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por Gallino Fernández, Griselda

"A veces mis cicatrices piensan por sí mismas."

"Objetos cortantes", es una serie protagonizada por Amy Adams, quien hace suyo el personaje de la solitaria reportera Camille Preaker hasta un extremo alucinante: sensibilidad a flor de piel y transmisión visceral de un amplio abanico de emociones.

El retrato de una mujer en carne viva marcada por un pasado enigmático cuya existencia tiene un único objetivo: dedicarse con saña a evitar recordarlo.

Sus recursos, algo endebles y pendulantes, se dirigen exclusivamente a que nada de esa agónica juventud marcada por el horror y el silencio cómplice, se tome el indecente atrevimiento de retornar.

Sin embargo, las heridas cortantes que porta su cuerpo en forma de misteriosos mensajes, diagraman un rompecabezas que aún no ha sido resuelto, cómo si jamás hubiesen cerrado.

Esas palabras selladas en el cuerpo y que parecen sorprendentemente reconfortantes para la protagonista, al mismo tiempo esconden el más aberrante pánico al horror vivido.

Literalmente esas marcas autoinfligidas en las que registra sus sentimientos confusos, sus decepciones, sus descubrimientos son cicatrices que "hablan" por sí mismas y marcan cada sentimiento, cada momento de su vida durante la adolescencia: "cocinar", "muñequita", "perverso", "virgen", "desaparecer".

No por nada, el primer capítulo se titula "Vanishing", cuya estricta traducción al castellano es "Desaparecer".

Sin embargo, los motivos sobre de quiénes o de qué intenta desaparecer la protagonista, obtendrán una respuesta inesperada sobre el final y nos permitirán entender finalmente porque vaga por el mundo como si fuese una sombra agónica y ebria que está siempre a punto de desmoronarse: su retrato psicológico es el de una mujer destrozada por inquietantes memorias de su juventud aguados en ingentes cantidades de alcohol.

El enigma central de la trama queda resuelto, después de un largo juego de perseguidos y persecutores, en los últimos segundos de un agónico episodio final. Aún más tensionante para el espectador es que se trata de una escena intercréditos que termina de dejar claras las intenciones del relato.

En los últimos instantes, la serie termina de estallar por los aires por medio de la secuencia más brutal que presenta en toda su extensión aunque en su desarrollo nos propone una experiencia lenta e introspectiva.

La trama y los personajes se van cocinando poco a poco, de forma lenta y espesa.

A pedido de su editor, Camille Preaker debe regresar a su pequeña ciudad natal (Wind Gap) para cubrir el asesinato de una preadolescente y la desaparición de otra que da pie a pensar en un asesino en serie operando por la zona.

Durante años, Camille apenas ha hablado con Adora Crellin, su neurótica e hipocondríaca madre, un personaje siniestro y cargado de cierto poder hipnótico, quién vive con su marido y con su hija Amma, media hermana de Camille, una joven a la que apenas conoce.

Ha dejado atrás, un pasado marcado por la muerte de su hermana menor y aunque el caso que debe indagar en sí ya no es agradable, lo que más le preocupa y aumenta su ansiedad es el hecho de tener que reanudar parte de su vida familiar: su madre, fría y asfixiante, su padrastro, que parece vivir fuera de la realidad de su propia casa, y su media hermana, que tiene una doble personalidad: la niña "bien" de la familia y la adolescente maliciosa y fría.

Instalada en su antiguo dormitorio en la mansión victoriana de su familia, Camille pronto se identifica con las jóvenes víctimas. Atrapada por sus propios demonios, debe desentrañar el puzzle psicológico de su propio pasado si quiere obtener una historia que escribir acerca de los crímenes.

Descubrirá poco a poco que éste concuerda de manera significativa con el de las jóvenes víctimas y necesitará mucha valentía y mucho autocontrol para poder enfrentarse a la asustada y distante población de Wind Gap por algo que pueda ayudarla a desentrañar el perfil del temido asesino y, sobre todo, el control para lidiar con su anhelo de autolesión.

Al mismo tiempo, los asesinatos sirven casi como un mero pretexto para mostrarnos una galería de personajes torturados y cubiertos de una capa que impide ver toda la mugre que tienen debajo.

El pueblo del que tanto ha huido hasta ser sólo una sombra consigue exprimir toda la sensorialidad de sus recuerdos encontrando belleza y horror en cada imagen: estampas de verano, dedos que se rozan, cabellos rojizos zarandeados por el viento o inevitables gatillos que activan la memoria de forma involuntaria.

Puede ser un olor, una imagen, una grieta en la pared o un detalle aparentemente nimio.

Cualquier pequeño desliz de la memoria puede llevar a la protagonista a un momento de terror irrespirable, a una paz absoluta o incluso al despertar del deseo sexual.

Los continuos saltos en el tiempo en forma de flashbacks en la narrativa recuerdan al funcionamiento de nuestra propia memoria y aparecen como un relámpago en forma de deja vú. Este recurso narrativo consigue introducir al público de lleno en un laberinto, en el que te encontrás tan desorientado y perdido como Camille.

El thriller se diluye poco a poco en el drama familiar en dónde el escalofriante personaje de Adora Crelin, nos devela que algunas mujeres no nacen para ser madres y algunas otras mujeres no nacen para ser las hijas, que esas mujeres necesitan.

Muchas veces es necesario recordarnos que los padres no siempre son buenos para los niños.

El descubrimiento de un síndrome psicológico que alude al vínculo madre-hija y que sólo se dejará ver al final de la serie nos avisa que no siempre "los hijos matan a los padres".

La serie apela a un montaje febril dónde sobrevuela constantemente la intención de tratar de dinamitar las expectativas del espectador. Y tal vez las de los propios protagonistas, que descartan de antemano opciones válidas en base a sus prejuicios. Es así que el ascenso y descenso de la protagonista resulta inquietante, perturbador y con varias aristas fascinantes.

De nuevo se pone en la palestra el orden social establecido y se critica abiertamente el desfasaje entre las apariencias y la realidad, mucho menos elegante y fácil de asimilar, pero quizás lo más interesante es el hecho de que la protagonista esté marcada y otros personajes no tengan cicatrices a la vista, pero sí mucho más profundas.

La ambientación es turbia y cobra especial relevancia: en un momento dado se afirma que la mitad de Wind Gap es perverso y la otra mitad está demente.

Los habitantes viven muy preocupados por las apariencias y el qué dirán, pero en realidad la mayoría esconde una doble moralidad.

Un retrato brutal de la Norteamérica profunda en la que un pueblo venera a sus fundadores por más que su historia esté llena de barbaridades.

A las heridas abiertas de la protagonista hay que reconocerles el mérito de que mientras están ante nosotros, es difícil quitarles el ojo y la forma en que la serie asesta su último golpe es aún más laceradora que los objetos que las cortan.

Sus antiguas y dolorosas cicatrices, tanto en su carne como en su alma, si bien la regresan a su pasado pueden aportar las respuestas al presente.

Las cosas malas suceden, aún en las " mejores casas".

Mantenerse a salvo al modo que pudo lograrlo Camille de niña, cuando todo tu día es ancho y vacío como el cielo, nos revela no sólo que se necesita un gran coraje para enfrentarse a lo que por la vía del síntoma intentamos reprimir, sino que cuando uno deja que aquellos que deberían amarnos nos hagan daño, en realidad se lo están haciendo a ellos mismos.



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