La película se inicia con una frase de Kierkegaard, que nos remite a su obra La Repetición, una novela corta que relata la vana travesía de un sujeto que quiere retornar a experiencias placenteras vividas en el pasado. Por supuesto, esas experiencias ya no están y tampoco pueden ser recuperadas. [1]
¿Por qué elige Vintenberg un epígrafe de Kierkegaard ? Para indicarnos que estamos ante un problema estético-filosófico, problema que nosotros abordaremos desde su perspectiva clínico-analítica. Se nos presenta a cuatro amigos, profesores de un colegio secundario en Copenhague, que llevan una vida vana y han perdido interés por su trabajo. Han extraviado sus vocaciones e intentan recuperar algo de esa pasión a través del alcohol, que aquí resulta ser un pretexto para desplegar los límites entre el placer y el goce.
Podemos en este punto distinguir los dos aspectos de la compulsión a la repetición aportados por Freud: como repetición de lo mismo y como repetición en la diferencia. La repetición de lo mismo es una repetición vana, en la que el goce queda fijado a circuitos pulsionales elementales. Son procesos más estables pero también regresivos y mortíferos.
La repetición de la diferencia en cambio es repetición que soporta la diferencia para apuntar a lo nuevo. Los procesos que pasan por la diferencia y la ley implican un mayor esfuerzo y un riesgo para el narcisismo, porque apostar a la diferencia es dar entrada a la contingencia. Supone un riesgo. Es, por ejemplo, enfrentar la no garantía del encuentro con el objeto en el campo del amor. Pero es también apostar al acto creador. En el caso de Druk es la escena durante el festejo final, en la que Martin improvisa un paso de baile, porque lo sublime es un modo de repetir pero justamente en la diferencia, rodeando un vacío. Esa es justamente la función del arte.
La primera lógica, la de la repetición gozosa, se vuelve calculable. Amargamente calculable, como los efectos del incremento de las dosis de alcohol en sangre. [2] En cambio, la repetición de la diferencia abre a lo incalculable del azar y a la posibilidad de un saber hacer con el destino que le toca al sujeto. La célebre escena final de la película, en la que el personaje recupera su pasión por el ballet, se sitúa allí. En la apertura a esa novedad. Por eso la improvisada performance en el puerto, en la que suena nuevamente la canción "What a Life", de Scarlet Pleasure que abre la película. Esa es la repetición en la diferencia: en la escena inicial la canción hace de marco al puro desenfreno pulsional, mientras que en la salida situacional es celebración del alma. En el paso de ballet de Martin resuena la expresión de Nietzsche cuando dijo que si no bailamos al menos una vez al día, ese debería considerarse un día perdido.
Fueron justamente Soren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche quienes hicieron de la repetición en la diferencia el objeto supremo de la voluntad y la libertad. Para ambos se trata de actuar, de hacer de la repetición una novedad, un gesto de libertad, el objeto mismo del querer. Con su concepción de “eterno retorno”, Nietzsche hace de la repetición misma la forma de una máxima que podría formularse “actúa de manera tal que desees que tu vida se repita eternamente”, “aquello que quieras, quiérelo de tal forma que lo quieras a la vez como eterno retorno.”
En síntesis, estamos ante una película que se inicia con un experimento destinado a salir del tedio por la vía del cálculo de las emociones, para advertir amargamente que de allí no se sale sino en acto creador.
Las toxico-manías
En El malestar en la cultura, Freud hace un repaso de los métodos que ha ensayado el ser humano para alcanzar la felicidad o, al menos, para evitar el dolor y el sufrimiento. Uno de esos métodos es tratar de influir sobre el propio cuerpo: si sufrir es una sensación, entonces se tratará de anestesiar el sufrimiento interviniendo en el organismo mismo. Es la estrategia que provee la solución química de los tóxicos: desde el alcohol a los psicofármacos y drogas. Freud califica a la intoxicación como un método tosco aunque indudablemente eficaz. “…existen sustancias extrañas al cuerpo cuya presencia en la sangre y los tejidos nos procura sensaciones directamente placenteras, pero a la vez alteran de tal modo las condiciones de nuestra vida sensitiva que nos vuelven incapaces de recibir mociones de displacer”. [3] Placer y anestesia del dolor parecen ser una solución rápida y accesible a cualquiera, sin tener que ensayar ninguna filosofía de vida. Ni menos aún alguna psicoterapia. Se trata de una intervención del dolor de existir por vía de un real químico que le ahorra al sujeto tener que considerar y resolver las causas de su malestar.
Ahorra un trabajo, no sin un costo. Freud señala que ya en nuestro quimismo propio existen sustancias que provocan efectos parecidos, como es el caso del cuadro maníaco, en el cual asistimos a un estado patológico similar al de alguien embriagado, pero sin que haya mediado ningún tóxico. Freud pone así en serie las toxicomanías y las manías. Pero el argumento principal que la psicopatología nos revela es que no se requiere introducir químicos en el cuerpo para obtener satisfacción, ya que esta puede obtenerse mediante cierta disposición y posición del sujeto en la vida.
“Lo que se consigue mediante las sustancias embriagadoras en la lucha por la felicidad y por el alejamiento de la miseria es apreciado como un bien tan grande que individuos y aun pueblos enteros les han asignado una posición fija en su economía libidinal. No sólo se les debe la ganancia inmediata de placer, sino una cuota de independencia, ardientemente anhelada, respecto del mundo exterior. Bien se sabe que con ayuda de los «quitapenas» es posible sustraerse en cualquier momento de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece mejores condiciones de sensación”. [4]
Evidentemente Freud no vio la película de Thomas Vinterberg, pero este pasaje podría describir perfectamente lo que el film pretende plasmar. Porque este grupo de amigos que se dedica a la docencia y que decide hacer el experimento de ir crecientemente alcoholizados a sus clases, lo hace en principio para estudiar los efectos sobre el rendimiento. Y efectivamente, van desinhibiéndose y encontrando una forma de humor y disfrute de la vida, de la que carecían antes. Pero llevada la experiencia al extremo, se toparán con el límite mismo de esta solución. No sólo por la condena de la moral social, sino sobre todo por los riesgos de cometer actos imprudentes que ponen en riesgo la vida propia y ajena. Freud señala que este medio embriagador, al llevar al sujeto a refugiarse en su propio mundo, presenta un carácter peligroso y dañino: “En ciertas circunstancias, son culpables de la inútil dilapidación de grandes montos de energía que podrían haberse aplicado a mejorar la suerte de los seres humanos”.
Es que en las vicisitudes de Martin y sus amigos y su experiencia de adolescentes tardíos de ver qué les pasa tomando alcohol, no parece que se obtenga otro logro que el ya sabido desde que existe el vino. Sólo que en el curso de la trama en la que como espectadores nos divertimos con sus travesuras y torpezas, sus ascensos y caídas, queda afuera la pregunta de si no hubiese sido posible obtener este cambio en la posición en la vida mediante otros medios. Es que cuando la botella se acaba… ¿Cómo sigue la vida? ¿Con otra ronda más?
La celebración del estado alcohólico “moderado” parece más propia de nuestra actualidad, en la cual la palabra queda devaluada en favor de lo que algunos psicoanalistas nombran como “formaciones del objeto a”. La expresión busca distinguirlas de las formaciones de lo inconsciente como el sueño, el lapsus, el chiste o el síntoma: se trata de las impulsiones, los acting out, los pasajes al acto o las toxicomanías.
Efectivamente, ocurre que la solución química es un modo de ahorrar al sujeto el enfrentar la causa de su malestar, para resolverla de manera efectiva. Al final de la botella, no hay fin del padecimiento psíquico de quien ha buscado en ella una solución. Es como el chiste conocido del alcohólico que bebe para olvidar, pero ya no sabe de qué tenía que olvidarse: mientras haya una botella, el olvido será exitoso. En esa vía, como psicoanalistas estaríamos tentados de preguntarle a los personajes de Otra ronda: “¿probaron con una terapia?”.
NOTAS
[1] La frase que abre el film «Ahora tan solo añoro mi primera añoranza. ¿Qué es la juventud? Un sueño. ¿Qué es el amor? El contenido del sueño» está tomada de los Diapsálmata, de Kierkegaard, que integra sus escritos estéticos, dentro de los cuales también está La Repetición. Ambas obras son de 1843 y abordan los mismos temas existenciales.
[2] En este sentido, la referencia al psiquiatra Finn Skårderud y su teoría de la cuota de alcohol en sangre es genial. Porque Vinterberg la ubica en la entrada del film justamente para ser destituida a lo largo de la trama. Y al hacerlo, confrontarnos desde el arte con la emergencia de la novedad.
[3] Freud, S.; “El malestar en la cultura”, en Obras Completas, Vol XXI, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, pág.
[4] Freud, S. Ob. cit., pág. 78.
Película:Otra ronda
Titulo Original:Druk
Director: Thomas Vinterberg
Año: 2020
Pais: Dinamarca
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