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Sátira de un tratamiento intratable

por Perrotti, Natalia, Valenzuela Issac, Cristian Emiliano

En mi consultorio del hospital recibo a un paciente a quien voy a evaluar para decidir si se encuentra o no en condiciones de ser dado de alta. Lo primero que hago es preguntarle cómo se encuentra. Él responde que, después del tratamiento, se siente bien. Le solicito que me cuente brevemente qué le ha sucedido. El paciente comienza a relatar los sucesos que lo condujeron a su internación. Un día, se encontraba en su cama y comenzó a percibir un sentimiento que no puede describir con palabras. No alcanzo a comprender acabadamente a qué se refiere.

Continúa su relato y comenta que el episodio advino cuando se levantó de la cama. Por primera vez puede describir su sensación: “Estaba en mi casa, y sin ningún motivo aparente me sentía… contento… Lo sé, es absurdo, pero hasta sonreí”. Agrega que era la primera vez que le sucedía algo así. Indago sobre los momentos posteriores a esa situación, y me cuenta que, a pesar de todo, intentó realizar su rutina cotidiana con normalidad. Salió a la calle y comenzó a caminar. Pero extrañamente le parecía que todo estaba bien, que todo era lindo, e incluso la gente le parecía linda y simpática. Allí sonrió nuevamente. Esta segunda manifestación patológica le provocó miedo, y por ende decidió realizar la primera consulta médica.

El profesional que lo atendió en ese momento le diagnosticó ABH (Ataque de Buen Humor). Sentí, de todos modos, la necesidad de pedirle una precisión: ¿buen humor o alegría? Porque, como todos sabemos, en el campo de la medicina psiquiátrica son dos cosas claramente diferenciadas. “Buen humor”, responde el paciente con seguridad. “La alegría llegó después”, agrega.

El relato precedente intenta ilustrar, a modo de sátira, el inicio del cortometraje italiano La cura (1996) dirigido por Carlo Porcedda, título quel podríamos traducir al español como El tratamiento. El cortometraje, de apenas diez minutos, muestra la interacción entre un psiquiatra y su paciente en el momento preciso en que se debe decidir el alta de este último. Si solamente viéramos las imágenes sin sonido, creeríamos que se trata de una situación seria, en la que el profesional se preocupa por la salud de su paciente. Pero si atendemos al lenguaje verbal, percibimos rápidamente que se trata de una sátira. Y he aquí cierta ruptura, algo que incluso nos hace sonreír como espectadores, sonrisa cómplice la nuestra que pone en tela de juicio las características protocolares del dispositivo.

¿A qué nos referimos cuándo hablamos de locura?, ¿acaso la locura no interpela las condiciones socio-culturales y espacio-temporales en la que se gesta? El psiquiatra parecería solamente estar analizando la situación conflictiva que presenta el paciente según parámetros establecidos por el protocolo médico: momento de aparición de las primeras manifestaciones patológicas, identificación de los síntomas, duración y evolución del cuadro. De este modo, mediante parámetros que se pretenden objetivos y universales, se deja de lado el carácter subjetivo de aquello que a primera vista se presenta como patológico (Cfr. Saraceno 2003: v). En esta línea, el filósofo Alain Badiou, por su parte, plantea que

la locura, si bien la consideramos una enfermedad, puede también pensarse como una dimensión posible de la experiencia humana. (Badiou 2000: 39)

En el caso descripto en el cortometraje, nos encontramos con la patologización del buen humor. Si tenemos en cuenta que dicho buen humor forma parte de la experiencia humana, su “anormalidad” radicaría en el hecho de que no es una experiencia compartida por la mayoría de los sujetos de ese contexto social. En este sentido, la “normalidad” o “anormalidad” de un fenómeno parecería ser meramente una cuestión cuantitativa: se evalúa si el fenómeno se encuentra o no dentro de la norma estadística. Aquello que se aleja de la norma debe ser controlado por el dispositivo psiquiátrico, dado que puede resultar peligroso para sí (el paciente se ve imposibilitado de seguir con su vida cotidiana puesto que la risa lo lleva al desmayo) o para los demás (se teme que su patología pueda ser contagiosa).

Por otro lado, sabemos que el paciente se encuentra en tratamiento desde hace cuatro meses, y su primera manifestación es que éste lo ha ayudado a mejorar, puesto que ya no presenta los comportamientos disruptores que lo llevaron a la internación. Ahora bien, ¿qué características podemos adjudicarle al tratamiento que ha recibido este paciente? Según Benedetto Saraceno, la psiquiatría institucional parecería confundir “rehabilitación” con “entretenimiento”. Entretener no tendría aquí un carácter lúdico, sino que poseería más bien una carga semántica ligada al latín intra-tenere, es decir que sería un “mantener en el encierro”. En palabras del autor, se mantendría al paciente encerrado y,

en espera de que la enfermedad se cure sola, de que el enfermo muera con ella, o, finalmente, de que empeore –en rigor y en todo el sentido de la palabra- es mantenido dentro del hospital psiquiátrico (y allí, dentro de una sala cerrada, dentro de un cuarto de aislamiento, una camisa de fuerza, la soledad, la violencia y la miseria). (Saraceno 2003: VI)

Según este autor, a su vez, el alto grado de objetividad pretendida por la psiquiatría como ciencia vela y oculta el alto grado de casualidad, la falta de previsión y la ausencia de evaluación que presentan los tratamientos suministrados a los pacientes. De este modo, tanto los pacientes como los profesionales quedan a la espera de resultados positivos que, de ser alcanzados, serán considerados una prueba de eficacia del tratamiento, sean o no consecuencias de éste (Cfr. Saraceno 2003: VII).

Si nos adentramos en el relato del paciente, descubrimos finalmente un motivo que detona su risa. Ésta se asocia al discurso de un postulante a un cargo político, a “sus promesas de hacerse cargo de todo”. Y al final del cortometraje, cuando la evaluación del paciente parece concluida, y se ha verificado que el cuadro patológico prácticamente ha desaparecido, el psiquiatra decide someterlo a una última prueba. Le muestra la fotografía de aquel personaje de la política, ante la cual el paciente manifiesta que ha comprendido que no existen motivos para reírse de él. Sin embargo, cuando el profesional le comunica que ese hombre ha sido elegido presidente, el paciente se sorprende. Frente a esta sorpresa, se le informa que el candidato “ha sido elegido por ciudadanos sanos, serios y sin grillitos en la cabeza”. “¿Y usted quiere volver a ser ciudadano?, ¿se siente capaz?”, concluye el psiquiatra al ver el primer esbozo de sonrisa en el rostro del paciente. La crisis del paciente se torna inevitable: estalla en un ataque de risa por el cual es nuevamente internado.

En definitiva, observamos que la patología mental no parece estar desligada de un contexto social, e incluso político. El loco, aquí, interpela a la sociedad de la cual él mismo aparece como síntoma, y su carácter peligroso radica en el riesgo que existe de que este hombre contagie al resto de los ciudadanos no su risa, sino el descreimiento que ésta implica.

Bibliografia

Badiou, A.(2000), "Ética y psiquiatría" en: Reflexiones sobre nuestro tiempo, Buenos Aires: Ediciones del Cifrado,

Saraceno, B. (2003), La liberación de los pacientes psiquiátricos. De la rehabilitación psicosocial a la ciudadanía posible, México D.F.: Ed. Pax México



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