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Duelos

por Michel Fariña, Juan Jorge

A la memoria de Carlos Hugo Blanco, primer tablero del Politécnico de Berazategui, y de Mario Di Spalatro, segundo tablero del Colegio Nacional de Berazategui, ambos desaparecidos por la dictadura militar en 1977 [1]

“Me gusta el ajedrez porque es un mundo en 64 casillas. Un lugar en el que sentirse segura. Predecible, dominable”.
Beth, a la periodista que la entrevista para la revista Life, en The Queen´s Gambit

“¡Dios! Sería yo el rey del espacio infinito
incluso encerrado en una nuez,
si no fuera porque tengo pesadillas.”
William Shakespeare, Hamlet

Se va a cumplir medio siglo de la obtención del campeonato mundial de ajedrez por Bobby Fischer. El niño prodigio de Brooklyn, el irreverente genio loco, arrasaba en Islandia con la blindada hegemonía soviética y se alzaba con la corona. Tal vez el momento más emblemático de aquel duelo maratónico, fue la sexta partida, en la que Fischer jugó un Gambito de Dama, apertura que no había puesto en práctica en toda su carrera. Lo hizo seguramente para desconcertar a un Boris Spassky que ya venía vapuleado por las salidas excéntricas del norteamericano. Pero sobre todo para sobreponerse a su propio abismo existencial.

Inspirado en aquellas páginas de los 70, el escritor Walter Tevis publica en 1983 la novela que ahora Netflix lleva a la pantalla. La historia de Beth, una niña que descubre su don para el ajedrez en los sótanos del orfanato en el que está recluida luego de la muerte de su madre.

Jugando con el nombre de esa peculiar apertura, Gambito de Dama presenta distintos puntos de interés para la ética, los cuales vamos a sugerir en apenas cuatro párrafos, evitando revelar detalles de la trama.

El primero de ellos, atañe naturalmente al ajedrez mismo. O más específicamente a la relación entre ciencia y gesto creador, entre matemática y arte. En una de sus más bellas y agudas conferencias, Alain Badiou nos recuerda al poeta Fernando Pessoa, cuando dice que el binomio de Newton es tan hermoso como la Venus de Milo, el problema es que muy poca gente se da cuenta de ello. Sugiere entonces que hay alguien que sí se da cuenta. Ese es el filósofo. Nosotros podríamos agregar que también nuestra joven ajedrecista. Porque Beth, a quien le tocará responder en la escuela la pregunta difícil sobre el binomio, dirá ante una periodista hablando del juego-ciencia “no es solo competitivo, también puede ser precioso”. En la línea de Borges, quien le dedicó dos de sus más bellos sonetos, el ajedrez es, como la poesía o las ecuaciones algebraicas, una "ficción suprema". [2]

O como lo presentó M.C. Escher en una de sus Metamorfosis:

En el grabado, las piezas negras acaban de dar un jaque mortal ofreciendo su dama en sacrificio. Si las blancas toman con la torre, ahogan a su rey permitiendo al caballo enemigo dar la estocada final. Hacia la izquierda, el desolado torreón blanco conduce por un puente al alcázar de una ciudad, que deviene a su vez una serie de teselaciones, iniciando con los tejados y escalinatas estilizados en la geometría del cubo y continuándose, ya fuera de cuadro, en pájaros, peces, abejas, panales, salamandras… Para luego de este tour por la fantasía devolvernos, sin solución de continuidad, al campo de batalla.

La segunda cuestión remite a las adicciones, de las que el film nos enseña no se sale por la vía del voluntarismo, sino del acto. También en este tablero de la vida, para Beth la partida se presenta de entrada desfavorable. Pero allí está el match de siete episodios para remontar la historia. Y leer una posible estrategia ético-clínica para lidiar con el condicionamiento del cuerpo infantil y sus estragos más temidos.

La tercera, seguramente la más taquillera, es lo que a primera vista podría nombrarse como una “causa feminista”. Pero también allí la serie sorprende. Porque toda la trama resulta una destitución progresiva de la mitología sexual o de género, para conducirnos, por la vía de la sexuación, a reinventar los lugares. Sobre el fondo de una crítica lúcida al machismo de los años 60 del siglo pasado (que en el ambiente del ajedrez continúa hasta nuestros días), la serie invita a un enroque que desconcertará al espectador.

Para finalizar, el eje transversal de la miniserie es la cuestión del duelo. En su doble acepción de lance y de luto. El gambito de dama sacrifica un peón, y dolorosamente remonta el curso de la partida. Cada movimiento posterior está allí para resignificar esa pérdida y edificar sobre ella la infinita y singular trama de la vida. Como Hamlet, Beth tiene pesadillas. Fantasmas que asolan su paz de tableros predecibles. Cada flashback va sumando una pieza del misterio, y naturalmente no revelaremos el final del juego. Adelantaremos solamente las pistas que ofrece Borges en sus figuras sobre el ajedrez: el rey es tenue, postrero; la dama armada, encarnizada.

No sabemos si Tevis, el autor de la novela sobre Beth, leyó al escritor argentino, pero sí lo hizo Scott Frank, quien escribió el guion de la miniserie, además de dirigirla. Fue cuando se ocupó del azar y el destino, adaptando el cuento de Philip Dick Minority Report, para la versión cinematográfica de Spielberg. Sin llegar a tanto, The Queen´s Gambit conserva algo de esa magia.

Las piezas de ajedrez moviéndose en el cenit y Beth alzando los ojos para atraparlas, son una metáfora tan bella como inquietante. Del juego, y de la vida, que no da revancha, pero permite estas incesantes batallas de la memoria.



NOTAS

[1Ironías del destino, Hugo y Mario se enfrentaron en el torneo intercolegial de 1972. El año en que Bobby Fischer ganó el campeonato mundial. Tenían 17 años y aunque leían a Borges, no imaginaban que la batalla del tablero presagiaba otras más cruentas: Cuando los jugadores se hayan ido, cuando el tiempo los haya consumido, ciertamente no habrá cesado el rito. Este comentario es parte de esa ceremonia de despedida: vuelve a acomodar las piezas en el tablero de la memoria.

[2Los dos sonetos de Jorge Luis Borges sobre el ajedrez están incluidos en su obra “El Hacedor”, de 1960.
I

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?

Película:Gambito de Dama

Titulo Original:The Queen's Gambit

Director: Scott Frank, Scott Allan

Año: 2020

Pais: Estados Unidos

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