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La muerte, de la teoría a la práctica médica: un viaje de la facultad al hospital

por Diaz Membrives, Montserrat, Icart Isern, Carmen, Icart Isern, Teresa

La historia

Hippocrate se desarrolla íntegramente en un hospital de Paris, al que llega, recién egresado de la Facultad de Medicina, el joven Benjamin. En su primer día como médico interno va a buscar un guardapolvo, así descubrimos el subsuelo del centro, donde las paredes descascaradas y manchadas por la humedad muestran cierto abandono. La cámara sigue al joven hasta que encuentra la lavandería, allí pide un guardapolvo de su talla pero solo tienen uno dos números más grande y manchado. Pide uno sin manchas, y le dicen que son “manchas limpias”, porque está lavado. Este breve preámbulo ya nos informa de la falta de recursos del hospital donde el protagonista deberá ejercer como médico interno a las órdenes de su padre, el Profesor Barois. Ya en la sala, la médica que le recibe solo le indica que tiene 10 habitaciones y 18 pacientes a su cargo.

En su primera actuación como médico debe realizar una punción lumbar y fracasa, ante la mirada burlona de las dos enfermeras que le asisten; entonces aparece Abdel que ofrece su ayuda, pero Benjamín le rechaza. Ante el segundo intento, también fallido, Abdel decide actuar: tranquiliza al paciente y realiza la punción sin mayores problemas. Abdel, es algo mayor que Benjamín y como médico extranjero que quiere convalidar su título debe realizar varias pasantías en hospitales franceses para, finalmente, con el título homologado, poder instalarse en Paris y traer a su familia que residen en Argelia.

Al día siguiente, Benjamín debe atender a “Tsunami”, apodo que recibe un paciente bien conocido por el personal del hospital, es alcohólico y se muestra bastante agresivo hacia los facultativos y las enfermeras (les insulta e intenta golpearles). Presenta un cuadro de dolor abdominal difuso para el que Benjamín indica la administración de calmantes, también solicita un electrocardiograma (ECG) pero cuando un enfermero le informa que el aparato no funciona desde hace varios días, el joven interno no insiste y se retira a descansar en la habitación de guardia. Al día siguiente la médica responsable de la sala, informa a Benjamín que “Tsunami” ha fallecido. Observamos la expresión de desconcierto y miedo en el joven médico. El problema se inicia cuando la ex mujer de Tsunami acude al hospital en más de una ocasión y pide detalles de la muerte del que fuera su esposo.

Para analizar el caso, es necesario consultar el ECG, entonces, Benjamín afirma que era normal. De inmediato acude al despacho de su padre y le confiesa que el ECG no se realizó. El Dr. Barois considera que ese error no debe truncar la carrera de su hijo, por lo tanto oculta el error de Benjamin. La esposa del paciente es engañada al recibir una explicación confusa en la que se acaba atribuyendo la muerte al hábito alcohólico del paciente.

Por su parte, Abdel sospecha del engaño ya que en la historia clínica no encuentra el ECG. La siguiente paciente de Benjamín, es la Sra. Richard, una anciana, ex bailarina, cuyo cáncer la ha dejado postrada (probablemente se trata de una metástasis ósea) y condenada a no volver a caminar. En esta ocasión Benjamín se deja guiar por Abdel quien indica que se coloque un gotero para la administración de morfina a demanda. Esta paciente sugiere el drama que representa el final de la vida; las escenas en el pasillo muestran el dolor de sus hijos que solo desean que su madre no sufra. Por su parte, Abdel, de acuerdo con la anciana, es contrario a reanimarla y a instaurar la alimentación por sonda naso gástrica (SNG), pero cuando Abdel se retira a descansar, el equipo de guardia reanima a la paciente que sufre una parada cardio-respiratoria e instaura la SNG, situación que causa un gran sufrimiento a la Sra. Richard.

Abdel fiel a su compromiso retira la SNG y reinicia el tratamiento con opiáceos, que a la vez que alivian el dolor, precipitan la muerte de la paciente. Esta actuación es evaluada por el Comité Ético del hospital que condena tal acto y expulsa a Abdel del centro con lo que queda comprometida la homologación de su título.

Otro aspecto a destacar es el afán de lucro del equipo de dirección; su gerente procede de la multinacional Amazon y es un auténtico “tiburón” de las finanzas que, en palabras de una enfermera, pretende gestionar el hospital como si se tratara de vender DVDs. Las medidas draconianas que ha impuesto son, en buena parte, responsables del deterioro del hospital, lo que junto a la reducción del personal conduce a una huelga general.

El final de Hippocrate es algo absurdo e intenta que el espectador se vaya con un buen sabor de boca: Abdel es readmitido después de una protesta masiva del personal y Benjamín inicia su labor en un nuevo hospital donde recibe un guardapolvo impecable y a su medida.

Hippocrate, una invitación a la reflexión

La película toma su nombre a partir del médico griego, Hipócrates de Cos (Cos 460 a.c. – Tesalia, 370 a.c.) que es considerado una de las figuras más destacadas de la historia de la medicina y que muchos autores califican como el «padre de la medicina», ya que convirtió su ejercicio en una auténtica profesión separándola de la filosofía. Pero Hippocrate también es un juego de palabras ya que la pronunciación francesa de Hipócrates está muy cerca de “hipocrite”. Precisamente es el calificativo que Benjamin aplica a su propio padre que, junto al equipo de dirección, está dispuesto a sacrificar los intereses de los pacientes en aras de los beneficios económicos que puede reportar una determinada ocupación hospitalaria (Gant, 2015; Knipp, 2015). No obstante, la palabra hipocresía en griego clásico significaba: “el arte de desempeñar un papel teatral” y no fue hasta la Edad Media que se le dio el sentido de “falsedad” al fingir sentimientos opuestos a los que realmente se experimentan con el objetivo de engañar a otros.

El film se inspira en la experiencia del director, Thomas Lilti, que al igual que el protagonista, Benjamín, estudió medicina, profesión que compagina con la de director y guionista. Es evidente que Lilti se ha nutrido de su experiencia como médico generalista, prueba de ello es la minuciosidad con la que describe detalles como la obsolescencia del material, el abuso del sistema sanitario francés respecto al médico extranjero en periodo de acreditación, los conflictos entre los estamentos que integran el personal sanitario, su agotamiento por guardias interminables, etc. Lilti ofrece un retrato ambivalente de un universo aséptico en la superficie pero que acumula los desechos en los sótanos.

Lejos de la representación del cuerpo médico de algunas series de televisión, Hippocrate no pretende mostrar a los médicos como “superhombres”, por el contrario les presenta con sus contradicciones, incidentes, rivalidades, dudas y desacuerdos, pero siempre entregados a su profesión a pesar de la falta de recursos y equipamiento obsoletos. El hospital es el escenario donde hombres y mujeres se cruzan sin cesar trabajando codo con codo, como un verdadero hormiguero en el que el espectador es invitado a sumergirse aunque la mayor parte del film sucede entre las paredes desconchadas de un hospital. Hippocrate consigue con su carácter casi documental transmitir la sensación de estar viendo un hospital de verdad no el de una película.

La película que se rodó en el mismo hospital donde Lilti trabajó como médico, es una crítica mordaz a un sistema que prima la rentabilidad sobre los intereses del paciente. Las huelgas, la falta de recursos y de coordinación entre los médicos evidencian el olvido del juramento hipocrático: “Primum non nocere” (Primero no causar daño) y convierten el film en un imprescindible como lo es una sanidad pública de calidad (Gant, 2015).

La trama pone de relieve la bastante predecible e intensa relación que se establece entre Benjamin y Abdel de quien observamos su tranquilidad y compostura que enmascaran su carácter desconfiado y melancólico, rasgos que se hacen patentes y contrastan con la algarabía de algunos de sus colegas. Otra relación especial es la del padre con el hijo; un padre, que mantiene la ilusión de que su hijo sea el heredero de un bello oficio: el de médico, que en palabras de Abdel: “Más que un oficio es como una maldición”. En esa línea, Lilti ironiza la manera glamurosa que se representa la vida de los médicos en series como Dr. House (2004) o Grey’s Anatomy (2005) (Ormart, 2012); lo hace insertando en algunas secuencias un televisor situado en el control de enfermería, en el que se transmiten capítulos de estas series “de médicos” y así contrasta la idealización del oficio con la realidad.

Algo que puede llamar la atención es que en ningún momento se plateen necesidades de tipo religioso o espiritual, no olvidemos que Francia es un país laico. En esa línea, podemos admitir que la aceptación de la muerte y la petición de no aplicar medidas de reanimación por parte de la paciente es un acto de libertad suprema. De este modo, el derecho a morir no pasa por normas externas al individuo, no existe una sacralización de la vida que vaya más allá del sufrimiento; en resumen la fuerza de la ética proviene del reconocimiento de la autonomía del ser humano (Barbero, 2004).

La muerte y lo que ocurre después de ella, ha inquietado al ser humano a lo largo de la historia y en todas las culturas. La certeza de su existencia no disminuye la angustia, especialmente si reflexionamos sobre la propia muerte. Con frecuencia parece que vivimos al margen del envejecimiento, del sufrimiento o de la muerte, como si fuesen errores en un mundo dominado por la ciencia y la tecnología (Icart, 2015). Muchas personas, los médicos incluidos, ven y viven la muerte como un fracaso de la medicina. El problema es que actualmente, a diferencia del pasado, la vida se puede prolongar, o la muerte retrasar, gracias a un sofisticado arsenal tecnológico que controla el médico. Esta revolución en la medicina, ha sido paralela al desarrollo en la sociedad de lo que Hostler denomina la “generación Pepsi”, compuesta por vidas llenas de energía, vigor y vitalidad, dientes que brillan, cuerpos que resplandecen, placer constante... La pena, el dolor y la muerte en cambió, se han erigido en palabras que deben evitarse a toda costa (González, 2012).
El personaje de Abdel nos recuerda que solo quien ha reflexionado sobre la muerte estar preparado para atender a un moribundo ((Klübler-Ross, 2007; Sans, Abel, 2005; González, 2012). Como profesional de la salud se muestra preparado para ese evento y rechaza frontalmente el encarnizamiento (ensañamiento) terapéutico que, en la última etapa de la vida de la Sra. Richard solo serviría para agravar su sufrimiento (Arenas-Márquez, Jiménez-Tornero y Arenas-Moya, 2011). El encarnizamiento terapéutico consiste en la aplicación de métodos extraordinarios y desproporcionados de soporte vital en enfermos terminales que no les benefician debido a su propio deterioro funcional, y solo sirven para prolongar innecesariamente la agonía (Antequera, Barbero, Bátiz et al, 2006). Tal es el caso de la anciana cuando le colocan la SNG que acentúa sus molestias, dolor y sufrimiento por lo que tal medida no es aceptable desde un punto de vista ético (Arenas-Márquez et al, 2011).

La dificultad de los profesionales para hablar sobre la muerte pone en evidencia una necesidad básica de formación (Curtis, Patrick, Claldwell et al, 2000). Cuando se atiende a un paciente terminal, la responsabilidad del profesional va más allá de los aspectos técnicos (qué se debe hacer, cuándo y cómo) (Barbero, 2004; Muñoz-Garnica, 2015). Es necesario saber abordar las dimensiones emocionales (aceptar las limitaciones, gestionar los temores propios y las ajenos), sociales (quién cuidará de quién, cómo y dónde) o espirituales (la trascendencia, más allá de su sentido religioso) de la persona (Michel y Helge, 2012).

Es esencial reflexionar sobre cuestiones como: la dificultad para reconocer el derecho a morir con dignidad, sin miedo a la muerte ni a la sanción moral (González, 2012). Sobre los cuidados que merece todo ser humano en la etapa final de su vida, deberían estar exentos de la mala praxis que consiste en provocar daño total o parcial en un paciente como consecuencia de una actuación profesional imprudente o negligente que incluye el incumplimiento de los deberes inherentes a la profesión médica (Antequera, Barbero, Bátiz, et al, 2006; Tamayo- Martínez, 2007)

A modo de conclusión

Acompañar al final de la vida significa una experiencia intensa. Es una oportunidad para tomar una plena consciencia de la propia finitud. Es un momento clave para demostrar nuestro respeto por la dignidad de la persona teniendo en cuenta sus preferencias y manteniendo un dialogo constructivo, sin engaños pero esperanzado, en el sentido de demostrar la disposición para aliviar el dolor y ofrecer el máximo confort.

Hippocrate puede ayudar a comprender al ser humano próximo a la muerte lo cual no es fácil, se precisa una formación sólida tanto técnica como ética. Los profesionales de la salud nos movemos en un equilibrio frágil e inestable: el compromiso con el paciente y la buena práctica obligan a renunciar a los tratamientos inútiles y a reconocer las situaciones irreversibles, en el contexto de una vida que se acaba.

Los profesionales que atienden a un paciente terminal deberían saber cuáles son sus valores, conocer las cuestiones que dan sentido a la vida vivida por el enfermo y respetar sus decisiones aunque sean diferentes de las que tomarían como profesionales. Los valores como el respeto, la proximidad, la prudencia, la lealtad y la serenidad deberían presidir la relación paciente terminal – profesional.

Referencias

Antequera, J.M., Barbero. J., Bátiz, J., Bayés, R., Casares, M., Gérvas, J., Gómez M., Sancho, Gracia, D., y cols (2006). Guías de ética en la práctica médica. Ética en cuidados paliativos (p 13-21). Recuperado el 16 de agosto de 2015. Disponible en: http://www.fcs.es/docs/publicaciones/Guia_etica_cuidados_paliativos.pdf

Arenas-Márquez H., Jiménez-Tornero, J., Arenas-Moya, D., et al. (2011). “Ensañamiento terapéutico”. Cirujano General. Vol. 33, (2), 2011

Barbero, J. (2004). “Sufrimiento, cuidados paliativos y responsabilidad moral”. En: Couceiro A. Ética en cuidados paliativos. San Sebastián: Triacastela; 2004:143-161

Gant, C. (2015). “Thomas Lilti draws on his own medical experience in this low-key comedy-drama. Cannes Film Review: ‘Hippocrates’”. Recuperado el 146 de julio de 2015. Disponible en: http://variety.com/2014/film/reviews/cannes-film-review-hippocrates-1201188877/.

Knipp, C. (2005). “Thomas Lilti: Hippocrates (2014)—Rendez-Vous.” Recuperado el 1 de julio, 2015. Disponible en: http://www.chrisknipp.com/writing/viewtopic.php?f=1&t=2969

Curtis, R., Patrick, D., Claldwell, E., Collier, A. (2000) “Why don`t patients and physicians talk aobut end-of-life care?” Arch Intern Med. 2000;160:1690-1696

González, D. (2012) La Gran Cuestión Comentarios sobre la dignidad The Big C | EEUU | 2010-2012. Ética y Cine Journal. Vol. 2, (2), 2012, 31-35. Recuperado el 4 de julio, 2015. Disponible en: http://journal.eticaycine.org/IMG/pdf/05_Gonzalez_TheBigC.pdf

Icart, MT. (2015). “La muerte del Sr. Lazarescu”. En: Enfermeras en el cine. La profesión en imágenes. Icart MT (coordinadora), Delgado P, De la Cueva L. Barcelona: Editorial UB; p.188-204

Klübler-Ross, E. (2007). La muerte: una aurora. Barcelona: Círculo de Lectores

Michel Fariña, J.J., Helge, J. (2012). “(Bio)ética: el cine como moderno teatro griego”. En: (Bio)ética y cine. Tragedia griega y acontecimiento del cuerpo. Michel Fariña JJ, Helge J. (compiladores), Buenos Aires: LetraViva; p.15-28

Muñoz-Garnica, M. (20015). “El compromiso de curar”. Recuperado el 4 de julio, 2015. Disponible en: http://www.elantepenultimomohicano.com/2015/05/critica-hipocrates.html

Ormart, E. (2012). “La muerte digna: diálogos entre la ética, la ley, la situación House M.D.”. Ética y Cine Journal. Vol. 2,(3) 2012,17-20. Recuperado el 4 de julio, 2015. Disponible en: http://journal.eticaycine.org/IMG/pdf/JEyC_sept_2012_ormart.pdf

Simón, P. et al. (2008). “Ética y muerte digna: propuesta de consenso sobre un uso correcto de la palabras”. Rev Calidad Asistencial. Vol. 23:271-285

Sans, J., Abel, F. (2005). “Obstinación terapéutica”. Recuperado el 16 de agosto de 2015. Disponible en: http://www.samfyc.es/pdf/GdTBio/201027.pdf

Tamayo- Martínez, J. (2007). “La relación médico paciente y la mala praxis médica” Revista Novedades Jurídicas, Vol 4, (19), febrero 2007



NOTAS





COMENTARIOS

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