa por Albert. Medio muerta de hambre, ebria hasta los huesos y agotada por la vida extrema que lleva, es atendida por Celie. Allí entablan una relación que cambiará la vida de Celie. Y no solo de Celie.

En la intimidad de un altillo, ambas mujeres dan cuerpo a un beso. No es un beso cualquiera. No es un beso lésbico (o tal vez sí). Me refiero a que no es simplemente un beso entre mujeres a la vez que implica eso: un beso entre mujeres. Celie tal vez por única y primera vez asume el futuro abierto a la cerrazón de las significaciones del imaginario social en el que yace casi sin vida. Es un beso-túnel. Un beso que transporta a una entrega entre erótica y mística siempre en absoluta comunión. Túnel en tanto transfigura. No un cambio de lugar. Es una afirmación. La primera. No será ya un no-hombre. No será un hombre. No es la negación del patriarcado. Es la afirmación, lo positivo de la femineidad. Es atrapada por su mismidad femenina y arrebatada. Una mujer que se pronuncia. Años de silenciamiento arrasados por un beso...

Beso que conducirá a la materialización del trazo propio en el mismo acto del éxodo. No es propiedad la del Hombre para pronunciarse Mujer. No ésta Mujer. Tampoco es una huída cobarde restándose del universo masculino. Es una ampliación del mismo. Una presencia con rostro de ausencia. No se propone una legalidad varonil o el negativo de ésta[7], trasciende esta lógica proponiendo una afirmación femenina, un “YO-SOY”. A partir de entonces la mujer reverdecerá floreciendo sus deseos al mundo de palabra viril: desarrollará un oficio y un modo de vivir con caligrafía propia.

No se da el efecto de un grupo de mujeres feministas que se revelan contra un orden establecido. Es mucho más que eso. Y ni siquiera es eso. No está en el orden de la rebeldía. No opera lo histórico. Opera el ser simbólico. Es LA MUJER (en caso de que ella existiera)[8]. Con la veracidad del concepto hegeliano; como la representación más perfecta[9]. Funda Identidad. Hace ser al ente cosificado. No le otorga más atributos, lo transforma trascendiendo lo que había sido excluido a priori.

Celie continuará con su vida de repeticiones hasta tanto vea instaladas todas las condiciones propicias que le permitan emigrar. No considero que quede atrapada en las mismas repeticiones que otrora. No porque las repeticiones no sean las mismas sino porque no queda atrapada. Está libre. Elige no ejercitar su libertad (al menos para la mirada castrada de su esposo). Es una suerte de “Si, querido” que en la opacidad de su rutina oculta el brote de la pulsión misma, del verdadero Color Púrpura.

Pero, al restarle al hombre la posibilidad de definir a la mujer respecto de sí[10]no solo la granja de Albert Johnson se viene abajo, no solamente su vida. Sino el sentido de la masculinidad vapuleada. Sino una subjetividad masculina construida socialmente. Sino la masculinidad.

Tres veces tiene la oportunidad Celie de vengarse matando a su esposo. Dos veces mientras lo rasura y una tercera en la discusión última en la mesa familiar. ¿Por qué no lo hace? ¿Oye las palabras de Sofía quien le asegura que no vale la pena? No. Celie sabe qué es no ser. Y su marido es. Porque es un ser humano merece conservar una vida que ella no le dio. No cabe la disputa si la merece por su obrar. Se ve la vida como atributo de la mismidad, la vida como elemento de la intimidad y de la libertad personal, la vida como sostenimiento de la existencia... ¿Por qué Celie no se deshace de ese ser que le molesta como el caminante se deshace de parte de su mochila, de lo innecesario y desechable? ¿es que el ser humano puede ser desechado con la misma inmediatez que las cosas? ¿por qué no? Podríamos responder que el ser humano es eminentemente un ser simbólico y que es ésta y no otra razón la que lo sitúa en su pedestal (como si estar más arriba –los varones son más altos– otorgara alguna singularidad). Es más que estar “arriba”, es un cambio de estructura. Pero no es este no-asesinato lo que singulariza a Celie. Supongamos que no mata a su marido porque cree en Dios. Y cree que él es el que da y quita la vida.

Francisco Marcelo Cocholilo es estudiante de la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.

[1] ¿Habrá que buscar aquí la raíz verdadera de la discriminación a las mujeres negras? ¿Constituirá éste un caso de discriminación especial? ¿Justifica la discriminación a los hombres negros la discriminación a las mujeres negras?

[2] De Beauvoir, S. 1962. El segundo sexo. Tomo I. Buenos Aires. Ed. Siglo Veinte.

[3] En el film Sofía desafía el capricho de la esposa del alcalde enfundado en la autoridad de su esposo y esto le costará ocho años de cárcel.

[4] Michel Fariña, J.J. 1998. Lo universal - lo singular. En Ética, un horizonte en quiebra. Buenos Aires. Eudeba.

[5] Salomone, G. 2000. El padre en función. En La encrucijada de la filiación. Tecnologías reproductivas y restitución de niños. Buenos Aires. Ed. Lumen / Humanitas.

[6] Benbenaste, N. 1993. Las dos formas del poder: autoritarismo y autoridad. En Sujeto = política x tecnología / Mercado. Buenos Aires. Editorial Lenguaje.

[7] Al contrario, se la hace fracasar. Cf. Michel Fariña, J.J. 1998. Particular, universal, singular. En Ética, un horizonte en quiebra. Cap. IV. Buenos Aires. Eudeba.

[8] Fernández, A. M. 1994. La bella indiferencia. En La mujer de la ilusión. Cap. II. Buenos Aires. Paidós.

[9] Samaja, J. 2000. Universal, particular y singular. Las dimensiones de todo concepto. En Semiótica y dialéctica. Buenos Aires. Ediciones JVE. Buenos Aires.

[10] Ya que la afirmación de MUJER implica también una reestructuración de los discursos asentados en subjetividades construidas por y para los hombres. Discursos que sostienen los mitos ahora arruinados.



NOTAS

Película:El Color Púrpura

Titulo Original:The purple color

Director: Steven Spielberg

Año: 1985

Pais: Estados Unidos

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