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La Historia Oficial y la responsabilidad subjetiva

por Dottis, Lucía

Universidad de Buenos Aires

Resumen:

La historia que narra la película argentina La Historia Oficial, dirigida por Luis Puenzo (1985), es la de la burguesía complaciente, la de los apropiadores, la de los empresarios oportunistas, pero también la de los apropiados, la de aquellos que han sufrido de una u otra forma las atrocidades de la dictadura, la de los que resisten y alzan su voz. En este contexto, a una madre apropiadora se le presenta el dilema respecto del origen de su hija al cual, una vez planteado, no podrá no responder. Dilema que conmoverá a su vez su posición frente a las diversas historias que la atraviesan, en tanto sujeto, en tanto mujer, como madre y como profesora de historia. El presente trabajo propone una análisis de la implicancia subjetiva de la protagonista a través del recorrido de sus diferentes momentos, revisando conceptos como el de familia, el de apropiación o la responsabilidad.

Palabras Clave: apropiación | responsabilidad | ética | identidad

The Official Story and the Subjective Responsibility

Abstract:

The story told by the argentine film La Historia Oficial, directed by Luis Puenzo (1985), is that of the complacent bourgeoisie, that of the appropriators, that of the opportunist businessmen, but also that of those that have been appropriated, that of those who have suffered in one way or another the atrocities of the dictatorship, that of those who resist and raise their voices. In this context, an appropriating mother is presented with the dilemma regarding the origin of her daughter to which, once settled out, she won’t be able to ignore. A dilemma that will unsettle her position before of the various stories that cross her, as a subject, as a woman, as a mother and as a history teacher. The present work proposes an analysis of the subjective implication of the protagonist through the journey of her different moments, reviewing concepts such as family, appropriation, or responsibility.

Keywords: appropriation | responsibility | ethics | identity

Introducción

La Historia Oficial, dirigida por Luis Puenzo (1985), propone un dilema que, una vez planteado, lleva directamente a un abismo, a una verdad. Expone a su vez los distintos posicionamientos respecto de esta verdad y lo más íntimo que se juega en ellos.

La trama se desarrolla durante los últimos meses de la última dictadura cívico-militar en Argentina y revela las vicisitudes de una sociedad atravesada por miedos, luchas, complicidades y silencios, mientras que presenta la vida de Alicia, una burguesa, profesora de historia, que se encuentra casada con Roberto, un empresario con estrecho vínculo con la cúpula militar e inversionistas extranjeros. Juntos crían con amor y dedicación a Gaby, una niña que está por cumplir cinco años y que, ante la imposibilidad de Alicia de quedar embarazada, fue traída de bebé por Roberto sin dar explicaciones acerca de su procedencia e identidad, lo cual ella tampoco interrogó.

A partir de una serie de sucesos y del encuentro con algunos personajes que conmoverán su discurso, puede sin embargo observarse en Alicia, a lo largo de la película, un movimiento desde una posición de negación y de no querer saber respecto de lo que sucede a su alrededor, hacia un reposicionamiento respecto de las versiones de las diversas historias que la atraviesan y la posibilidad de armar una pregunta acerca del origen de su hija. Por esta razón se analizará en el personaje de Alicia los distintos momentos interpelativos a los que ella se enfrenta y los movimientos subjetivos que de ellos se desprenden.

Desarrollo

Alicia en el país de no me acuerdo

Lo interesante de la narrativa de esta película es que se posiciona desde aquéllos que sostienen un discurso oficial, es decir no desde las víctimas sino más bien desde los victimarios, quienes gozaban de la alegría de la impunidad y del poder. En este contexto, el personaje de Alicia se muestra muy cómoda en su entorno y con el lugar que ocupa en él. Sumida en una profunda negación de las aberraciones que se estaban cometiendo, Alicia no objeta el régimen dictatorial, no se entromete en lo que hace el marido ni se cuestiona acerca de las personas con las que éste se relaciona, no es consciente siquiera de la conmoción que se estaba viviendo en el país con el principio de la caída de la dictadura y con la cual caerían también los negocios de su marido. Menos aún se ha preguntado por el origen de su hija, eligiendo asumir que su madre biológica no la había querido, mientras se ampara en la idea de la buena familia cristiana que forman juntos, mamá, papá e hija. En el salón de clases, afirma ante sus alumnos que “comprender la historia es prepararse para comprender el mundo”, que “la historia es la memoria de los pueblos” y que “ningún pueblo podría sobrevivir sin memoria”, aunque la memoria se construya para ella a partir de los hechos que sostienen los textos oficiales. Evocando a la canción de María Elena Walsh que suena a lo largo de la trama, es mejor un pasito para atrás y no dar ninguno más.

Familia y ficción

Con la cuestión del origen felizmente ignorada, Alicia no encuentra ninguna dificultad en criar a Gaby, es para ella su hija. Su marido, Roberto, fue quien la buscó de bebé en el hospital y quien tramitó su apropiación gracias a sus contactos con empresarios y militares. El matrimonio pactó el silencio al respecto y hasta acordó no decirle siquiera a la niña que era “adoptada”, tal como lo verbaliza Alicia en una escena. A lo largo de la película, puede verse que a la niña no le falta nada en cuanto recibe amor, atención y cuidado por parte del matrimonio que atiende todas sus necesidades y que ella considera son sus padres. Efectivamente se ha establecido un vínculo filial entre la niña y quienes la crían que, gracias a los lugares ocupados por ellos a partir de un deseo que los moviliza, se ha posibilitado en la niña la fundación y estructuración del psiquismo, la constitución subjetiva y la incorporación de la Ley que la inscribe en lo social y le otorga una identidad. La familia es el lugar de la trasmisión simbólica, de la transmisión de la lengua materna. Dice Miller (2007) que la familia no está conformada por el marido, la esposa, los hijos etc., sino que la familia está conformada por el Nombre-del-padre, por el deseo de la madre y por los objetos a. Tampoco los unen las obligaciones, los lazos legales, etc., sino lo que une a la familia es de hecho un secreto, un no dicho. Ese secreto es esencialmente un secreto sobre el goce y que tiene que ver con las funciones materna y paterna, siempre fallidas. De esta manera, la familia está unida por un secreto sobre el goce que hace familia en el inconsciente (Morao, 2017). En este sentido, en toda familia se encuentra el “de eso no se habla”, independientemente de qué se trate eso. La familia es también el lugar de la transmisión de un resto, del malentendido. La familia se funda en el desencuentro, en la decepción. Es una ficción que se arma a partir de restos de goce no sabidos y constituye el espacio donde el sujeto se pregunta por el deseo, que en realidad es la pregunta por el deseo del Otro.

De la apropiación

Sin embargo, la niña ha sido apropiada y ello constituye un crimen filiatorio (Kletnicki, 2004) que supone tres movimientos: la desaparición de los padres, la desaparición del niño y la apropiación psicológica. El primero, es condición necesaria para la apropiación. Desaparición del niño, en tanto es usurpado de su familia de origen y de la trama generacional que lo hacía heredero de una historia, de un deseo y hasta de un nombre (Kletnicki, 2004). En este sentido, se suprime su identidad, se niega lo que debió ser y, como dice Kletnicki (2004), produce “una ruptura que no es sólo individual sino también social”. La apropiación psicológica, desde la usurpación de los lugares paternos que, sin embargo, tal como se vio, no imposibilita la estructuración psíquica del sujeto (Kletnicki, 2004). El apropiador erige una farsa, un compendio de manipulaciones y mentiras a modo de fachada y que, fuera de toda ley, actúa el padre que no es. Ello, ha de diferenciarse de la función paterna que, “por definición, resguarda la potencia de la ficción” (Gutiérrez, Montesano, 2008). En esta línea, la posición del apropiador es fraudulenta, en tanto ofrece identificaciones que no le pertenecen al niño, están basadas en una mentira pero que no por ello son verdaderas ni falsas, sino que son reales en cuanto a sus efectos, en tanto permiten, como fue mencionado, la estructuración subjetiva y le proponen un lugar en lo social. A Gaby se le imponen una serie de identificaciones que le dan un lugar en esa familia y en su historia, pero que no le corresponden.

De la historia oficial a la otra: el movimiento de Alicia y la responsabilidad subjetiva

Será a raíz del reencuentro con su vieja amiga Ana, quien acababa de regresar del exilio, que el universo de Alicia será conmovido. En el crudo relato de su secuestro y torturas, Ana le cuenta a Alicia acerca de las apropiaciones de bebés los que son luego entregados a familias que no preguntan por su procedencia. Ello, toca algo de lo más íntimo en Alicia, algo de una verdad oculta, algo del orden de un secreto. Coyuntura que perturbará sus certezas y permitirá que pueda hacer lugar a la duda, a las preguntas. Habilitará un recorrido en el cual comenzará a desplegarse la implicancia subjetiva de Alicia y que analizaremos en una secuencia de momentos o tiempos lógicos.

A diferencia de la definición freudiana del trauma en dos tiempos, en esta secuencia los tiempos se presentan de un modo lineal, si bien los tiempos son lógicos y se requiere de un après-coup (Salomone, Domínguez, 2006). En un primer momento entonces, tenemos al sujeto que realiza una acción determinada con un fin específico, en el cual parece agotarse, y en concordancia con su universo de discurso. Acción que se verá confrontada luego con un segundo momento, en el que el sujeto percibe que algo fue más allá, que algo que se desborda lo interpela. En este punto, ante dicha interpelación puede responder de dos maneras: negar lo que se presenta como ajeno y seguir amparado en su universo particular, ahorrándose así la angustia que plantea el cuestionamiento por la propia existencia, o bien hacer lugar a aquello que emergió y, con ello, a un cambio de posición, un movimiento subjetivo, lo cual da cuenta de tercer momento, momento de la responsabilidad. Es el segundo momento, un tiempo 2, el que funda el circuito de la responsabilidad subjetiva. Es decir, aquel momento de interpelación y de emergencia del sentimiento inconsciente de culpa es el que obliga al sujeto a responder por aquello que lo conmueve y que tiene que ver íntimamente con él y que, retroactivamente, funda el primer tiempo en tanto tal. (Salomone, Domínguez, 2006).

Partimos entonces de un día particular en la película, en el que Alicia se encuentra con una serie de diferentes situaciones que comienzan a interrogarla, a interpelarla. Ese día, ella ingresa al aula como es habitual, pero se encuentra con el pizarrón colmado de solicitadas, recortes de diarios, fotos de desaparecidos y hasta dibujos de tumbas con las siglas “NN”. Frente a aquella intervención montada por sus alumnos, se la observa inquieta y molesta. Con enojo pide que saquen “todo eso” y afirma que “todos pagarán por los que hacen este tipo de bromas”. Sin embargo, ello produce un efecto en ella, pudiendo situar aquí un momento de interpelación. En la escena siguiente, Alicia se encuentra en su auto junto con Benítez, profesor de literatura, a quien le cuenta lo que hicieron sus estudiantes manifestando no saber qué es lo que éstos quieren y afirmando que son unos “insolentes”, a lo que Benítez le responde “querrán que se entere”. Ella entonces lo indaga acerca de las circunstancias por las cuales se fue de la universidad de Cuyo y se atreve a preguntarle luego si cree en la veracidad de los hechos que sus alumnos le presentaron, identificándose aquí una vuelta interpelativa. En este punto, es posible situar una tensión entre la negación, la voluntad de mantener obturada aquella pregunta que pudiera alterar su universo, y un interrogante que insiste, la conmueve, la incomoda y que denota un sujeto dividido entre hacer lugar a aquello que irrumpe, o volver al surco moral (D’Amore, 2006) que tapona tal interrogante. Ante la actitud dubitativa y negadora de Alicia, Benítez apuesta a provocarla: “¿a usted qué le importa lo que pueda ser cierto? ¿qué problema se hace? Siempre es más fácil creer que no es posible, ¿no? Sobre todo para que sea posible se necesitaría mucha complicidad, mucha gente que no lo pueda creer aunque lo tenga adelante”. Alicia se queda atónita y Benítez se baja del auto. En la escena siguiente, Alicia ya en la calle, se topa con una marcha por los desaparecidos. La angustia irrumpe y frente a ese real no tiene cómo escapar, la toma por completo y la deja perpleja. Esa realidad ya no es posible de ignorar. Aquí se observa a una Alicia interpelada, dividida y angustiada como signo de una culpa inconsciente que le conmueve el cuerpo y la obliga a responder, puesto que la interpelación exige una respuesta.

Así es como se funda el circuito, resignificando un tiempo primero en el que Alicia, discutiendo con sus alumnos respecto de la muerte de Mariano Moreno, defiende la versión oficial que se encuentra en los libros de texto en detrimento de “otras teorías” para las cuales, sostiene, “no hay pruebas”. En ese momento, el alumno Costa interviene y dice: “no hay pruebas porque la historia la escriben los asesinos”. Alicia, muy ofendida, lo echa del aula y le advierte al resto del alumnado que se trata de una clase de historia y no de un debate. Es decir, en este primer momento nos encontramos con una Alicia que se ampara y sostiene en lo particular de su universo, con su sistema de valores, ideologías e ideales, que se presenta cerrado y total y en el cual puede subsistir (Ariel, 2001). La historia que ella transmite es la oficial. Clausura así toda posibilidad de que emerja algo heterogéneo.

Avanzado el film, se presenta la escena en la que Alicia devuelve a sus estudiantes los exámenes corregidos. Cuando va a entregarle al alumno Costa el suyo, le pregunta dónde leyó aquello que fundamenta lo que había escrito, a lo que este rebate: “¿usted sólo cree en lo que dicen los libros?”. Alicia le responde que para los hechos acontecidos hace tanto tiempo, no encuentra nada más prudente que recurrir a la documentación existente. Hasta aquí, parecería ser una escena más donde ella continúa encerrada en su sistema de creencias y valores, donde el llamado interpelativo parece haber sido ignorado. Sin embargo, para sorpresa de sus propios estudiantes, agrega: “Yo le voy a rogar que aporte bibliografía, ya que le interesa la investigación histórica. Tiene un 9, Costa”. Frente a un universo que se presentaba cerrado y total, donde se esperaba de su parte un particularismo moral, algo sorprende: un acto suplementario. Invita a su estudiante a proveer otra bibliografía, dando cuenta así de la posibilidad de hacer lugar a una otra historia que no sea la oficial. Este acto de habilitar –y habilitarse– la verdad, implica un cambio en su posición como sujeto. Acto en el que se produce el efecto sujeto y se abre al horizonte de la ética. Un tercer tiempo en el que emerge la responsabilidad subjetiva (Salomone, 2006. p. 7).

Sin embargo, como veremos a continuación, esto no se produce sin un segundo movimiento que, a su vez abrirá la posibilidad de un segundo acto ético.

De la historia oficial, a la otra y a la propia (o de la historia oficial y retorno)

La escena de Alicia en el confesionario es clave en tanto permite dilucidar la verdad detrás de su posicionamiento que guía el accionar de aquél primer momento en el que defiende la versión oficial de los libros de texto. Ante el cura, ella revela que durante años vivió inmersa en una mentira respecto de sus padres. Su muerte, en un accidente, fue ocultada por su abuela quien en su lugar sostuvo la historia de que estos habían partido de viaje y le inventó cartas para sostener el engaño. Así es como Alicia, según cuenta, los estuvo esperando de niña sentada en la mecedora de su abuela hasta que asumió que la habían abandonado. Fue recién cuando se encontró con sus tumbas, de grande, que pudo comenzar a perdonarlos y conocer lo verdaderamente ocurrido. Angustiada, afirma: “siempre creí lo que me dijeron, pero ahora no puedo”. Esto, a raíz de haber estado buscando la verdad acerca del origen de Gaby, inquiriéndole al respecto a su marido, en el hospital y hasta al mismo cura, sin hallar respuestas. A este último le dice: “si no sé quién es Gaby, es como si nada fuera cierto”. El cura, lejos de alojar su cuestionamiento, la expía de sus culpas, mientras que se expía a sí mismo de las propias.

Es decir, abrir la pregunta sobre la historia de Gaby, la obligó a preguntarse sobre su propia historia y, junto con ello, a rever a su vez su posición respecto de las versiones de las historias –del país, la de Gaby, la suya–. En este punto se produce un despertar respecto del dormir en los signos del Otro (Ariel, 2001) en los cuales puede ubicarse la versión oficial de las historias, sostenidas por su abuela, su marido o los libros de texto, signos de un guion ajeno que creía propios y que le permitieron existir. Su propia identidad se constituyó en base a una historia oficial que se asentó de manera incuestionable y que, en tanto marcas infantiles de goce, condicionó su posicionamiento en los diversos aspectos de su vida, como mujer, como madre, como profesora, supuesto que retroactivamente liga esos dos primeros tiempos, el del disciplinamiento al estudiante por rechazo a su cuestionamiento y el del posterior rebate de parte de todo su alumnado que la interpeló en su posición (Domínguez, 2006). En este sentido, en aquel primer momento que podría haberse leído justamente como un mero disciplinamiento hacia un estudiante, se puso a jugar también la repetición en acto de aquello que en su infancia vivió de forma pasiva. Es decir, ella actúa frente a sus alumnos del mismo modo en que lo hizo su abuela respecto de su historia y de lo acontecido con sus padres. Esa escena del disciplinamiento al alumno, ahora doblemente resignificada, evidencia la “responsabilidad que atañe al sujeto en relación con aquello que desconoce de sí mismo” (Salomone, 2006, p.3). Alicia despliega algo de ese no querer saber cuándo, en realidad, sabe más de lo que dice saber. Cuando ella recibió a Gaby, aún ya sabiendo que su abuela había sostenido un engaño respecto de sus padres, Alicia decidió no preguntar y actuar del mismo modo con la niña.

Fue necesario entonces que ella hiciera un segundo movimiento en el que implicara su historia, sus marcas de la infancia, para hacer lugar a los cuestionamientos de sus estudiantes, pero no sólo. Con ello, Alicia se encuentra ahora en la encrucijada de tener que decidir qué hará con Gaby, decisión que no es de índole moral sino ética y que, como tal, deberá tomar en soledad. No se trata de evaluar qué es lo correcto, cómo se evita el mal mayor, etc., sino de hacerse responsable como sujeto de su posicionamiento, de su goce y de sus consecuencias. Alicia tuvo el coraje de escuchar a Sara, la Abuela de Plaza de Mayo y de considerar que Gaby podría ser la nieta que ella está buscando, una nieta de desaparecidos. Asimismo, Alicia también enfrentó a su marido al respecto y hasta se las ingenió para hacerle sentir lo terrible que es no saber dónde está un hijo, sufriendo en su cuerpo la respuesta que Roberto le dio desde su lado más sádico, en una escena que representa lo atroz, lo inconmensurable de lo que fue la tortura en la última dictadura cívico-militar.

Conclusión

De la construcción de una familia basada en la hipocresía de sus valores, el crimen filiatorio y el silencio –aunque no sin un deseo que no es anónimo– a un trabajo de historización e implicación subjetiva que ponga freno a la repetición y permita operar así un cambio de posición que se abre a la dimensión ética de la responsabilidad subjetiva. Tal ha sido el recorrido de Alicia que hemos analizado.

La película culmina con una escena en la que se observa a la niña sentada en la mecedora de su abuela. Así como Alicia durante años esperó de la misma manera la verdad de la historia de sus propios padres, Gaby está ahora a la espera de su verdadera historia e identidad. La pregunta que se abre es si ese movimiento subjetivo, por el cual habilitó otra bibliografía en el salón de clases, permitirá otra biografía para Gaby. Ello implica que para devolverle la verdadera identidad a su hija, tiene que perderla como tal, verdadera decisión salomónica en la que, sin embargo, puede emerger con su verdadera madre. Puenzo se ahorra mostrar la decisión final de Alicia, pero lo que es seguro es que, cuando ella cruza la puerta de su casa en la ante última escena, ella ya cruzó un umbral y ya no será la misma. Y, volviendo a Walsh, Alicia ya no se olvida de que dio un paso, ya no está más en el país de no me acuerdo.

Por otro lado, la restitución de estos niños a sus familias de origen reviste un carácter complejo en tanto se interviene en el campo de la subjetividad. No se trata sencillamente de restituir un objeto, de recuperar los lugares perdidos en el orden de los intercambios, tal pretende ilusoriamente el texto de ley. Toda la construcción subjetiva y las identificaciones no pueden simplemente abolirse ni reconstruirse de cero. La subjetivación de la identidad recuperada depende de las vicisitudes de los procesos constitutivos, de la operación de las categorías simbólicas que puedan cuestionar lo instituido y construir nuevas representaciones, así como del deseo del sujeto, quien se hace responsable de su acto de querer saber o no saber. Se trata de la singularidad, del caso por caso. En este punto, la ley no garantiza nada, pero abre una posibilidad.

Referencias:

Ariel, A. (2001). La responsabilidad ante el aborto. Ficha de cátedra. Mimeo. Disponible en la página web de la cátedra: http://eticayddhh.ning.com/page/zona-de-textos

D’Amore, O. (2006). Responsabilidad y culpa. En La transmisión de la ética. Clínica y deontología. I: Fundamentos, Letra Viva, Buenos Aires, 2006.

Domínguez, M. E. (2006). Los carriles de la responsabilidad: el circuito de un análisis. En La transmisión de la ética. Clínica y deontología. Vol. I: Fundamentos, Letra Viva, Buenos Aires, 2006.

Miller, J.-A. (2007). Cosas de familia en el inconsciente. Mediodicho, revista de Psicoanálisis: Maldita familia, 32(11), 11-23.

Morao, M. (Septiembre, 2017). Violencia y segregaciones familiares. Trabajo presentado en el VIII Encuentro Americano de Psicoanálisis de la Orientación Lacaniana. XX Encuentro Internacional del Campo Freudiano. Asuntos de familia: sus enredos en la práctica. Buenos Aires. Recuperado de www.asuntosdefamilia.com.ar/es/Conversaciones/08/Chamizo- Morao.pdf

Salomone, G. Z.; Domínguez, M. E. (comp.): (2006) La transmisión de la ética: clínica y deontología. Volumen I: Fundamentos. Letra Viva, Buenos Aires.



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COMMENTS

Message from Nazarena Pires Laranjeira  » 28 de agosto de 2023 » nazarena119@gmail.com 

En primer lugar, este artículo me pareció muy interesante, no solo por lo interpelante de la película, sino en la articulación del circuito de la responsabilidad subjetiva con la posición de Alicia. Me interesa entonces pensar algunas cuestiones a partir de las reflexiones últimas del artículo que aquí cito: “ (…) para devolverle la verdadera identidad a su hija, tiene que perderla como tal, verdadera decisión salomónica en la que, sin embargo, puede emerger con su verdadera madre.” Es propicio hablar, entonces, en primer lugar de ¿qué es ser una madre? Hay un texto de Gutiérrez (2000) que se llama Restitución del padre, que habla de esa función enlazada con el término de la certeza, se trata de los efectos subjetivos acerca del cuerpo materno, el que, luego de la vivencia de satisfacción se inscribe como objeto perdido. Es interesante pensarlo en términos de dicha vivencia ya que esto implica una huella imborrable que deja en la subjetividad del naciente los significantes del Otro, quien da un nombre y un lugar en su propio deseo inscribiéndolo en una cadena generacional. Entonces la apropiación nunca puede considerarse adopción o parentalidad/ maternidad legítima o simbólica. El último comentario del artículo me hace pensar en la renuncia necesaria que demarca el nacimiento de las funciones parentales: es madre quien está dispuesta a “castrarse”, a renunciar a ese hijo y someterse a la ley, que es imprescindible en tanto designa el lugar de cada quien (padre, madre e hijo). Se podría decir, que se puede hablar de responsabilidad subjetiva a causa del acto ético de Alicia en la película, el de averiguar sobre el origen de su hija y darle un lugar generacional verdadero. Eso mismo denota su función de madre, en tanto está dispuesta a renunciar a su objeto más preciado: Gaby.



Message from Nicolas Marangon  » 27 de agosto de 2023 » nicolasmarangon@hotmail.com 

A partir del análisis de la autora acerca de la evolución subjetiva de Alicia, me permito agregar algunos comentarios sobre la situación en que queda Gaby (la niña) al final de la cinta. El director del film deja la cuestión abierta y cabe preguntarnos: ¿qué sucederá con ella?

Como bien señala el artículo, no se trata sencillamente de restituir un objeto. Sobre el tema de las apropiaciones, Armando Kletnicki (en ‘Niños desaparecidos: la construcción de una memoria’, 2000) habla de un crimen filiatorio en cuyo núcleo está el robo de las funciones parentales desde las cuales se estructuró al sujeto, transmitiendo la Ley y nombrando los lugares de forma fraudulenta. La restitución desaloja al apropiador del lugar paterno usurpado, sin embargo, la transgresión de la Ley deja marcas en la constitución subjetiva, es imposible restablecer las condiciones previas a la apropiación.

Alicia Lo Giúdice y Cristina Olivares, de Abuelas de Plaza de Mayo (en ‘Identidad y Responsabilidad, 2006), señalan que estas funciones parentales que se ejercieron desde la usurpación y dejaron las marcas de la apropiación, constituyen un delito que afecta a la sociedad en su conjunto, y es deber del Estado de Derecho interceder para ayudar a las víctimas a tomar conocimiento del discurso apropiador que los tuvo alienados. El recorrido subjetivo de Alicia y el aporte que realiza para la restitución de la niña, la dejan en un lugar distinto del que ocupaba al inicio de la cinta, pero esto no la exime de responsabilidad por lo hecho y por lo no hecho. Es menester que Gaby conozca su historia, y sea decisión de ella una vez elaborada su situación, qué tipo de vínculo guardará con Alicia.



Message from Rocio Gugliotta Navarro  » 27 de agosto de 2023 » rocio-my@hotmail.com 

En La Historia Oficial, el personaje de Alicia encarna la comodidad del no saber o, mejor dicho, del no querer saber. Allí, se pone de relieve la facilidad relativa al no cuestionamiento, al no plantear interrogantes ni permitirse el beneficio de la duda frente a aquello que viene dado como verdad.

En el film, la llegada de Gaby aparece como uno de los sucesos que Alicia decide inicialmente no indagar, sino que, por el contrario, elije aferrarse a la creencia de que su hija había sido abandonada. Sin embargo, es posible ubicar acontecimientos puntuales y personajes influyentes en el desarrollo de la trama tales como la conversación con su amiga regresada del exilio respecto de las apropiaciones de bebés, el cuestionamiento de uno de sus alumnos a la perspectiva de los relatos de los libros de historia o mismo el diálogo entablado con su compañero de trabajo docente, los cuales posibilitaron que paulatinamente Alicia se diera el lugar para cuestionar aquello que antes elegía ver como “dogmas”. En este sentido es que se puede hablar de la facilidad y la comodidad del no saber, de “vivir con un velo” ya que ese cambio de posición subjetiva que se produce en Alicia, acarrea el hecho de que revea todas las demás historias en las que había creído, lo cual conlleva un gran gasto de energía yoico porque implica el cuestionamiento de sus ideales constitutivos. Es decir, cuestionar las historias oficiales que tenía por ciertas, conllevaba rever su posición subjetiva como madre, hija y profesora.



Message from Horacio Lionel Barrios  » 25 de agosto de 2023 » holiba@live.com 

Muy interesante el trabajo que busca pesquisar los distintos tiempos lógicos que determinan el circuito de la responsabilidad subjetiva. Ese posicionamiento que adquiere el sujeto cuando es interpelado ante un hecho que le concierne, entendiéndose como sujeto, no al sujeto del derecho ni de la moral, sino al sujeto del inconsciente.
Desde esa lógica se puede coincidir, que el re-encuentro con su amiga Ana fundará en la historia “completa” de Alicia, un punto de inconsistencia. Generando un hiancia en su composición yoica sin fisuras, un vacío en ser, que la compele a responder como sujeto, instaurándose el Tiempo 2 (D’Amore 2006).
Pero respecto a los otros dos tiempos lógicos del circuito, se puede aventurar algunas diferencias, en tanto aquellos no representan una medida estática temporal, sino que reflejan el dinamismo de una lógica ambivalente en la sustancialización ética del sujeto.
El Tiempo 1 se puede observar en el recuerdo que le sobreviene a Alicia en el confesionario. Recuerdo que la remonta a sus cinco años (misma edad que hoy tiene su hija Gaby), cuando recostada en una mecedora esperaba vanamente el “regreso” de sus padres que habían “viajado”, según el relato de su abuela. Pero que en realidad habían fallecido en un accidente, y para no contarle la verdad, incluso le escribía cartas ficticias. “Siempre creí lo que me dijeron… ahora ya no…” (sic), dice Alicia en el confesionario. “Si no sé quién es Gaby, es como si nada fuera cierto…” (sic). “Yo antes pensaba que su mamá no la quiso…” (sic). “Yo antes creía que no era capaz de quitarle nada a nadie…” (sic). “No le puedo hacer esto a Gaby, tiene derecho a conocer la verdad, a no creer que su madre la abandonó…” (sic). Son todas las preguntas que descompletan a ese sujeto encarnado en Alicia, que tras la interpelación florece el sujeto barrado, el sujeto dividido por la culpa, que podrá (o no), encaminarla a la responsabilización subjetiva, o sea al acto ético.
El sujeto de la responsabilidad nace como producto de la instauración del Tiempo 3, constituyéndose en un sujeto en acto (D’Amore 2006). La responsabilidad subjetiva es el corazón de la dimensión ética, surge de esa hiancia en lo simbólico, que en tanto campo de indeterminación, llama al sujeto a responder, produciéndolo. (Salomone 2006).
Ello se puede observar en una de las últimas escenas de la película. Roberto, el esposo de Alicia, discutiendo brutalmente con ella, niega su participación directa en la desaparición, torturas y muerte de personas. Ofendido le pregunta, “…y nosotros qué carajo tenemos que ver con todo eso…” (sic). A lo que ella contesta “…Todo, claro que tenemos que ver con todo…” (sic). Haciéndose responsable, produciéndose en ese instante singular, el advenimiento del sujeto en acto, momento lógico del Tiempo 3.
A partir de ese instante Alicia será otra persona, otro sujeto. Ya no necesitará de la completud que ostentaba Roberto, ni de los brazos acogedores de ese Otro. Con ese acto, al barrarlo, desnudará el costado más violento y represivo de Roberto, el que en su impotencia la someterá brutalmente en una golpiza y tortura feroz. Alicia, en la soledad del baño, mirándose al espejo mientras se lavaba los vestigios de los golpes de Roberto, decide, ya no es la misma, el sujeto del deseo aflora; tal cual postula Fariña (2013), “el escenario propone la emergencia de una singularidad en situación, el sujeto actúa en su soledad”. Ya nada amedrantará a Alicia, abandona la casa definitivamente, cerrando la puerta tras de sí, pero dejando las llaves del lado de adentro.



Película:La historia oficial

Título Original:La historia oficial

Director: Luis Puenzo

Año: 1985

País: Argentina

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