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La ópera de recordar

por Michel Fariña, Juan Jorge; Laso, Eduardo

¿Qué nos enseña el cine sobre la vejez? ¿De qué manera puede un film abismarnos a ese laberinto de pensamientos que pueblan la senectud? ¿Qué lugar ocupa la música, y las arias de ópera en particular, en el gesto de velar las lagunas del recuerdo?

The Father (Florian Zeller, 2020) nos ofrece una conmovedora aproximación a estas preguntas existenciales. El film se inicia con una escena aparentemente trivial: una mujer de mediana edad, Anne, camina por una calle de un barrio de Londres. Los espectadores escuchamos de fondo los acordes del aria "What Power Art Thou" de la ópera "King Arthur", del compositor barroco Henry Purcell. Sus versos nos dicen:

“What power art thou, who from below
Hast made me rise unwillingly and slow
From beds of everlasting snow?”
"¿Qué poder eres tú, que desde abajo
me ha hecho levantarme lento y desganado
de lechos de nieve eterna?”

El aria sigue sonando mientras Anne ingresa al edificio, sube las escaleras, abre la puerta del departamento y anuncia su llegada en voz alta. En ese mismo instante, su padre, Anthony, sentado en el living, se saca los auriculares y se detiene la música. Los espectadores advertimos entonces que era él quien estaba escuchando la grabación mientras esperaba a su hija. ¿Qué nos dice esta escena inicial de la película? Que la llegada de Anne se ve anticipada en la fantasía de su padre. Que Anthony la está esperando, pero de un modo peculiar, un modo que nos permitirá organizar, retroactivamente, toda la trama.

Y las pistas serán siempre los fragmentos de arias de ópera, que son tres a lo largo del film. En una escena posterior, vemos a Anthony en la cocina. Está escuchando la radio y suena “Casta Diva”, de la ópera “Norma”, de Bellini, en una grabación icónica de Maria Callas.

“¡Casta Diva, que bañas de plata
estas antiguas plantas sagradas,
a nosotros vuelve el bello semblante
sin nube y sin velo!
Templa, oh Diva,
templa estos corazones ardientes,
templa de nuevo el celo audaz,
Esparce en la tierra esa paz
que haces reinar en el cielo.”

Como en King Arthur, nuevamente, una apelación a los dioses. A una instancia superior y sobrenatural que pueda explicar todo aquello que, en la tierra, se está yendo de control. Se trata de una demanda a que el Otro cumpla la tarea de sostenerlo: que lo haga levantarse de su estado de postración y desgano. Y de pronto, en mitad de la grabación, inexplicablemente, Anthony apaga la radio. Una nueva interrupción pone fin a la reproducción del aria. Estos cortes van pautando la discontinuidad. Los tiempos del desquicio. Porque en lugar de este Otro ideal que espera, llega su hija, no muy agraciada y ciertamente ninguna Casta Diva, ya que tiene pareja, piensa irse a vivir a Paris y tercerizar la asistencia de su padre.

La trama avanza, y tenemos nuevamente a Anthony en el living escuchando música. Ahora suena "Je crois entendre encore", de la ópera "Los pescadores de perlas", de Bellini. El tenor, en la piel de Nadir también apela a un "rapto divino" y a un "dulce recuerdo" que es casi inalcanzable, inasible. Y una vez más, la música se interrumpe abruptamente, ahora por una falla en el reproductor de CD. Anthony se muestra molesto por la disrupción, e intenta, en vano, limpiar la superficie del disco.

En síntesis, el personaje se va recortando a partir de sucesivas interrupciones operístico-cinematográficas. Si la estructura narrativa carece de cohesión para la audiencia es porque también Anthony está perdido en ella. Como bien lo ha sintetizado una conocida reseña:

¿Quién es este extraño con el que Anthony se encuentra en su sala y que afirma haber estado casado con Anne durante más de diez años? ¿Y por qué dice con convicción que están en su hogar? ¿Anthony está perdiendo la cabeza? Sin embargo, reconoce el lugar: de hecho, es su apartamento, y justo el día anterior, Anne le recordó que se había divorciado. ¿Y no pensaba simplemente mudarse a París? Entonces, ¿Por qué ahora afirma que no? Algo se está tramando a su alrededor, como si el mundo, por momentos, hubiera dejado de ser lógico. ¿A menos que su hija y su nuevo compañero traten de hacerlo parecer que es loco? ¿Quizás tienen como objetivo quedarse con su apartamento? ¿Quieren deshacerse de él? ¿Y dónde está Lucy, su otra hija? [1]

Todo el misterio de la trama se ve entonces cifrada en los fragmentos de ópera, que sólo Anthony escucha. Cada aria es una súplica, una plegaria dirigida a un Otro, clamando por la gracia de un respiro en medio de las tinieblas. Las arias parecen hablarle, pero es él mismo quien las interrumpe abruptamente. ¿No nos dice esto acaso algo sobre el sufrimiento que emana de no poder recordar? Un no recordar, en el que el Alzheimer y el no querer saber se aúnan, para urdir una trama alucinada.

Lo que interrumpe ese mundo de la ópera, es entonces lo real de las visiones y olvidos, la siniestra confusión entre espacios, rostros y tiempos. La inquietud de no saber con quién se habla y la necesidad de autoafirmarse, otorgando un sentido, aunque más no sea paranoico, a las conductas de quienes lo rodean.

Finalmente, se va dibujando una clave en la secuencia. Las tres arias pertenecen a los tres períodos más relevantes de la ópera: barroco (Purcell), bel canto (Bellini) y romanticismo (Bizet), en este caso bien ordenados temporalmente. Como si, a través del subtexto musical, el film nos quisiera guiar en medio del desconcierto. Por eso, en el desenlace, en la revelación final, accedemos a escuchar completa el aria de "Los pescadores de perlas". Ahora sin interrupciones, porque algo se ha ordenado también en la historia, y nos podemos permitir, también nosotros, escuchar:

Je crois entendre encore
Caché sous les palmiers
Sa voix tendre et sonore
Comme un chant de ramiers.
Oh nuit enchanteresse
Divin ravissement
Oh souvenir charmant,
Folle ivresse, doux rêve!
Creo escuchar todavía
Oculto bajo las palmeras
Su voz tierna y sonora
Como un canto de palomas silvestres.
¡Oh noche encantadora
Rapto divino
Oh hermoso recuerdo
Loco delirio, dulce sueño!

Solo en su habitación, Anthony llora desconsoladamente en brazos de la enfermera que, en sus confusiones, tomara antes como su hija. Quebrado, no añora más que la presencia de su madre. Lo cual nos evoca aquella frase de Freud, en la carta 52 a Fliess: "El ataque de vértigo, el espasmo de llanto, todo ello cuenta con el Otro, pero la más de las veces con aquel Otro prehistórico inolvidable, al que ninguno podrá ya igualar.”

Cual niño, Anthony reclama la presencia materna. Sabemos ahora qué es lo que venía reclamando. No la madre de su historia personal, sino aquella idealizada que las óperas evocaban. Esa cuyo lugar demandaba que ocupe su hija y al que ella se rehusó: la Casta Diva, la que produce un rapto divino, un loco delirio, un dulce sueño, la de voz tierna y sonora, la que esparce la paz que hace reinar en el cielo, la que tiene el poder de hacerlo levantar de lechos de nieve eterna.

En suma, la madre como aquel primer Otro que rescata al viviente de su desamparo primordial. Pero esta madre idealizada y bella que viene a ocupar el lugar del Supremo Bien, no es más que la contracara de la madre en tanto das Ding. Cosa materna que convoca a hacernos Uno con ella. Ese vacío velado por las barreras del Bien y de la Belleza, y cuyos senderos conducen al “loco delirio, dulce sueño” de ya no ser.

En el otoño del patriarca, las arias velan y a la vez develan su angustia existencial. Como la ópera misma, que tuvo su momento de gloria y ahora se ve conmovedoramente reinventada a partir de estos acontecimientos ético cinematográficos.



NOTAS

Película:El padre

Titulo Original:The Father

Director: Florian Zeller

Año: 2020

Pais: Reino Unido